El secreto de las seis hermanas Lucena, las primeras mujeres que imprimieron libros
Dos hispanistas estadounidenses se?alan a una familia toledana perseguida por la Inquisici¨®n como clave en el enigma de la obra m¨¢s difundida del Siglo de Oro: ¡®La Celestina¡¯
Las seis hermanas Lucena ¡ªBeatriz, Catalina, Guiomar, Leonor, Teresa y Juana¡ª podr¨ªan haber sido borradas de la historia, pero los sanguinarios inquisidores ten¨ªan una costumbre obsesiva: dejarlo todo por escrito. El Santo Oficio de Toledo anunci¨® en 1485 que tendr¨ªa piedad de los herejes que acudieran a denunciarse a s¨ª mismos. Las hermanas Lucena, de entre 16 y 27 a?os, dudaron, pero fueron a implorar penitencia. Eran consideradas marranas, procedentes de una familia de jud¨ªos conversos y sospechosas de pract...
Las seis hermanas Lucena ¡ªBeatriz, Catalina, Guiomar, Leonor, Teresa y Juana¡ª podr¨ªan haber sido borradas de la historia, pero los sanguinarios inquisidores ten¨ªan una costumbre obsesiva: dejarlo todo por escrito. El Santo Oficio de Toledo anunci¨® en 1485 que tendr¨ªa piedad de los herejes que acudieran a denunciarse a s¨ª mismos. Las hermanas Lucena, de entre 16 y 27 a?os, dudaron, pero fueron a implorar penitencia. Eran consideradas marranas, procedentes de una familia de jud¨ªos conversos y sospechosas de practicar en secreto su antigua religi¨®n. Teresa y Leonor, todav¨ªa adolescentes, admitieron que participaban en fiestas jud¨ªas en su pueblo, La Puebla de Montalb¨¢n. Catalina, que ten¨ªa 25 a?os, confes¨® que hab¨ªa ayudado a su padre en una imprenta de textos en hebreo. Las Lucena fueron, muy posiblemente, las primeras mujeres que imprimieron libros en el mundo. Un prestigioso hispanista estadounidense, Michael Gerli, lanza ahora una controvertida hip¨®tesis: que fueron las Lucena las que estamparon, por primera vez, el libro m¨¢s difundido en el Siglo de Oro, La Celestina.
La obra incluye un c¨¦lebre mensaje oculto en un poema. Si solo se lee la primera letra de cada verso, dice: ¡°El bachjller Fernando de Royas acab¨® la Comedia de Calysto y Melibea y fue nascjdo en La Puebla de Montalv¨¢n¡±. Michael Gerli, profesor em¨¦rito de la Universidad de Virginia, recuerda que ley¨® un ejemplar por primera vez en 1966, cuando ten¨ªa 20 a?os. ¡°Me qued¨¦ at¨®nito, boquiabierto. Dije: ¡°?Qu¨¦ es esto! ?Qu¨¦ barbaridad!¡±. Es una indagaci¨®n profunda en la psique humana. Es una obra revolucionaria, que abre la conciencia humana con la manera en la que hablan los personajes. Muestra la hipocres¨ªa, la maldad, la pasi¨®n¡±, exclama por videoconferencia desde su casa en la localidad californiana de Sonoma.
Lo que acababa de leer el joven Gerli era la historia torrencial de Calisto y Melibea, dos veintea?eros que sienten un deseo sexual irrefrenable cuando ¨¦l se cuela en el jard¨ªn de ella en busca de un halc¨®n perdido. Para superar el aparente rechazo inicial de Melibea, Calisto recurre a una astuta alcahueta, Celestina. La obra, escrita para leerse en voz alta durante unas nueve horas, retrata con humor corrosivo un mundo realista de p¨ªcaros, lujuria y codicia, pero el final es una tragedia conmovedora. Tras hacer el amor escondidos, Calisto se cae desde lo alto de la tapia del jard¨ªn y se rompe la cabeza. Melibea, destruida por el dolor, cuenta a su padre que ha perdido la virginidad y se suicida delante de ¨¦l tir¨¢ndose de su torre. El escritor argentino Enrique Anderson Imbert lo resumi¨® en una frase memorable: ¡°Lo que yo admiro en Fernando de Rojas es la violencia con que le abre las braguetas al mundo¡±.
