Fascinante Celestina
Deseo y avaricia, amor y traici¨®n, pasi¨®n y muerte... Todo est¨¢ en la obra de Fernando de Rojas. La escritora Soledad Pu¨¦rtolas explica c¨®mo la ha reescrito en espa?ol moderno para hacerla comprensible ¡°a la primera lectura¡±
Despu¨¦s de haberme comprometido a la dif¨ªcil y rara empresa de reescribir La Celestina en el espa?ol moderno, me asaltaron inmensas dudas, flaquearon mis fuerzas, me invadi¨® la inseguridad. ?C¨®mo hacer que un texto publicado en el inicio del siglo XVI fuera totalmente comprensible para el lector de hoy, cuando la lengua, en aquel tiempo, a¨²n no se hab¨ªa fijado y faltaba todav¨ªa un largo siglo para que Cervantes la consagrara como indiscutible lengua literaria? Por lo dem¨¢s, en mis tiempos escolares, nunca hab¨ªa conseguido llegar muy lejos en mis intentos de lectura de tan afamada obra y, m¨¢s tarde, cuando estudi¨¦ literatura espa?ola, pas¨¦ muy deprisa por ella, pues hab¨ªa otros textos que desde siempre me hab¨ªan interesado m¨¢s y quise dedicarles el m¨¢ximo de mi tiempo, una vez que, al fin, me hab¨ªa decidido a estudiar lo que de verdad me interesaba.
?Por qu¨¦, entonces, hab¨ªa aceptado enseguida la propuesta? ?Un mero impulso de responsabilidad, reminiscencias de antiguas obediencias obligatorias? En el fondo, lo sab¨ªa. Creo en las revelaciones y en el azar. Esta era la oportunidad de entrar de una vez por todas en La Celestina. No pod¨ªa dejarla pasar.
En cuanto me puse a trabajar, mis dudas y miedos se vieron m¨¢gica y generosamente superados por una especie de entusiasmo febril que no recordaba haber sentido nunca. Bien es verdad que no hab¨ªa vivido una experiencia como aquella, reescribir lo escrito por otro autor. Lo que yo estaba haciendo era traducir, aunque se tratara, en ambos casos, de la misma lengua, el espa?ol del siglo XVI y el espa?ol moderno. Primero hab¨ªa que entender, lo cual, muchas veces, significaba descifrar, y luego encontrar la expresi¨®n m¨¢s ajustada en el espa?ol que hablamos hoy. Ten¨ªa algo de juego. M¨¢s parecido, me dije, a un sudoku que a un crucigrama. Aunque mucho m¨¢s libre y abierto que los dos y que cualquier otro juego: el resultado no estaba fijado de antemano, depend¨ªa enteramente de m¨ª.
?Ten¨ªa alguna idea de lo que buscaba, de lo que quer¨ªa?, ?hab¨ªa una meta que me propusiera alcanzar? S¨®lo una, muy amplia: hacer de La Celestina una lectura placentera, tanto para quien se acercara a la obra por vez primera, como para el hipot¨¦tico lector que en otras ocasiones hubiera abandonado el texto, desanimado, porque entend¨ªa muy poco, y el esfuerzo que deb¨ªa realizar parec¨ªa excesivo, y, aun sospechando que se privaba del disfrute de una obra cl¨¢sica, se daba por vencido. No puede leerse todo. Siempre queda algo pendiente. En realidad, me dije, ya con diez folios escritos ¡ªcomo si en lugar de diez fueran cien¡ª, vivo rodeada de esa clase de lectores. Yo misma me identifico con ese lector. Le¨ª en voz alta mis diez folios, asombrada de entenderlo todo. ?No lo hab¨ªa escrito yo? S¨ª, pero no: ese texto era La Celestina.
Antes de sentarme delante del ordenador, hab¨ªa le¨ªdo en las introducciones de algunas adaptaciones teatrales de la obra que, en general, pod¨ªa decirse que las opciones eran dos: o se tra¨ªa La Celestina al presente o se llevaba al lector al tiempo de La Celestina. ?Qu¨¦ era lo que estaba haciendo yo? Ninguna de las dos cosas, puede que las dos, no lo s¨¦. Yo, simplemente, le¨ªa y traduc¨ªa. Pero a la vez, estaba sucediendo algo important¨ªsimo: asist¨ªa a la formaci¨®n de una lengua que aspiraba a expresar una enorme complejidad de emociones. La lengua estaba haci¨¦ndose. Ha sido fascinante palpar ese momento. A¨²n no se hab¨ªa escrito el Quijote. En La Celestina la lengua es un torrente casi salvaje, lleno de fuerza y de luz y extremadamente ambicioso que busca precisi¨®n, matices, juego, belleza, claridad, complejidad, expresividad, comunicaci¨®n, arte.
