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An¨¢lisis
Exposici¨®n did¨¢ctica de ideas, conjeturas o hip¨®tesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados ¡ªno necesariamente del d¨ªa¡ª que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima m¨¢s al g¨¦nero de opini¨®n, pero se diferencia de ¨¦l en que no juzga ni pronostica, sino que s¨®lo formula hip¨®tesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relaci¨®n datos dispersos

Salvador Allende, 50 a?os de inmortalidad

El presidente chileno intent¨® apaciguar un pa¨ªs polarizado y convulso en el tramo final de su mandato, antes de encontrar la muerte, hace ahora medio siglo

Salvador Allende
Juan Colombato

En verdad, el golpe militar de 1973 no tom¨® por sorpresa a nadie. Estaban quienes tem¨ªan m¨¢s bien la divisi¨®n de las Fuerzas Armadas y, con ello, una guerra civil; pero todos compart¨ªan que, ante la situaci¨®n de polarizaci¨®n y caos a la que hab¨ªa llegado el pa¨ªs, un quiebre, en cualquier sentido, era ya inevitable. La diseminaci¨®n de la sensaci¨®n de fatalidad aquejaba tambi¨¦n al esp¨ªritu del mismo Salvador Allende, que en los d¨ªas previos al golpe hizo cada vez m¨¢s p¨²blico el flirteo con su propia muerte.

La violencia que desplegaron las Fuerzas Armadas la ma?ana del 11 de septiembre, as¨ª como durante los d¨ªas posteriores, super¨® sin embargo todo lo previsto y, aun, lo imaginado. Cabe recordar que ese d¨ªa bombardearon el palacio de Gobierno, con el presidente de la Rep¨²blica y sus colaboradores adentro. Tambi¨¦n el hogar donde permanec¨ªa la familia de Allende, en la calle de Tom¨¢s Moro. En todo el pa¨ªs fueron perseguidos y apresados los dirigentes de partidos, de sindicatos, de organizaciones campesinas, de federaciones estudiantiles y de agrupaciones poblacionales sospechosos de ser cercanos al Gobierno ca¨ªdo o de haber tomado parte en huelgas y movimientos de reivindicaci¨®n. Miles de militantes de partidos de izquierda debieron buscar asilo en embajadas. Se estigmatiz¨® todo lo que hubiera tenido que ver con el Gobierno derrocado, sembrando el terror entre quienes se hab¨ªan identificado con la Unidad Popular (UP), la coalici¨®n de izquierda del Gobierno derrocado. Todo esto en circunstancias en que, a pesar de la ret¨®rica revolucionaria anterior, la resistencia armada al golpe militar fue nula, y la Junta Militar declaraba que su prop¨®sito no iba m¨¢s all¨¢ de ¡°restablecer la institucionalidad quebrantada¡±.

?A qu¨¦ respondi¨® la extrema violencia del golpe?

Lo hab¨ªa advertido el general Carlos Prats, el comandante en jefe del Ej¨¦rcito que antecedi¨® a Pinochet en ese cargo y quien fuera un leal colaborador del presidente Allende, lo que le vali¨® ser asesinado junto a su esposa en Buenos Aires un a?o despu¨¦s, en septiembre de 1974: cuando las Fuerzas Armadas intervienen ¡ªse?al¨®¡ª, lo hacen con una dureza que est¨¢ fuera del radar de los civiles.

Los mandos militares rebeldes necesitaban dar una se?al de severidad hacia cualquier tentaci¨®n de disidencia dentro de sus filas y as¨ª lo hicieron. Supon¨ªan, adem¨¢s, una capacidad de resistencia de las fuerzas de izquierda que en realidad no eran m¨¢s que bravuconadas, pero ante lo cual optaron por actuar preventivamente, aniquil¨¢ndolas.

Pero la violencia del golpe ¡ªque con el paso del tiempo adquiere un semblante a¨²n m¨¢s monstruoso¡ª puso de manifiesto un fen¨®meno a¨²n m¨¢s profundo: la intensidad que hab¨ªa alcanzado la polarizaci¨®n y el miedo rec¨ªproco entre las corrientes en pugna. Tambi¨¦n la magnitud de la demanda autoritaria entre los grupos que percibieron el gobierno de la UP como el punto de no retorno de una amenaza que se ven¨ªa engendrando al menos desde el inicio de la reforma agraria, en los a?os sesenta del pasado siglo, y que hab¨ªa decantado en una mezcla de terror y de furia inmisericorde.

