La muerte y muchas doncellas cincuenta a?os despu¨¦s del golpe de Chile
Escrib¨ª ¡®La muerte y la doncella¡¯ en 1990, pero sus dilemas centrales sobre las consecuencias de las dictaduras y el derecho a la justicia son m¨¢s relevantes hoy que nunca en muchos pa¨ªses
Sucedi¨® hace muchos a?os, pero bien podr¨ªa suceder de nuevo hoy.
Una mujer junto al mar espera al atardecer el regreso de su marido desde la capital. La dictadura que asol¨® su tierra acaba de caer y todo es incierto. Ella tiene miedo, presa de un terror que tendr¨¢ que enfrentar y tal vez superar durante las pr¨®ximas 24 horas, cuando juzgar¨¢ en el living de su casa al m¨¦dico que cree responsable de haberla torturado y violado. Su marido, abogado a cargo de una comisi¨®n que investiga la muerte de miles de disidentes bajo el r¨¦gimen anterior, debe defender al acusado, defenderlo por...
Sucedi¨® hace muchos a?os, pero bien podr¨ªa suceder de nuevo hoy.
Una mujer junto al mar espera al atardecer el regreso de su marido desde la capital. La dictadura que asol¨® su tierra acaba de caer y todo es incierto. Ella tiene miedo, presa de un terror que tendr¨¢ que enfrentar y tal vez superar durante las pr¨®ximas 24 horas, cuando juzgar¨¢ en el living de su casa al m¨¦dico que cree responsable de haberla torturado y violado. Su marido, abogado a cargo de una comisi¨®n que investiga la muerte de miles de disidentes bajo el r¨¦gimen anterior, debe defender al acusado, defenderlo porque sin Estado de derecho se ver¨¢ comprometida la transici¨®n a la democracia, defenderlo tambi¨¦n porque si su mujer mata a ese m¨¦dico, se acab¨® su carrera, no podr¨¢ ayudar a sanar a esa tierra enferma y desquiciada.
Cuando escrib¨ª, en 1990, La muerte y la doncella, la obra teatral que escenifica esta historia, el pa¨ªs donde esa mujer, Paulina, esperaba una justicia constantemente demorada, era mi propio Chile o la Argentina donde nac¨ª. O Sud¨¢frica. O Hungr¨ªa. O China. Tantas sociedades que en aquel entonces estaban desgarradas por la cuesti¨®n de qu¨¦ hacer con el trauma del pasado, c¨®mo convivir con los enemigos, c¨®mo juzgar a los que hab¨ªan abusado del poder sin destruir el tejido de una reconciliaci¨®n ineludible si se quer¨ªa un futuro diferente. Hoy o ma?ana ese drama imaginario pude tener lugar en Egipto, T¨²nez, Siria, Ir¨¢n, Nigeria, Sud¨¢n, Costa de Marfil, Irak, Tailandia, Guatemala, Nicaragua, Bielorrusia. De hecho, porque la tortura se generaliz¨® despu¨¦s de los ataques criminales en Nueva York el 11 de septiembre del 2001, porque las naciones m¨¢s poderosas del mundo, y particularmente los Estados Unidos, justificaron o fueron c¨®mplices de abusos atroces de los derechos humanos para sentirse seguros, debido a que desataron el terror para vengarse del terror que le infligieron, se podr¨ªa aventurar que los dilemas centrales de La muerte y la doncella son m¨¢s relevantes hoy que nunca.
No era algo que yo hubiera previsto, este alcance planetario, cuando escrib¨ª la obra originalmente. Mis objetivos ¨Dlos inmediatos, los urgentes, al menos¨D eran mucho m¨¢s modestos, si es que alg¨²n autor puede ser modesto. Al regresar a mi pa¨ªs desde el exilio, 17 a?os despu¨¦s del golpe que derroc¨® al Gobierno democr¨¢tico de Salvador Allende, conceb¨ª ese texto como mi regalo a la turbulenta transici¨®n de Chile. El dictador ya no estaba en el poder, pero su influencia, sus disc¨ªpulos, su sombra corruptora invad¨ªan todos los aspectos de la vida pol¨ªtica y econ¨®mica, cada susurro, cada intento de establecer una alternativa a lo que hab¨ªa sido su Gobierno.