El libro, impreso alrededor del a?o 1500 como Comedia an¨®nima, fue un ¨¦xito inmediato. En apenas dos a?os, la obra apareci¨® ampliada y rebautizada como Tragicomedia, con un pr¨®logo prof¨¦tico que alertaba de que, si se juntaban 10 personas a escuchar la historia, surg¨ªa la contienda entre ellas, porque cada una entend¨ªa una cosa. La propia Inquisici¨®n tard¨® en reaccionar, creyendo que aquel relato lleno de lascivia ten¨ªa un prop¨®sito moralizante. Sin embargo, a partir de 1632 el Santo Oficio comenz¨® a censurar algunos pasajes considerados blasfemos, como el momento en el que un criado pregunta a Calisto si es cristiano. ¡°?Yo? Melibeo soy, y a Melibea adoro, y en Melibea creo, y a Melibea amo¡±, responde. La Iglesia prohibi¨® el libro entero en 1773.
Gerli cree que la legendaria primera edici¨®n de La Celestina ¡ªla pr¨ªnceps, nunca encontrada¡ª pudo salir de la prensa de las Lucena. El alem¨¢n Johannes Gutenberg hab¨ªa inventado la imprenta alrededor de 1450. El primer libro impreso en Espa?a, el Sinodal de Aguilafuente, fue obra del impresor Juan P¨¢rix en 1472 en Segovia. En aquella ¨¦poca, seg¨²n recuerda Gerli, La Puebla de Montalb¨¢n era un refugio seguro para practicar el juda¨ªsmo clandestinamente. En la vecina Toledo, a unos 30 kil¨®metros, una discusi¨®n en la catedral un domingo de 1467 culmin¨® con una turba de cristianos viejos prendiendo fuego al barrio jud¨ªo. Un matrimonio de conversos, Juan de Lucena y Teresa L¨®pez de San Pedro, escap¨® de all¨ª con sus seis hijas. Tras la muerte de la madre, el padre y las hu¨¦rfanas se asentaron en dos casas, en La Puebla de Montalb¨¢n y en Toledo, con un negocio dedicado a la impresi¨®n de libros de oraciones en hebreo.
El propio callejero de La Puebla (7.800 habitantes en la actualidad) parece contar una historia. Caminando por la calle Barrio de los jud¨ªos se llega al cruce con la calle Sinagoga, y justo ah¨ª se levanta un museo dedicado a la Tragicomedia. Cada agosto, los propios vecinos del pueblo representan la obra por las calles en el Festival Celestina. En una plazuela, una modesta estatua de cemento custodia en su interior restos del cad¨¢ver de Fernando de Rojas, un jurista que naci¨® alrededor de 1473 y falleci¨® en 1541, sin haber firmado ning¨²n otro libro. Su nombre fue fantasmag¨®rico durante siglos, hasta 1902, cuando el historiador Manuel Serrano y Sanz exhum¨® unos manuscritos de la Inquisici¨®n de 1525, que confirmaban la existencia ¡°del bachiller Rojas que compuso a Melibea¡± y revelaban que pertenec¨ªa a una familia de jud¨ªos conversos de La Puebla de Montalb¨¢n.
¡°En el pueblo viv¨ªan unas 2.000 personas, debieron conocerse todas¡±, apunta Gerli. La principal fuente de informaci¨®n sobre los Lucena es el expediente inquisitorial de Teresa, que fue interrogada de nuevo en 1530, cuando ten¨ªa 62 a?os. El documento, conservado en el Archivo Hist¨®rico Nacional en Madrid, es estremecedor. Los inquisidores detallan que la mujer fue torturada ¡ªmaniatada y semidesnuda¡ª y condenada a c¨¢rcel perpetua porque, entre otros pecados, siendo joven ¡°hab¨ªa ayudado a su padre a hacer libros de molde en hebraico¡±. Las hermanas Lucena compart¨ªan sus miedos y tristezas. El proceso inquisitorial incluye una carta de Leonor a Teresa, interceptada por la Inquisici¨®n en Toledo en 1510: ¡°De lo que, se?ora, dec¨ªs que no sab¨¦is cu¨¢ndo es de d¨ªa ni cu¨¢ndo es de noche, bien os entiendo [...]. Tengo el coraz¨®n tan ca¨ªdo que ya no soy quien ser sol¨ªa, y bien me entend¨¦is, y por eso no digo m¨¢s¡±.