Hortensia Bussi de Allende, viuda del presidente izquierdista chileno Salvador Allende, el 4 de septiembre de 1990.
Hortensia Bussi de Allende, viuda del presidente izquierdista chileno Salvador Allende, el 4 de septiembre de 1990. SANTIAGO LLANQUIN (AP PHOTO) (Associated Press)

M¨¢s all¨¢ de la ret¨®rica propia de los tiempos de la Guerra Fr¨ªa y de su efervescencia ideol¨®gica, lo que se propusieron Allende y la coalici¨®n pol¨ªtica tras ¨¦l, la Unidad Popular, no fue m¨¢s que exacerbar las tres tendencias caracter¨ªsticas del consenso que hab¨ªa imperado en Chile durante la segunda mitad del siglo XX: industrializaci¨®n v¨ªa protecci¨®n del mercado interno, integraci¨®n social acelerada de los grupos populares y ampliaci¨®n de la democracia pol¨ªtica. La idea era avanzar, por una v¨ªa pac¨ªfica y constitucional, hacia un socialismo que Allende caracterizaba como ¡°democr¨¢tico, pluralista y libertario¡±.

En una primera etapa los resultados de tal empresa se mostraron positivos. Prontamente, sin embargo, brotaron desequilibrios extremos en el sistema econ¨®mico, tales como inflaci¨®n y desabastecimiento de productos de primera necesidad. En paralelo se produjo un desborde del programa original, especialmente en materia de expropiaciones de tierras e industrias, por presi¨®n de los propios trabajadores, estimulados por los grupos de izquierda m¨¢s radicales. El resultado fue la multiplicaci¨®n de la movilizaci¨®n social, la agudizaci¨®n del conflicto pol¨ªtico y una ola en ascenso de actos de violencia y terrorismo. El sistema institucional, entretanto, se paraliz¨® por la confrontaci¨®n sistem¨¢tica entre el Ejecutivo, el Congreso, el Poder Judicial y el organismo contralor [equivalente al Tribunal de Cuentas].

En octubre de 1972 se efectu¨® un prolongado paro de camioneros, respaldado por amplios sectores de las clases medias. Para desmontarlo, el presidente incorpor¨® al gabinete a los jefes de las Fuerzas Armadas. Pero tras una breve pausa, la tensi¨®n sigui¨® subiendo. Allende busc¨® entonces el concurso de la Iglesia cat¨®lica para acercarse a la Democracia Cristiana, la principal fuerza de la oposici¨®n, presidida por Patricio Aylwin. Como cuenta este ¨²ltimo en un reciente libro de memorias, en esas conversaciones el presidente insinu¨®, a cambio de una tregua, congelar el programa, someter a plebiscito el espinudo asunto de la propiedad de las empresas intervenidas, ampliar la esfera de participaci¨®n de los militares en el Gobierno, as¨ª como incorporar al gabinete figuras ligadas a ese partido. Ninguna de estas ideas, orientadas a apaciguar el pa¨ªs y restablecer un sano funcionamiento institucional, cuaj¨® finalmente.

?Cu¨¢l fue el motivo por el que fracasaron esos intentos de acercamiento que podr¨ªan haber evitado el 11 de septiembre de 1973? El debate se ha vuelto a abrir en Chile a ra¨ªz de la conmemoraci¨®n de los 50 a?os del golpe: para unos fue la intransigencia de la Democracia Cristiana, para otros el rechazo del Partido Socialista a las propuestas de su propio l¨ªder, Allende, y para algunos la falta de resoluci¨®n del presidente. Pero en realidad la causa de fondo hay que buscarla m¨¢s all¨¢ del comportamiento de los actores.

Es imposible pasar por alto un hecho crucial: en 1973, la sociedad chilena (las familias, las universidades, las escuelas, los sindicatos, las juntas vecinales) estaba profundamente dividida en dos bandos irreconciliables. Agotada y presa de una ¡°desesperanza aprendida¡±, la poblaci¨®n asum¨ªa que no hab¨ªa m¨¢s salida que la imposici¨®n de un bando sobre el otro.

La coalici¨®n de partidos que formaban la Unidad Popular, por su parte, estaba fracturada frente a la estrategia que suger¨ªa el presidente Allende, que buscaba una tregua para ampliar su base de apoyo y evitar el quiebre inminente del Estado de derecho. El Partido Comunista lo respaldaba, pero su propio partido, el Socialista, as¨ª como sus fuerzas sat¨¦lites, se opon¨ªan a ello en forma tajante. A estos la situaci¨®n que viv¨ªa el pa¨ªs realmente no les inquietaba. Simplemente confirmaba lo que siempre hab¨ªan sostenido: que el proceso de cambio conducir¨ªa inevitablemente hacia un enfrentamiento armado. Lo urgente para ellos, entonces, no era hacer pausas, sino prepararse para abordar con ¨¦xito la nueva fase: la de la revoluci¨®n socialista.

