De sue?o americano a pesadilla mundial
La muestra ¡¯Suburbia¡¯ recorre casi siete d¨¦cadas del sue?o de tener una casa con jard¨ªn a la pesadilla de ver desaparecer el paisaje y los ideales que lo propiciaron
La modernidad era americana. Tener una casa con jard¨ªn y, atenci¨®n, sin vallar. A un lado, la vivienda ten¨ªa un garaje que serv¨ªa para aparcar el coche o para convertirlo en taller de bricolaje, el hobby del marido que, lata de cerveza en mano, manten¨ªa un c¨¦sped de no m¨¢s de un cent¨ªmetro.
El lugar de la mujer era el interior. La cocina americana que, al no estar separada del sal¨®n, la conectaba con el resto de la familia. Y le permit¨ªa el pluriempleo: vigilar a los ni?os mientras apretaba botones para limpiar o preparar la cena (abriendo latas y calentando lo que hab¨ªa comprado en el supermercado en el microondas). Los ni?os pod¨ªan hacer deporte ¡ª?qu¨¦ casa no ten¨ªa una canasta de baloncesto en un rinc¨®n de la fachada?¡ª y empezar a ganarse un dinerito temprano repartiendo, en bicicleta, el peri¨®dico de la tarde enrollado. El porche era el territorio del perro, que dormitaba, de las mujeres que, sobradas de tiempo gracias a la ayuda de los electrodom¨¦sticos, pod¨ªan pintarse las u?as o reunirse con sus amigas, mientras sus maridos ve¨ªan el partido de beisbol en el televisor, el ¨²nico en el interior de la vivienda que hab¨ªa sustituido a la chimenea. Nos hemos hartado de ver ese paisaje en las pel¨ªculas y de imaginarlo en las novelas. ?Qu¨¦ ha ocurrido con tanta armon¨ªa?
Las ciudades han crecido hist¨®ricamente, tanto por el ¨¦xito como por, ay, el fracaso. Las personas llegamos a ellas para transformar nuestra vida ¡ªtrabajando, estudiando o en busca de oportunidades¡ª y nos encontramos con que, hoy, casi m¨¢s dif¨ªcil que encontrar trabajo es hallar d¨®nde poder pagar un piso/habitaci¨®n para dormir.
La falta de espacio en el centro urbano, o su congesti¨®n, su contaminaci¨®n o su venta al mejor postor, hizo crecer las ciudades norteamericanas. Pero tambi¨¦n una planificaci¨®n urban¨ªstica que pon¨ªa el negocio de la venta de inmuebles y coches (el refugio y el transporte de las personas) por encima de cualquier otra prioridad. As¨ª, la vida en los suburbios americanos era, comparada con la vida en los suburbios europeos, un escenario libre de conflictos, el espacio para la familia ideal.
Las viviendas se publicitaban como el sue?o americano para vivir en contacto con la naturaleza, no se dec¨ªa que lejos del centro urbano. B¨¢sicamente prefabricadas, se pod¨ªan levantar r¨¢pidamente, ampliar con el tiempo y hasta singularizar eligiendo el color de la madera de la fachada.
A trabajar se pod¨ªa ir en coche, hasta la estaci¨®n, y de ah¨ª coger un tren. En un pa¨ªs sin sistema de sanidad p¨²blica, ni acceso casi gratuito a una educaci¨®n superior, los chavales ten¨ªan transporte gratuito ¡ªen un school bus amarillo que no ha alterado su est¨¦tica¡ª hasta la escuela secundaria y/o el instituto. Pero¡ en cuanto cumpl¨ªan 16 a?os se sacaban el carnet de conducir y compraban un coche de segunda mano. Para entonces, hab¨ªan dejado de repartir diarios y trabajando unas horas en el McDonalds local pod¨ªan pagarse la gasolina. As¨ª de barata era la l¨®gica del coche. Tanto que en muchos barrios ni se constru¨ªan cines: se llegaba hasta la pantalla sin salir del coche. Aquello era el modelo americano. El Estado pag¨® ¡ªcon los impuestos de todos¡ª por la construcci¨®n y el mantenimiento de las carreteras. Descuid¨®, en muchos casos, la red ferroviaria menos rentable. ?Qu¨¦ pas¨® entonces si todo parec¨ªa perfecto?