Otra de las Lucena, Catalina, se cas¨® con un pariente de Fernando de Rojas. Gerli hace una conjetura atrevida. Recuerda que el impresor Juan de Lucena huy¨® de La Puebla rumbo a Roma en 1481 ante el acoso de la Inquisici¨®n, dejando a sus hijas atr¨¢s. Su hip¨®tesis es que Rojas se asoci¨® comercialmente m¨¢s tarde con sus familiares lejanas, las ¡°sucesoras de Juan de Lucena¡±, e imprimi¨® La Celestina alrededor de 1500 en el ya viejo taller de La Puebla de Montalb¨¢n. Su teor¨ªa se acaba de publicar accesible para todo el mundo, en un volumen de estudios dedicados a Joseph Snow, el hispanista que, maravillado por la Tragicomedia, fund¨® en 1977 la revista Celestinesca en Estados Unidos.
Se llama Joseph Snow, pero todo el mundo le llama Pepe Nieves. Desde hace medio siglo, acude regularmente a la Biblioteca Nacional de Espa?a, en Madrid, y se sienta siempre en el pupitre 99, rodeado de libros medievales y de Celestina, sin el La, como lo dice ¨¦l. ¡°La idea de la posible publicaci¨®n de Celestina en La Puebla de Montalb¨¢n tiene que ser investigada mucho m¨¢s. Personalmente, yo no creo que haya salido de ese pueblo¡±, opina Snow, profesor de la Universidad del Estado de M¨ªchigan hasta su jubilaci¨®n. Este hispanista ni siquiera cree que el joven Fernando de Rojas tuviera la cultura suficiente como para ser el autor de un texto tan erudito y turbador. ¡°El n¨²mero de los que creen que la autor¨ªa de Celestina es de otro y no de Rojas crece constantemente¡±, asegura.
La postura mayoritaria de la cr¨ªtica, sin embargo, es que el jurista pueblano Fernando de Rojas, veintea?ero como Calisto y Melibea, se encontr¨® unos papeles con el primer acto ya escrito y a?adi¨® otros 20, como afirma el pre¨¢mbulo de la obra. Esta es la versi¨®n que defienden los autores de la monumental edici¨®n de La Celestina de la Real Academia Espa?ola, revisada en 2011 bajo la direcci¨®n del especialista Francisco Rico. En el primer acto supuestamente encontrado, los diminutivos acaban en -illo y apenas hay refranes. En el resto de actos los diminutivos acaban en -ito o en -ico y proliferan los proverbios. ?Qui¨¦n escribi¨® entonces ese primer acto de estilo diferente? El candidato preferido es el poeta sat¨ªrico toledano Rodrigo Cota (1430-1505), al que el propio Fernando de Rojas se?ala en su Tragicomedia. Y Cota tambi¨¦n se cruz¨® en el camino de los Lucena.
El historiador Javier Casta?o lleva m¨¢s de una d¨¦cada rastreando la vida de esta familia. Cuenta que Juan de Lucena, ya viudo, vivi¨® con sus hijas alrededor de 1474 en la discreta localidad de Torrej¨®n de Velasco, hoy en la Comunidad de Madrid. Y all¨ª se refugiaba otro jud¨ªo converso de su misma edad: Rodrigo Cota. ¡°Dos toledanos conversos que coinciden en un pueblo peque?o, evidentemente, tendr¨ªan alg¨²n contacto¡±, apunta Casta?o, del Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterr¨¢neo y Oriente Pr¨®ximo (CSIC), en Madrid. Tras unos meses, los Lucena se mudaron a La Puebla.
¡°La clave es La Puebla de Montalb¨¢n¡±, sentencia el hispanista italoestadounidense Ottavio di Camillo, profesor em¨¦rito de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. ¡°La Celestina es una obra tan misteriosa... Es un problema al que he dedicado toda mi vida y no lo he podido resolver. Todas las respuestas son hip¨®tesis, pero la clave es La Puebla¡±, insiste. ¡°Tenemos un peque?o pueblo perdido en medio de la nada, con una imprenta en hebreo y mujeres que est¨¢n trabajando en ella a finales del siglo XV. ?Es revolucionario!¡±, expone por videoconferencia desde el despacho de su casa, en Port Washington.