Entrada triunfal de Salvador Allende y el presidente mexicano Luis Echeverr¨ªa el 30 de noviembre de 1972, en Ciudad de M¨¦xico.
Entrada triunfal de Salvador Allende y el presidente mexicano Luis Echeverr¨ªa el 30 de noviembre de 1972, en Ciudad de M¨¦xico. KEYSTONE Pictures / Zuma Press / ContactoPhoto

Quiz¨¢s Allende pudo haber seguido el camino que le indicaba su intuici¨®n, aun al costo de romper con su partido. Quiz¨¢s era lo que ten¨ªa planeado hacer ese mismo 11 de septiembre ¡ªcomo sostienen numerosas versiones¡ª, llamando a un plebiscito que con certeza perder¨ªa. O quiz¨¢s lo ten¨ªa descartado, porque prefer¨ªa inmolarse antes que desatar una guerra fratricida al interior de la izquierda. No se sabe; sobre lo que s¨ª hay certeza es que, en sus ¨²ltimas palabras desde La Moneda, se despidi¨® del pueblo, de la madre obrera, de los profesionales, de la juventud, del trabajador, del campesino, del intelectual, pero omiti¨® cualquier menci¨®n a esa Unidad Popular que fue creada por sus propias manos, as¨ª como a sus partidos, dirigentes y militantes. En un orador eximio como ¨¦l, esto no es un olvido sino un desquite, como lo sugiriera Ascanio Cavallo en este mismo peri¨®dico.

En la oposici¨®n el panorama no era muy diferente. Vastos sectores de la Democracia Cristiana ¡ªcon Frei Montalva a la cabeza¡ª no estaban dispuestos a hacer ning¨²n tipo de concesiones que pudieran servir de salvavidas para Allende y la Unidad Popular.

Ni qu¨¦ decir la derecha tradicional. Esta se volc¨® abiertamente a una campa?a sediciosa destinada a provocar la intervenci¨®n militar, desde que en su seno ganaba fuerza un n¨²cleo favorable a extremar las contradicciones y aprovechar las circunstancias con el fin de provocar un quiebre de tendencia de alcance hist¨®rico. Al igual que los l¨ªderes del Partido Socialista y de sus conglomerados afines, este n¨²cleo ve¨ªa con buenos ojos un quiebre institucional, mas no para una revoluci¨®n socialista, sino una de tinte capitalista: una reconstrucci¨®n de Chile sobre bases enteramente diferentes a aquellas de los ¡°30 a?os¡± previos a 1970, que evaluaban como un largo periodo de decadencia. De ah¨ª que torpedearon activamente cualquier atisbo de negociaci¨®n y acuerdo entre Allende y la Democracia Cristiana: de prosperar, ello podr¨ªa haber conducido a una normalizaci¨®n que postergar¨ªa sine die su proyecto refundacional.

De hecho, pocos meses despu¨¦s del golpe, algunos de sus l¨ªderes civiles confesaron sin pudor que esa hab¨ªa sido siempre su intenci¨®n: utilizar la UP para provocar una ruptura de alcances hist¨®ricos. Esta fracci¨®n refundacional ¡ªdonde estaban Jaime Guzm¨¢n, el ide¨®logo de la Constituci¨®n de 1980, y Sergio de Castro, la cabeza de los Chicago Boys¡ª contaba con una extensa red de apoyo en la prensa, en el campo empresarial y en la administraci¨®n estadounidense. Luego de un lapso de vacilaciones y pugnas al interior del nuevo r¨¦gimen, este grupo se gan¨® el favor de Pinochet desplazando a las corrientes de talante restaurador que aspiraban, en lo grueso, a un r¨¢pido restablecimiento del orden precedente, representadas por la Democracia Cristiana, por los gremios (camioneros, peque?os comerciantes) y por corrientes m¨¢s tradicionales al interior del Ej¨¦rcito y la Fuerza A¨¦rea.

