Nadal, por tierra, mar y aire
El mallorqu¨ªn arrasa a M¨®naco (6-1, 6-1 y 6-2), sin voz ni voto en el partido, y adelanta 1-0 a Espa?a en la final de la Copa Davis
"?Rafa! ?Rafa!", retumba el estadio de La Cartuja, que lleva media tarde adormecido. "?Rafa!, ?Rafa!", grita la gente mientras Rafael Nadal se enfrenta a Juan el Pico M¨®naco en el primer duelo de la final de la Copa Davis. "?Rafa! ?Rafa!", reverbera por fin el estadio, despertado por un punto incre¨ªble del n¨²mero dos, el gigante al que nada hace cosquillas sobre tierra. 1h11m dicta el reloj. Es 6-1 y 2-1 para Nadal, que opera con un 15-15 sobre el saque de su contrario. Por dos veces remata la jugada M¨®naco. Por dos veces vuelve la pelota como si fuera imposible que sume el punto. Una vez m¨¢s aprieta el brazo el argentino, y de nuevo la bola vuelve m¨¢gicamente. Es el momento de la caballer¨ªa. El Pico sube a la red con la audacia y la belleza de las causas perdidas. Vuelve a rematar. All¨ª le espera Nadal: un pasante de rev¨¦s le encamina hacia el break (6-1 y 3-1), que es el ¨²ltimo clavo en el ata¨²d del encuentro (6-1, 6-1 y 6-2). Espa?a manda 1-0 en la lucha por el t¨ªtulo. David Ferrer se enfrentar¨¢ ahora a Juan Mart¨ªn del Potro.
En apenas una semana, el mallorqu¨ªn sufri¨® una transformaci¨®n radical. Su metamorfosis se midi¨® en tiempo, posici¨®n y contundencia. Del tenista un punto sofocado que vio la Copa de Maestros, que se disputa sobre cemento y bajo techo, pas¨® a ocupar el sitio al que acostumbra cuando juega sobre tierra: fue un cacique implacable. Nada pregunt¨® ni para nada pidi¨® permiso. Plantado sobre la l¨ªnea de fondo, el sitio que le da el gobierno del juego y la atalaya desde la que observa con m¨¢s claridad la pista, reparti¨® sus golpes como el boxeador se ensa?a con el saco de pr¨¢cticas: de pu?etazo en pu?etazo, alegremente r¨ªtmico, terror¨ªficamente fuerte.
En el cemento de Londres, la pelota llegaba hasta su raqueta llena de dientes, mordiendo el tiempo, comi¨¦ndose el espacio. En la tierra de Sevilla, por ahora, acude a su encuentro con la velocidad pl¨¢cida de las tardes de recreo, permitiendo que entren en acci¨®n todos los engranajes de su maquinaria. M¨®naco, sin respuestas, fue espectador privilegiado de su puesta en escena. Lo dio todo y no le sirvi¨® de nada: acab¨® rebozado en tierra, con el codo y la rodilla ensangrentados y solo cuatro juegos que llevarse de recuerdo.
Fue el mallorqu¨ªn quien activ¨® a la grada. Hasta que sonaron las trompetas y las tonadillas de San Ferm¨ªn, hasta que retumbaron los estridentes acordes toreros, hubo un ¨²nico altavoz desde el cemento, y lleg¨® con acento porte?o. "?Vamos, vamos, Argentina, vamos vamos, a ganar; que esta barra quilombera, no te deja, no te deja de alentar!", gritaban las gargantas. "?Argentina! ?Argentina!", se o¨ªa en el estadio, mientras otros aficionados protestaban por la mala visibilidad o el humo que sal¨ªa de uno de los vomitorios. "?Vamos, pibe! ?Vamos!", se chillaba.
Ni el mallorqu¨ªn, espl¨¦ndido, fue capaz de silenciar esa algarab¨ªa, entusiasta como es el p¨²blico argentino, que tiene mucha alma. El silencio fue de M¨®naco, doblemente fracasado: perdi¨® y solo tuvo a su contrario 2h 27m en la pista, cuando el objetivo m¨ªnimo era cansarle de cara al domingo. A la que Nadal le peg¨® un bufido, el tandilense se qued¨® mudo.
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