Una vuelta al estadio Ol¨ªmpico
Es una gran final y, como suele decirse cuando no se sabe qu¨¦ decir, puede pasar cualquier cosa. A no ser, claro est¨¢, que el escenario influya. Si el estadio Ol¨ªmpico, con su pasado y sus fantasmas, tiene voz en el asunto, hay que esperar pelea y sufrimiento. El Ol¨ªmpico recuerda la final de la Copa de Europa de 1984, que el Roma jugaba en casa frente al Liverpool y perdi¨® en los penaltis: el lugar es experto en decepciones. Recuerda tambi¨¦n la final del Mundial de 1990, lam¨¢s indigesta de todos los tiempos (Alemania, 1; Argentina, 0). Y, por supuesto, los cl¨¢sicos tremebundos entre el Lazio y el Roma. Ha trasegado decenas de partidos de abordaje, cuchillo en boca y cuerpo a cuerpo. Tras un derby de 1971, el entonces director del Corriere dello Sport, Antonio Ghirelli, resumi¨® en pocas y entusi¨¢sticas palabras el esp¨ªritu dominante: "Ha sido un gran derby: feo, raro, malparido, pero grande".
Habr¨¢ quien, ante los m¨¢rmoles y las estatuas, invoque a los gladiadores. Seguro: "La final de los gladiadores". No nos equivoquemos: el Foro It¨¢lico, que incluye el estadio, naci¨® como ForoMussolini y s¨®lo en los sue?os fascistas tiene algo que ver con el antiguo imperio. Resultan l¨®gicos, por tanto, la est¨¦tica general, elmonolito dedicado a Mussolini y los mosaicos con la inscripci¨®n Duce, Duce, Duce. La evocaci¨®n fascista liga con el pasado de los dos inquilinos habituales. Especialmente, contra lo que habitualmente se supone, con el del Roma. Nadie es responsable de su nacimiento, pero el Roma fue el resultado de una orden de Mussolini.
El dictador, que proced¨ªa del norte, se esforz¨® en equilibrar el pa¨ªs mejorando el nivel del sur: sane¨® los territorios pantanosos, impuls¨® la agricultura y mejor¨® los ferrocarriles. Fallaba el f¨²tbol: Roma, capital del imperio que so?aba el Duce, no ganaba ni a tiros. La SS Lazio, una sociedad fundada en 1900 por un grupo de burgueses entusiasmados por los ideales ol¨ªmpicos (de ah¨ª, los colores blanco y azul celeste, los de la bandera griega), se ve¨ªa incapaz de competir con los equipos de Tur¨ªn, Mil¨¢n o Bolonia. ?Soluci¨®n? Fusionar a todos los equipos que jugaban en Roma. El Lazio, respaldado por un jerarca del r¨¦gimen, se neg¨®. Y de la uni¨®n de todos los dem¨¢s, empezando por la Ginnastica Roma, en 1927 surgi¨® la AC Roma. De ah¨ª surgi¨® tambi¨¦n lamala fama del Lazio, acusado de orgullo e insolidaridad por negarse a fundirse con el resto.
Poco a poco, la propaganda romanista cre¨® el estereotipo del laziale ajeno a la ciudad, procedente de los suburbios o de los pueblos de la provincia. Y empez¨® a apodar burini, catetos, a los aficionados blancocelestes. Como se ve, la mala sangre entre romanistas y laziales viene desde siempre. En pocas ciudades se viven los cl¨¢sicos con el encono de Roma. Cuesta pensar que toda esa bilis no se haya filtrado, a?o tras a?o, en las piedras del estadio. La bilis y tambi¨¦n las l¨¢grimas porque no es raro salir llorando del Ol¨ªmpico: basta con acudir a un derby, o a un Roma-N¨¢poles, o a un Lazio-Livorno, o a un Roma-Juventus.
Lo m¨¢s normal, tras esos partidos, es que un sector del p¨²blico remate la jornada atacando a la polic¨ªa y que la polic¨ªa responda con gases lacrim¨®genos. De ah¨ª, lo de salir con llanto. Ocurrir¨¢ otra vez el mi¨¦rcoles. No por los gases, esperemos, sino por el orden natural de las cosas: conviene recordar que las finales est¨¢n hechas para llevar hasta el ¨¦xtasis a la mitad de los espectadores y para dejar hecha polvo a la otra mitad.
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