Mirado a la distancia, es obvio que Salvador Allende no ponder¨® la fuerza de los antagonistas que despertar¨ªa su proyecto. No tom¨® el debido peso, por ejemplo, a lo que anticipaba el asesinato del comandante en jefe del Ej¨¦rcito, Ren¨¦ Schneider, a d¨ªas de asumir la Presidencia, por un comando de fan¨¢ticos de ultraderecha manejado por Estados Unidos y altos mandos militares. Tampoco calibr¨® lo que implicaba la huida de capitales, que interpret¨® como una conspiraci¨®n antes que como una reacci¨®n a su programa, que inclu¨ªa la estatizaci¨®n de industrias y la total nacionalizaci¨®n del cobre. Menos a¨²n sopes¨® las voces de alarma provenientes de la Casa Blanca: gan¨® aplausos denunci¨¢ndolas como gestos imperialistas, pero no asumi¨® que ellas indicaban que Washington jam¨¢s permitir¨ªa que en Chile prosperara un modelo que luego pod¨ªa ser importado por las izquierdas de la Europa del Sur, colocando en riesgo los equilibrios estrat¨¦gicos globales.

As¨ª, en lugar de suavizar los aspectos m¨¢s radicales de su programa, de ralentizar su ejecuci¨®n, de atender los temores de las clases medias o de ofrecer garant¨ªas a Estados Unidos, Allende crey¨® que podr¨ªa sortear las amenazas recurriendo a su reconocida astucia pol¨ªtica, apelando a su larga experiencia como parlamentario. Hacia el final intent¨® ceder, pero era demasiado tarde: el sabor de la tragedia ya hab¨ªa pulverizado cualquier atisbo de racionalidad.

?Significa esto que Allende fue el causante del desplome de la democracia chilena como algunos insisten en repetir? No: aunque lo resistan, el destino de los l¨ªderes est¨¢ asociado al contexto.

Mirado en perspectiva, el 11 de septiembre de 1973 fue la implosi¨®n final y definitiva de un Chile que tuvo a Allende entre sus protagonistas mayores, y que a ¨¦l le correspondi¨® encabezar en la hora de su ocaso. Este Chile, hay que decirlo, no ten¨ªa nada de original: era una r¨¦plica del proyecto que guio a la mayor¨ªa de los pa¨ªses capitalistas al finalizar la segunda posguerra. Bajo modalidades diferentes, en los a?os siguientes tal f¨®rmula colapsar¨ªa en el mundo entero.

Allende fue elegido en 1970 con la promesa de revertir los signos de erosi¨®n que tal proyecto ven¨ªa mostrando; pero en lugar de hacerlos retroceder, finalmente los aceler¨®. Esto precipit¨® un cataclismo que sacudi¨® a la sociedad chilena desde sus ra¨ªces y que se impuso sobre la voluntad de los actores pol¨ªticos de todos los signos. Su cad¨¢ver tendido en un sal¨®n de La Moneda represent¨® el fin de una ¨¦poca, con todo lo que ella tuvo de utop¨ªa y de tragedia. De ah¨ª que solo la ignorancia o la mala fe pueden llevar a mirar a Salvador Allende como un exabrupto, priv¨¢ndolo de su lugar en la continuidad hist¨®rica de Chile como naci¨®n.

Entre historiadores y polit¨®logos cunde la tentaci¨®n de separar las ideas y la gesti¨®n de Salvador Allende como presidente de la Rep¨²blica, de su gesto final como persona humana; de disociar el l¨ªder hist¨®rico de la figura simb¨®lica. Es un ejercicio est¨¦ril.

La historia consagra a sus personajes no por m¨¦rito a la trayectoria, sino por su reacci¨®n en un momento cr¨ªtico de la vida propia y de su comunidad. Un gesto noble puede hacer gigantesca a una figura enteramente corriente, mientras una mueca de cobard¨ªa puede empa?ar para siempre un recorrido de grandes logros.

Allende qued¨® grabado en la memoria larga de Chile y del mundo entero por su estampa como un presidente que decide resistir en defensa de sus principios ¡ªy, de paso, de la Constituci¨®n¡ª; como la autoridad democr¨¢tica que no acepta transacciones en su beneficio; como el jefe que ordena salir de La Moneda y salvar sus vidas a aquellos cuya hora de inmolarse a¨²n no hab¨ªa llegado y que deb¨ªan contar la historia; como el l¨ªder que pide a sus seguidores no sacrificarse en vano; en fin, como el ser humano que se quita la vida para evitar que se esfume el recuerdo de lo que represent¨®. Esos ¨²ltimos momentos, un lapso ¨ªnfimo en el curso de una vida, fueron de tal grandeza que todo lo dem¨¢s se hace an¨¦cdota.

Es por eso que Salvador Allende no ha dejado de estar presente en la vida de Chile desde el 11 de septiembre de 1973. Para unos como un or¨¢culo, para otros como esperpento, o un inc¨®modo convidado de piedra; pero ah¨ª est¨¢, imperturbable, inapelable, inmortal.

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