La exposici¨®n del CCCB (Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona) Suburbia. La construcci¨®n del sue?o americano lo cuenta. Hasta el 8 de septiembre puede uno trasladarse en el tiempo y, gracias al trabajo de su comisario Philipp Engel, contagiarse de tanta esperanza y felicidad. Tambi¨¦n decepcionarse al darse cuenta de que la felicidad es siempre algo temporal.
Sucedieron varias cosas. En primer lugar, esos nuevos suburbios verdes y alegres eran tambi¨¦n guetos. La diversidad urbana, la variedad ¨¦tnica o social, rara vez pod¨ªa compartir un mismo tipo de vivienda. Las casas eran todas espaciosas, fomentando indirectamente el consumo. Pero adem¨¢s, llegado un punto, lo de dejar la puerta abierta dej¨® de funcionar. Con la llegada del miedo, buena parte de la poblaci¨®n m¨¢s acostumbrada al h¨¢galo usted mismo que a confiar en las instituciones p¨²blicas, adquiri¨® armas de fuego. El verde buc¨®lico se llen¨® de rifles y de coches.
La vida en el suburbio se hac¨ªa entorno al centro comercial, que manten¨ªa una temperatura constante hiciera fuera 40 o menos diez grados. Hoy, cientos de esos centros comerciales han desaparecido. La muestra expone ese paisaje desolador. De la misma manera que en Europa vemos desaparecer el peque?o comercio por la llegada de Amazon ¡ªo vemos las tiendas del barrio reconvertirse en centros de recogida¡ª en Estados Unidos la compra por correo arruin¨® su principal lugar de ocio.
Hay mucho m¨¢s, y Engel ¡ªque estudi¨® literatura comparada¡ª tiene una mirada capaz de explicar la arquitectura y el urbanismo m¨¢s all¨¢ de los edificios y las calles. Ese es el valor de esta exposici¨®n. El papel de la mujer, que s¨®lo iba a tener que apretar botones en aquellas cocinas mecanizadas, cambi¨® con su incorporaci¨®n masiva al mercado laboral. Y, con esa independencia econ¨®mica, con su capacidad para tomar decisiones propias. Los ni?os comenzaron a desaparecer con el descenso de la natalidad. Llegaron, adem¨¢s, otras razas, otras culturas, otras maneras de relacionarse con la calle. Y con la soledad. Los peri¨®dicos dejaron de imprimirse, y de leerse. Los coches, que ofrec¨ªan tanta libertad, pasaron a ahogar los suburbios. En el tren hacia la ciudad ya no se lee el diario de la tarde, se mira lo que el algoritmo quiere que nos distraiga.
El ge¨®grafo Francesc Mu?oz retrata en esta exposici¨®n lo que ocurri¨® en Catalu?a: la ¨¦poca del adosado. Y sus consecuencias para las ciudades. Hoy, cuando entendemos que tener un coche es un lujo y no un derecho, cuando no lo vemos como el futuro, sino casi como una r¨¦mora del pasado, y cuando hemos recuperado calles para caminar, nuestra vida, nuestras finanzas y nuestros cuerpos est¨¢n cambiando.
Lo ¨²nico que parece permanecer en la ciudad, y en los suburbios que la rodean, es su inagotable capacidad de transformaci¨®n. Tambi¨¦n la prioridad de comercializar con los sue?os. Convertidos nosotros mismos en turistas por todo el mundo: hemos asistido a la invasi¨®n del turismo que nos ha dejado con escasas posibilidades de vivir en la ciudad. E incluso en los suburbios m¨¢s cercanos. Ahora Amaz¨®n presume de salvar la vida en los pueblos gracias a sus repartos. Suceda lo que suceda, tenemos material para nuevas pel¨ªculas y novelas: la realidad seguir¨¢ superando a la ficci¨®n.
Babelia
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