La improbable victoria de ¡®Abbey Road¡¯
Publicado hace 55 a?os, el prodigioso ¨²ltimo ¨¢lbum de los Beatles inclin¨® la balanza del proceso de grabaci¨®n hacia el lado de los artistas
Sin pretenderlo, Abbey Road rompi¨® las convenciones sobre c¨®mo grabar el elep¨¦ de un grupo pop. Por aquellos a?os, muchos m¨²sicos idealizaban la vida comunal: Traffic, el proyecto encabezado por Steve Winwood, se retir¨® a un chalet remoto de Berkshire para tocar y componer; The Band, socios de Bob Dylan, derivaban su identidad de la convivencia en Big Pink, una casa en los bosques de Woodstock; los grupos de San Francisco mitificaban las mansiones a?ejas que convirtieron en residencias y cuarteles generales.
Incluso los Beatles fantasearon con instalarse en unas islas griegas (?en plena dictadura de los coroneles!). Pero, en 1969 los cuatro viv¨ªan dispersos por Londres y alrededores, en un creciente clima de hostilidad interna. Paul McCartney rechazaba la idea de John Lennon de encomendar al tibur¨®n Allen Klein la direcci¨®n de sus asuntos. George Harrison segu¨ªa amargado, convencido de que sus compa?eros mayores minusvaloraban sus creaciones (cierto). Hasta el afable Ringo Starr amag¨® con dejar el barco y se tomaba muy en serio una ocupaci¨®n extramusical, como actor.
Sabemos que los Beatles gozaban de notables privilegios. Mientras la mayor¨ªa de sus colegas se ve¨ªan obligados a ce?irse a un presupuesto y un tiempo de grabaci¨®n limitados, ellos dispon¨ªan del Studio 2 de Abbey Road pr¨¢cticamente a capricho; los artistas previamente programados all¨ª ten¨ªan que cambiar sus fechas. Que conste que tambi¨¦n usaron otros estudios m¨¢s informales, como Trident y Olympic. Era una libertad que pronto reclamar¨ªan sus colegas.
Lo importante: decidieron convocar, aunque tarde, a su habitual c¨®mplice musical, George Martin, tratado de forma indigna durante las sesiones de lo que luego se publicar¨ªa como Let it be con la firma de Phil Spector (el principal responsable de ese disco fue Glyn Johns, antiguo vocalista reconvertido en ingeniero de sonido). Abbey Road se registr¨® entre febrero y agosto de 1969. No faltaron las tensiones. Perdieron las batallas para hacerse con el control de NEMS y Northern Songs, empresas que gestionaban sus ingresos. Yoko Ono, convaleciente de un accidente automovil¨ªstico, se instal¨® en una cama en el interior del estudio para monitorizar lo que all¨ª se hac¨ªa. Felizmente, desde el Doble Blanco, cada uno funcionaba por su cuenta: no era imprescindible la presencia de los cuatro cada d¨ªa. McCartney ejerc¨ªa de capit¨¢n, concibiendo incluso la portada del paso de cebra, con su subtexto inquietante: los Beatles se alejaban de su centro de trabajo. Seguramente, Paul no era consciente de unos modos a veces imperiosos: la grabaci¨®n de una ocurrencia suya, Maxwell¡¯s silver hammer, acab¨® con la paciencia de todos los implicados.
Hubo alg¨²n intento de sabotaje: Lennon propuso juntar todos sus temas en una cara del elep¨¦ y los de McCartney en la otra, lo que dejaba en el aire las aportaciones de Harrison ¡ªnada menos que Something y Here comes the sun¡ª o una jovial composici¨®n de Ringo, Octopus¡¯s garden. Al final, se impuso la cordura: lo fragmentario de parte del repertorio se disimul¨® engarzando ocho temas en un luminoso meddley. Por una serie de despistes, apareci¨® al final de la cara 2 una miniatura de 23 segundos, Her majesty, una gracieta sobre Isabel II que Paul hab¨ªa desechado y que despide el disco con risue?a insolencia. Hubiera sido un adi¨®s perfecto pero quedaban demasiados cabos sueltos.
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