Triunfadores, los monosabios

C¨®mo ser¨ªa la cosa que la ovaci¨®n de la tarde se la llevaron los monosabios. Los monosabios, el caballo de picar y, si me apuran, tambi¨¦n el picador, por la costalada que se peg¨®. Sucedi¨® en el sexto y el caso es saber como ese novillo, tan flojo o m¨¢s que el resto, pudo derribar a tama?a acorazada.

El caso es que equino y varilarguero fueron al suelo y aquello fue lo m¨¢s divertido de la tarde. Fueron algo m¨¢s de dos horas en las que no pas¨® nada. Nada merecedor de ser recordado. Por la puerta de chiqueros desfilaron seis novillos de distintas ganader¨ªas -la mayor¨ªa, desconocidas hasta por los propios aficionados-, correctamente presentados, pero sin un m¨ªnimo de casta brava.

Un saldo ganadero impropio de la plaza de Madrid, que seguro le sali¨® bien barato a la empresa. De la quema, siendo generosos, se salvaron el primero, con el hierro de Jos¨¦ Gonz¨¢lez, y el quinto, de Baltasar Ib¨¢n. Uno porque tuvo nobleza y buen fondo, aunque manse¨® en el caballo y apenas transmiti¨® en la muleta; y el otro porque, al menos, se movi¨® con cierta codicia.

No estuvieron mejor los toreros. Y uno se pregunta a qu¨¦, exactamente, vinieron a Madrid. Villita, bien compuesto siempre, dej¨® alg¨²n detalle suelto en el toreo accesorio, pero, en el fundamental, meti¨® pico a destajo; Jes¨²s Moreno, tan voluntarioso como fr¨¢gil, anduvo vulgar y nunca se acopl¨® con su lote; y Diego Bastos dio pases y no dijo nada.

Por si fuera poco, los tres, mataron mal. Muy mal. Moreno, al menos, tuvo la consideraci¨®n de pedir perd¨®n cuando se le fue la mano; cosa que no hicieron sus compa?eros, autores de un par de bajonazos alevosos.

Normal que, en cuanto se ech¨® el sexto, la gente huyera en estampida, muerta del aburrimiento. S¨®lo los monosabios, orgullosos y triunfantes, se fueron contentos a casa. Afortundados ellos (y la empresa...).