La osad¨ªa de hacer sonar el silbato
Afortunadamente, los ¨¢rbitros son capaces de no pensar en nosotros y centrarse en su tarea

Un viejo dicho del baloncesto dice as¨ª: ¡°Es preferible dejar que los jugadores decidan el partido¡±. Con respecto a esto, la opini¨®n general es que los ¨¢rbitros deber¨ªan apartarse a un lado o correr el riesgo de poner en peligro la te¨®rica integridad del juego.
En ning¨²n otro lugar se pone m¨¢s en pr¨¢ctica esta teor¨ªa que en los playoffs de la NBA. Los partidos son m¨¢s f¨ªsicos, m¨¢s disputados y m¨¢s puros que la versi¨®n normal. Esto, solemos decir, es bueno. Significa que el resultado ya no est¨¢ en manos de los ¨¢rbitros (o en sus ojos o en sus silbatos, por as¨ª decirlo) y pasa a depender, afortunadamente, de los jugadores.
El problema es que lo que solemos decir suele ser equivocado.
No hace mucho, llegaba tarde a una cita con el m¨¦dico. Entre la consulta y mi posici¨®n hab¨ªa un tramo de carretera en el que podr¨ªa haber conducido mi coche f¨¢cilmente a 100 kil¨®metros por hora. El problema era que la velocidad estaba limitada a 60. Refunfu?¨¦ y pens¨¦ que si, solo por esta vez, pod¨ªa exceder el l¨ªmite de velocidad, sin duda me ir¨ªa mejor.
Eso era cierto, dentro de los l¨ªmites del yo y del ese momento. Pero no era cierto para el conjunto de la sociedad. Ni qu¨¦ decir tiene que, si no hubiera l¨ªmites de velocidad, sobrevivir¨ªa menos gente en los desplazamientos matutinos al trabajo.
Queremos ver contraataques de v¨¦rtigo, jugadas explosivas y decisiones r¨¢pidas
Este sentido del bien com¨²n tambi¨¦n es v¨¢lido para el baloncesto. Podr¨ªa parecer que ser¨ªa mejor que no se pitara el bloqueo ilegal de Kevin Garnett, o que se le permitiera a LeBron James lanzar un tiro en el ¨²ltimo segundo, o que se le diera carta blanca a Ron Artest para castigar a Kevin Durant en la zona. Pero no es mejor ni para la temporada regular, ni para los playoffs, ni para el baloncesto en general.
Queremos ver contraataques de v¨¦rtigo, jugadas explosivas y decisiones r¨¢pidas tomadas por hombres que piensan r¨¢pido. Parad¨®jicamente, la ¨²nica forma de conseguir lo que queremos es que los hombres de los silbatos piten m¨¢s faltas, no menos. Cuando los ¨¢rbitros pitan faltas, los jugadores que la cometen aprenden que no pueden provocarlas o tendr¨¢n que marcharse del partido. Se hacen menos faltas, el partido se acelera y nosotros, los idiotas confiados en que quer¨ªamos desesperadamente, en ese momento, conducir a 100 km/h para llegar a tiempo a nuestra cita con el m¨¦dico, estamos m¨¢s contentos.
Hay una escena en Braveheart en la que los hombres de William Wallace est¨¢n esperando el ataque de las hordas inglesas. Mientras sus hombres aguardan para enfrentarse a los guerreros que se aproximan, Wallace grita m¨¢s adelante: ¡°Aguantad ?Aguantad! ?AGUANTAD!¡±. Sabe que a los suyos les ir¨¢ mejor si a nadie le entra el p¨¢nico, si todo el mundo deja de lado sus motivaciones ego¨ªstas por el bien del grupo y se ci?en al plan.
Los ¨¢rbitros de la NBA son los hombres de Wallace. Nosotros somos los ingleses gritones. Les chillamos para que no usen sus silbatos. Les maldecimos cuando pitan una falta en los segundos finales. Levantamos nuestras manos cuando los ¨¢rbitros tienen la osad¨ªa de interrumpir nuestra comuni¨®n espiritual con la acci¨®n que se desarrolla ante nosotros.
Somos dif¨ªciles de pasar por alto; somos muchos y hacemos demasiado ruido. Afortunadamente, los ¨¢rbitros son capaces de no pensar en nosotros, de centrarse en la tarea que tienen entre manos y de ignorar a las hordas que quieren conducir todo lo deprisa que pueden hacia la destrucci¨®n del juego que les encanta ver.
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