En circunstancias tan complicadas, cuando demasiados conciudadanos prefer¨ªan guardar silencio, sea con la esperanza de evitar que se repitiera la crueldad del pasado o sea para no tener que reconocer su complicidad con el antiguo r¨¦gimen, me pareci¨® un deber, como escritor, revelar la perversa verdad de lo que viv¨ªamos, obligar al pa¨ªs a mirarse en un espejo que les mostrara las secuelas profundas de la dictadura, lo que todos esos a?os de mendacidad y temor hab¨ªan provocado, las formas en que incluso nuestros sue?os hab¨ªan sido torcidos. La muerte y la doncella hundi¨® el dedo en la llaga de Chile al advertir que los victimarios y sus c¨®mplices se manten¨ªan omnipresentes, sonriendo en las calles, bebiendo c¨®cteles en las fiestas, encontr¨¢ndose con nosotros en la escuela cuando dej¨¢bamos a nuestros hijos. Pero la obra tambi¨¦n interrog¨® inc¨®modamente a la ¨¦lite democr¨¢tica, pregunt¨¢ndole qu¨¦ ideales de cambios fundamentales se hab¨ªan sacrificado para asegurar una estabilidad pol¨ªtica necesaria, un pacto que exig¨ªa mucho olvido. ?Y las v¨ªctimas, silenciadas, desatendidas, pospuestas, por las que sent¨ªa tanta simpat¨ªa? Tampoco dej¨¦ de hacerles preguntas engorrosas. Paulina, la mujer que hab¨ªa sido violada, torturada y traicionada, la mujer por la que mi coraz¨®n lat¨ªa de dolor, era, al mismo tiempo, la persona m¨¢s violenta sobre ese escenario, debiendo preguntarse si iba a ser como los hombres que la secuestraron, perpetuando el ciclo de la muerte, quedando atrapada en un pasado y una identidad que no le permit¨ªan salir del eterno deseo de retribuci¨®n.
Pens¨¦ ¨D?vaya que era ingenuo!¨D que mi tierra aceptar¨ªa la necesidad de airear su ropa sucia, salir del pantano moral en que chapale¨¢bamos. Y tambi¨¦n pens¨¦ que ser¨ªa f¨¢cil conseguir apoyo para el montaje. Mi esposa, Ang¨¦lica, me advirti¨® de que la obra era demasiado transgresiva, que el pa¨ªs no estaba listo para esta visi¨®n descarnada. En mi nueva novela, Allende y el museo del suicidio, detallo minuciosamente cu¨¢nta raz¨®n ten¨ªa ella. Pese a los esfuerzos de la gran actriz Mar¨ªa Elena Duvauchelle, que se enamor¨® del rol de Paulina y arm¨®, con enormes dificultades, un elenco y un equipo para llevar la obra al p¨²blico, nunca recibimos ayuda de las autoridades del nuevo Gobierno democr¨¢tico, ni una palabra de aliento desde quienes hab¨ªan sido mis compa?eros de resistencia y lucha. Y casi todos los miembros de la ¨¦lite de Chile (los que, despu¨¦s de todo, asisten al teatro) despreciaron mi visi¨®n, la ningunearon, la vilipendiaban ¨Dla peor obra teatral jam¨¢s escrita en Chile, seg¨²n uno de los juicios emitidos¨D.
Tom¨¦ tanto repudio como un signo m¨¢s de que yo no encajaba en el pa¨ªs al que hab¨ªa estado tratando de regresar durante 17 a?os. Ang¨¦lica y yo partimos de Chile con nuestros hijos, no temiendo ya por nuestras vidas, como despu¨¦s del golpe de 1973, sino temiendo, esta vez, por nuestra cordura en un pa¨ªs que se ment¨ªa a s¨ª mismo.
La obra, que mis compatriotas m¨¢s insignes no apreciaron, fue celebrada por el mundo, empezando por Londres y pasando por Broadway y una pel¨ªcula de Polanski y docenas de premios y miles de puestas en escena en cien idiomas en todo el mundo.
Y ahora, justamente en el a?o en que se conmemora medio siglo desde la muerte de Allende y la democracia en Chile, va a estrenarse una reposici¨®n de la obra, dirigida por Rodrigo Bazaes. Es la cuarta ¨Do tal vez la quinta¨D desde aquel infortunado estreno inicial, pero ocurre en circunstancias muy especiales. Aunque llevamos 33 a?os de democracia y varias comisiones investigaron el tipo de tortura que padeci¨® Paulina y se hicieron esfuerzos reparatorios hacia numerosas v¨ªctimas, quedan pendientes muchos de los problemas y heridas que La muerte y la doncella bosquejaba. Tenemos un maravilloso Museo de la Memoria, pero las memorias individuales y sociales todav¨ªa difieren dr¨¢sticamente sobre lo que nos sucedi¨®. Hay multitudes ¨Dalgunas encuestas sugieren que representan el 40% de la poblaci¨®n¨D que sienten nostalgia por un hombre fuerte como Pinochet para que arregle la crisis por la que atravesamos. Estamos tan divididos ahora como lo estaban los tres personajes que se jugaban la vida en el escenario hace tantas d¨¦cadas. Y ah¨ª siguen hoy: una mujer que sufri¨® atrozmente, un hombre que quiere remediar esta situaci¨®n terrible, pero no sabe c¨®mo, y otro hombre que se declara inocente de toda culpa. No hab¨ªa consenso en 1990 y no hay consenso hoy en Chile, hasta el punto de que los partidos de la derecha no quisieron suscribir una declaraci¨®n conjunta de todas las fuerzas pol¨ªticas que proclamaba el rechazo absoluto a cualquier golpe militar.
Pero Paulina sigue ah¨ª. Paulina sigue exigiendo justicia. Paulina no acepta ser silenciada.
?C¨®mo no va a ser posible escucharla de una vez?
Y otra pregunta, que no es s¨®lo para Chile:
?C¨®mo no va a ser posible que podamos decir, entre todos, que esta historia desoladora sucedi¨® ayer, pero juramos que nunca m¨¢s se repetir¨¢ ma?ana?