?Ten¨ªa alguna idea de lo que buscaba, de lo que quer¨ªa? Una, muy amplia: hacer de ¡®La Celestina¡¯ una lectura placentera
Habr¨¢ amantes de la literatura a quienes este tipo de empresas no les interese, incluso habr¨¢ quien crea que el mero intento de verter al espa?ol moderno una obra cl¨¢sica resulta algo improcedente. Pero a quienes, como yo, se asomaron una vez a La Celestina y pensaron que era algo muy dif¨ªcil de leer, a ellos y a los lectores que se acercan por primera vez, les dir¨¦ que mi intenci¨®n ha sido, precisamente, eso: hacer que el conjunto de frases que constituyen la obra resulten comprensibles a la primera lectura. Me he detenido frase tras frase, intentando captar su sentido. Algunas son muy enrevesadas y creo, sinceramente, que su sentido se podr¨ªa discutir. Pero el contexto de la obra, de cada escena, de cada acto, ayuda.
En la empresa de hacer comprensible el texto he dejado fuera algunas ¡ªpocas¡ª frases, y he modificado muchas otras. Casi todas. Por supuesto, las m¨¢s largas. Pero incluso las cortas me ped¨ªan ser adaptadas a un lenguaje m¨¢s actual. He evitado, en todo caso, caer en un exceso de modernidad. No se trataba de escribir LC como se habla hoy. Sin duda, el argumento de LC est¨¢ unido a su lenguaje, que corresponde al siglo XVI.
Hay algunas frases que han quedado intactas. Eso me ha producido una gran satisfacci¨®n. El aroma de la obra permanece en ellas. Me entusiasman esas frases, son como esas piedras que sobresalen en medio de la corriente de un r¨ªo y que nos indican un posible aunque arriesgado paso. Fue maravilloso irlas reconociendo. Me han sido extraordinariamente ¨²tiles. A¨²n m¨¢s que ¨²tiles, alentadoras, me han dado ¨¢nimos. Ellas eran las encargadas de sostener el entramado de la traducci¨®n. Hab¨ªan permanecido intactas a trav¨¦s de los siglos.
Finalizada la tarea, me alegr¨¦ de que no se me hubiera encomendado expresamente que acortara la obra. He disfrutado, precisamente, en su extensi¨®n, en su magnitud. Que los personajes hablen tanto y tan bien, me maravilla. Me maravilla cada uno de los parlamentos. Me gusta, me entusiasma, me fascina como es, francamente irrepresentable. La he disfrutado como novela, incluso como novela moderna, especial¨ªsima, donde lo que cuenta es la intensidad de las emociones de todos y cada uno de sus personajes. La pasi¨®n f¨ªsica, el deseo, la codicia, la avaricia, el amor paterno, el amor filial, la amistad, las alianzas, las traiciones, la crueldad, la muerte¡ Todo est¨¢ ah¨ª, vivido y sentido. Y llega hasta nosotros. Esto es lo que he sentido y vivido yo mientras volv¨ªa a escribir LC y me situaba ¡ªosadamente¡ª junto a Fernando de Rojas, lo escuchaba y luego dec¨ªa sus palabras de otro modo. Me he sentido una int¨¦rprete, una intermediaria a quien se le confiaba una misi¨®n delicada e important¨ªsima.
He dejado fuera algunas frases, y he modificado muchas otras. He evitado, en todo caso, caer en un exceso de modernidad
Sin duda porque la lengua se est¨¢ haciendo mientras el autor escribe la obra, he tenido la impresi¨®n de que unas veces fluye y otras se detiene y atasca, pero siempre sale adelante. Siempre triunfa. He seguido el ejemplo, he buscado el amparo de su caminar a tientas, porque, si a tientas escrib¨ªa el autor, a¨²n m¨¢s a tientas he escrito yo. Queriendo mantener su aroma y su esp¨ªritu, buscando su sentido, he sido osada, como en realidad lo son, osados, todos los escritores.