Los dos ejemplares m¨¢s antiguos que se conservan de La Celestina est¨¢n fuera de Espa?a: una edici¨®n impresa en Burgos, en alg¨²n momento entre 1499 y 1502, se custodia en la Hispanic Society, en Nueva York; y un incunable de 1500, atribuido a la prensa toledana del prestigioso impresor alem¨¢n Pedro Hagenbach, descansa en la biblioteca de la Fundaci¨®n Martin Bodmer, en la localidad suiza de Cologny. En esa edici¨®n de Toledo aparece por primera vez el poema acr¨®stico con los nombres ocultos de Fernando de Rojas y de La Puebla de Montalb¨¢n.
Di Camillo defiende una hip¨®tesis alternativa. Argumenta que esa edici¨®n toledana est¨¢ tan ¡°repleta de erratas¡± que es ¡°simplemente inconcebible¡± que el meticuloso Hagenbach fuera el responsable. El hispanista de Nueva York tampoco cree que Rojas fuese el autor del texto, sostiene que solo era ¡°un joven aspirante a impresor-librero¡± que aprovech¨® una traducci¨®n manuscrita de una comedia italiana preexistente para hacer negocio. En su ¡°conjetura plausible¡±, Fernando de Rojas rescat¨® la vieja prensa de los Lucena, en La Puebla, para imprimir la edici¨®n de 1500, con las letras de imprenta alquiladas al maestro toledano Hagenbach, lo que habr¨ªa provocado la atribuci¨®n err¨®nea. ¡°No es tan descabellado como parece a primera vista¡±, argumenta Di Camillo en un estudio publicado en el mismo volumen dedicado a Joseph Snow.
As¨ª que hay dos nuevas teor¨ªas sobre el que es, seg¨²n el escritor Juan Goytisolo, ¡°el libro m¨¢s demoledor que se ha escrito en lengua espa?ola¡±: o bien unas hermanas de familia jud¨ªa conversa ayudaron a imprimir por primera vez la obra m¨¢s difundida del Siglo de Oro (Gerli) o fue Fernando de Rojas el que resucit¨® la vieja imprenta abandonada de los Lucena para imprimir un asombroso texto que hab¨ªa llegado a sus manos (Di Camillo). El fil¨®logo Ferm¨ªn de los Reyes, autor del libro Incunable. La imprenta llega a Espa?a (BNE, 2022), no se cree ninguna de las dos.
¡°Estas conjeturas est¨¢n bien para escribir una novela, porque son historias muy bonitas, pero no encajan con los datos¡±, opina De los Reyes, un especialista de la Universidad Complutense de Madrid que adem¨¢s conoce bien el pueblo toledano. Sus abuelos vivieron cerca del barrio de los jud¨ªos de La Puebla de Montalb¨¢n, donde Juan de Lucena y sus hijas tendr¨ªan su casa-taller. ¡°Me parecen hip¨®tesis descabelladas. Yo soy de origen pueblano, pero en La Puebla no hay constancia de ninguna imprenta desde la d¨¦cada de 1470. La de Lucena desaparecer¨ªa, cada hija tendr¨ªa su vida y ah¨ª se acab¨® la imprenta, como se termin¨® en muchas localidades. ?Ser¨ªa una historia bonita? S¨ª. ?Me gustar¨ªa por mi origen pueblano? Tambi¨¦n. ?Es improbabil¨ªsimo? S¨ª¡±, se?ala.
?Fueron entonces las seis hermanas Lucena, o algunas de ellas, las primeras mujeres que imprimieron libros en el mundo, aunque no fuese La Celestina? El ruso Shimon Iakerson, uno de los mayores especialistas en incunables hebreos, cree que la imprenta de Juan de Lucena y sus hijas ni siquiera existi¨®. ¡°Es un bello mito¡±, sostiene, pese a las confesiones a la Inquisici¨®n de varios testigos. Iakerson, de la Universidad Estatal de San Petersburgo, recalca que nunca se ha identificado un incunable procedente de La Puebla de Montalb¨¢n. A su juicio, la primera impresora fue Estellina Conat, una mujer jud¨ªa que estamp¨® una obra en verso en alg¨²n momento entre 1474 y 1478, en Mantua, en la actual Italia.
