Portugal sucumbe ante los desconocidos americanos
Un aguerrido grupo de jugadores desconocidos protagoniz¨® uno de esos momentos por los que la Copa del Mundo es especial. Son chicos como Brian McBride, delantero de los Crew de Columbus, o DaMarcus Beasley, extremo de los Fire de Chicago, o Landon Donovan, prometedor delantero de los Earthquakes de San Jos¨¦. Son jugadores americanos, de la Am¨¦rica donde el f¨²tbol ha sido el paria de los deportes durante d¨¦cadas. Fueron el coraz¨®n de la selecci¨®n que derrot¨® a Portugal en uno de los partidos que quedar¨¢n fechados en la historia de los Mundiales.
Ocurri¨® el cinco de junio de 2002, en Suwon, lugar que para los portugueses siempre estar¨¢ asociado a una derrota vergonzosa. Para Estados Unidos ser¨¢ un nombre glorioso, porque su victoria tiene la trascendencia y el alcance de lo impensable. Portugal aline¨® a la famosa generaci¨®n de Figo, Rui Costa y dem¨¢s estrellas. Son ricos y famosos. Tienen tanto prestigio que uno de ellos, Figo, fue designado mejor jugador del mundo hace seis meses.
Nadie pod¨ªa imaginar una derrota frente a un equipo que s¨®lo ha ganado un partido de la Copa del Mundo en los ¨²ltimos 50 a?os. Pero ocurri¨® en una tarde de bochorno y bruma que comenz¨® con un gol en la porter¨ªa del desdichado Vitor Ba¨ªa, uno de los porteros m¨¢s sobrevalorados de los ¨²ltimos a?os. Probablemente el que m¨¢s. Fall¨® Ba¨ªa y acerto McBride, un pelirrojo que les dio toda clase de problemas a los lentos centrales portugueses.
El tanto se tom¨® como una an¨¦cdota. Tampoco mereci¨® mayor consideraci¨®n otro descomunal error de Ba¨ªa, que dej¨® la pelota a los pies de un delantero americano en un despeje. El portero portugu¨¦s daba tumbos en el ¨¢rea, s¨ªntoma de lo que suced¨ªa en el resto de las l¨ªneas. A los americanos el gol les provoc¨® un ataque de entusiasmo. De eso suelen estar sobrados, pero en esta ocasi¨®n dieron la impresi¨®n de tener alg¨²n jugador interesante y una estructura que les sirvi¨® para contener a su rival con cierta facilidad. Al menos durante la primera parte, que es donde se escribi¨® el nudo central de esta sorprendente obra.
No hubo reacci¨®n de Portugal porque todos sus jugadores fracasaron. A la cabeza Figo y Rui Costa. Para eso son l¨ªderes del equipo y los m¨¢s respetados en el mundo del f¨²tbol. Figo fue el mismo jugador pesadote de sus ¨²ltimos meses en el Real Madrid. Rui Costa pareci¨® la sombra del futbolista intr¨¦pido y din¨¢mico que provoc¨® admiraci¨®n hace dos a?os en la Eurocopa. Y de los acompa?antes no hubo noticias nunca. Durante todo el primer tiempo, Estados Unidos tuvo las oportunidades y los goles. Cada uno de sus futbolistas estaba en la mejor versi¨®n posible, con la excepci¨®n de Hedjuk, un defensa tan elemental que no explica la falta de decisi¨®n de Portugal para atacar por ese flanco.
Un liviano zurdo comenz¨® a generar problemas con su velocidad en la defensa portuguesa. Beasley result¨® imparable por la banda izquierda. No s¨®lo superaba a Beto, sino que ayudaba al atribulado Hedjuk y colaboraba con inteligencia en el juego del medio campo. El caso es que los americanos llegaban con alguna frecuencia al ¨¢rea portuguesa y la gente comenzaba a sospechar que hab¨ªa partido. Cuando lleg¨® el segundo gol -un centro desviado hacia su porter¨ªa por Jorge Costa-, ya no hubo dudas de que pod¨ªa ocurrir algo grande.
Lleg¨® el tercer gol, favorecido por un desastroso marcaje a McBride, y nadie pod¨ªa entender la falta de respuesta de Portugal a un adversario con serias limitaciones. Portugal era una casa sin gobierno. Lleno de medias puntas, cada uno se aventuraba como le ven¨ªa en gana. Figo arranc¨® en la derecha, pas¨® a la izquierda y termin¨® en el medio, donde hab¨ªa un tap¨®n colosal. Sin embargo, el encuentro daba para errores continuos, uno de ellos aprovechado por Beto para anotar el primer tanto portugu¨¦s. El gol que se sospechaba decisivo para levantar a un equipo dormido.
Es cierto que todo el segundo tiempo fue de asedio a Friedel y que se observ¨® en los americanos una especie de horror al vac¨ªo. La probabilidad de la victoria les aplastaba. Encerrados en su ¨¢rea, cada vez m¨¢s desorganizados, quedaron expuestos al ataque portugu¨¦s, que se distingui¨® por su terquedad en buscar por el medio, donde Figo, Joao Pinto y Rui Costa se discut¨ªan el espacio. Pauleta les quedaba a un kil¨®metros. Hubo alguna oportunidad y la sospecha de que pod¨ªa ocurrir cualquier cosa en el ¨¢rea americana. Un golazo en propia puerta, por ejemplo. Fue el que marc¨® Agoos y el que pareci¨® salvar la vida a Portugal. Pero no. A ¨²ltima hora, los portugueses no ten¨ªan ni juego, ni recursos, ni aire. Eran jugadores estupefactos por el tama?o de su fracaso ante Estados Unidos, la naci¨®n a la que nadie se toma con seriedad en el mundo del f¨²tbol. Hasta que ocurri¨® la haza?a de Suwon.
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