Al viejo e inacabable debate sobre si la obra es teatro o novela, s¨®lo podr¨ªa a?adir que en mi opini¨®n su novedad radica en esa duda. Si quien la lee es novelista ¡ªcomo es mi caso¡ª la obra es, fundamentalmente, novela. Y, por cierto, muy moderna, muy actual. No se trata de una novela decimon¨®nica, poblada de descripciones. Precisamente por eso resulta tan moderna. Es el lector quien imagina, quien crea el contexto, a partir de los poqu¨ªsimos datos que se le ofrecen. ?En qu¨¦ ciudad o villa se desarrollan los hechos?, ?en qu¨¦ estaci¨®n del a?o? En un tiempo c¨¢lido, que se presta a las citas amorosas al aire libre. No es invierno. En el decimocuarto acto, dice Calisto: ¡°Y vosotros, meses invernales, que ahora est¨¢is ocultos, cambiad vuestras noches oscuras por estos d¨ªas tan lentos¡±. No encontramos muchas m¨¢s referencias al clima ni a las estaciones. Sabemos que Celestina vive all¨¢ donde la cuesta del r¨ªo ¡ªse nos dice en varias ocasiones¡ª y que la casa de Melibea est¨¢ cerca de la ribera, a donde Pleberio, su padre, la invita a pasear en el vig¨¦simo acto. Sabemos que el mar est¨¢ pr¨®ximo porque Melibea, en su escena final, atisba los nav¨ªos que navegan por ¨¦l. No mucho m¨¢s. Hay huertos y hay caminos, hay calles estrechas, casas se?oriales, tabernas, viejas casas de pueblo, curtidur¨ªas, un r¨ªo y ese vago mar. Se nos describen los oficios, se enumeran los bienes materiales, se hacen alusiones al linaje, a las relaciones entre los se?ores y sus siervos¡ Es cierto, aunque breves, hay muchas, innumerables se?ales para los estudiosos. Pero est¨¢ perfectamente claro que la acci¨®n y los personajes son lo que cuenta, y lo que maravilla a un novelista o a un lector de novelas de hoy.
Ciertamente, es mucho lo que dicen los personajes, pero es mucho, tambi¨¦n, lo que callan y lo que se calla el autor, Fernando de Rojas. Este silencio es parte esencial del drama. Los estudiosos han comentado extensamente el gran enigma: ?Por qu¨¦ el amor entre Calisto y Melibea es un amor prohibido?, ?qu¨¦ impide que se casen y disfruten de ¨¦l durante toda su vida? Pero este es el punto de partida y queda definido desde el primer acto de la comedia, desde la primera escena, desde el primer parlamento de Melibea.
El amor entre Calisto y Melibea es il¨ªcito. Para decirlo en otras palabras: es un amor imposible. ?Es el concepto de amor imposible f¨¢cil de entender para un lector de hoy? Evidentemente, aunque las cosas hayan cambiado mucho, a¨²n existen los amores imposibles. Pero lo fundamental es que el lector sabe que la obra que tiene en las manos fue publicada en la Espa?a del siglo XVI, cuya sociedad refleja. Aunque haya muchos silencios en la obra, hay, tambi¨¦n, las suficientes se?ales como para que el lector comprenda que se trataba de una sociedad llena de prejuicios, estamentos, categor¨ªas, no s¨®lo sociales, sino religiosas. En aquella sociedad, conviv¨ªan jud¨ªos, moros y cristianos y en todos los grupos se daban muchos matices y todos se reg¨ªan por sus propias categor¨ªas. El lector sabe que en esa sociedad ¡ªcomo, sin duda, en otras que no conoce de primera mano, pero de las que oye hablar en los noticieros¡ª pod¨ªan darse los amores imposibles.
La visi¨®n del mundo que subyace en la obra es pesimista, terriblemente fatalista, y no cuenta con el consuelo de la religi¨®n. Melibea se da muerte a s¨ª misma y Pleberio, al llorarla, no la acusa de desobedecer ning¨²n mandato divino. M¨¢s bien alega, para justificar su dolor, razones muy humanas. El lamento de Pleberio nace del dolor del padre, no corresponde en absoluto a un guardi¨¢n del orden social ni mucho menos religioso.
?Qu¨¦ consuelo puede proporcionar una obra que finaliza con esta pregunta, puesta en boca de Pleberio, padre de Melibea: ¡°?Por qu¨¦ me dejaste triste y solo en este valle de l¨¢grimas?¡±. No es un reproche a Melibea, sino al mundo, que est¨¢ poblado de dolor, de malos amores, de crueldad, de continuas y terribles mudanzas, vaivenes, y ca¨ªdas desde lo m¨¢s alto, de una angustiosa y permanente fugacidad, de la constante amenaza de la muerte.
Creo que al lector actual le parecer¨¢ que La Celestina est¨¢ mucho m¨¢s cerca de una novela moderna que de una obra de teatro del siglo XVI. As¨ª, al menos, me lo ha parecido a m¨ª. Si alguien, despu¨¦s de leer el texto que le ofrezco ahora, desea ir al original, ser¨¢ mi mejor recompensa.
La Celestina. Fernando de Rojas. Versi¨®n y pr¨®logo de Soledad Pu¨¦rtolas. Castalia. Madrid, 2012. 320 p¨¢ginas. 9,90 euros.
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