Tras m¨¢s de cinco siglos, La Celestina sigue provocando peleas entre personas que hacen interpretaciones enfrentadas, como alertaba su pr¨®logo. Michael Gerli se lo toma con humor. ¡°Yo a veces, cuando paso por el aeropuerto de Madrid, tengo que llevar un chaleco antibalas¡±, cuenta entre carcajadas. ¡°Es parte del gozo, de la efervescencia intelectual de la vida universitaria. Hay gente que se desea mala muerte¡±, bromea.
Kenneth Brown, profesor em¨¦rito de la Universidad de Calgary (Canad¨¢), est¨¢ convencido de que un libro de oraciones conservado en el Seminario Teol¨®gico Jud¨ªo de Nueva York, impreso hacia 1480, sali¨® de la prensa de Juan de Lucena y sus ayudantas en La Puebla de Montalb¨¢n. Es el incunable Machzor le-Yom ha-Kippurim, con un extra?o formato rectangular. ¡°En La Puebla de Montalb¨¢n se imprim¨ªan libros devocionarios en lengua hebrea para el mercado judeoespa?ol granadino¡±, sentencia Brown. El profesor de Canad¨¢ defiende que Fernando de Rojas era ¡°un tipo de rabino en un convent¨ªculo jud¨ªo clandestino¡± y La Celestina es un vituperio encubierto contra ¡°la cultura asfixiante, totalitaria, retr¨®grada y destructiva¡± de los tiempos de la Inquisici¨®n. La fil¨®loga Amaranta Saguar, de la Complutense, ha analizado la cr¨ªtica celestinesca y ha detectado ¡°un progresivo recelo¡± ante esta caracterizaci¨®n del Fernando de Rojas hist¨®rico como ¡°converso desgarrado entre dos mundos¡±.
Tras revisar exhaustivamente el proceso inquisitorial de Teresa de Lucena, el historiador Javier Casta?o resume los hechos. Un tal Diego Fern¨¢ndez declar¨® ante los inquisidores de Sevilla en 1481 que en La Puebla de Montalb¨¢n hab¨ªa conocido a Juan de Lucena, un jud¨ªo oculto que hac¨ªa ¡°muchos libros de hebraico molde¡± para venderlos en la ¡°tierra de moros¡± de Granada. Dos impresores cristianos confesaron en 1485 que hab¨ªan trabajado dos a?os como oficiales de Juan de Lucena, que ten¨ªa casa tanto en Toledo como en La Puebla y se dedicaba a imprimir libros en hebreo, rodeado de sus hijas. Al menos Teresa y Catalina reconocieron haber ayudado a su padre, como detall¨® Casta?o en el libro Bastardos y creyentes (Universidad de Pensilvania, 2020).
A este historiador del CSIC le parecen ¡°un disparate¡± las hip¨®tesis de Gerli y Di Camillo. ¡°Yo no creo que la imprenta de Juan de Lucena fuera la imprenta de Juan de Lucena¡±, argumenta Casta?o, en un trabalenguas consciente. ¡°Una imprenta es un trabajo que implica a mucha gente y ¨¦l no ten¨ªa capacidad financiera para montarla¡±, prosigue el investigador, que ha buscado, sin ¨¦xito, a ese supuesto due?o. ¡°Si no era su imprenta, dif¨ªcilmente podr¨ªan heredarla sus hijas¡±, razona. Por las confesiones ante el Santo Oficio, Casta?o calcula que Lucena, ayudado por sus hijas, pudo trabajar en esa imprenta entre 1476 y 1483, unas fechas que se solapan con las de la italiana Estellina Conat. Las Lucena, estamparan o no La Celestina, fueron las primeras mujeres que imprimieron libros en el mundo. Y el pr¨®logo de La Celestina, lo escribiera quien lo escribiera, afirma: ¡°No quiero maravillarme si esta presente obra ha sido instrumento de lid o contienda a sus lectores para ponerlos en diferencias, dando cada uno sentencia sobre ella a sabor de su voluntad¡±.