El milagro de Medinah
Contra todo pron¨®stico y esperanza, la Europa de Olaz¨¢bal derrota a Estados Unidos gracias a un ¡®putt¡¯ victorioso de Kaymer
Una marea azul inund¨® Medinah, el impoluto y elegant¨ªsimo club de golf a las afueras de Chicago. Una marea insoportable, omnipresente, omnipotente, que no dej¨® rinc¨®n sin tocar, alma que espantar. Era el equipo europeo de golf, que salt¨® al campo pronto por la ma?ana ¡ªsalvo su n¨²mero uno, Rory McIlroy, que se equivoc¨® de hora y por poco llega tarde¡ª dispuesto a convertir no solo en posible, sino en inevitable, un imposible: retener aquella Ryder Cup ganada en 2010 en la ¨²ltima jornada, en los 12 ¨²ltimos, a la que llegaban perdiendo 10-6 en los partidos por parejas, su especialidad. Necesitaban ganar ocho de los 12 partidos individuales.
Nunca en mi vida he experimentado una emoci¨®n como esta¡± Jos¨¦ Mar¨ªa Olazabal
Ganaron ocho de los 12 partidos. Y empataron uno. El medio punto que tir¨® Tiger Woods en el ¨²ltimo suspiro y que certific¨® la victoria final por 14,5 a 13,5. Convirtieron el tan bien cuidado c¨¦sped del hoyo 18? en un valle de l¨¢grimas estadounidenses, en una caverna en cuya boca se estremecieron hombres hechos y derechos, algunos de los mejores golfistas del mundo, pegadores de tremenda longitud, ganadores de grandes y de millones de d¨®lares. Todos ellos, norteamericanos.
EE UU, 13,5; EUROPA, 14,5
Watson pierde con Donald por 2 y 1. Simpson pierde con Poulter por dos hoyos. Bradley pierde con McIlroy por 2 y 1. Mickelson pierde con Rose por uno. Snedeker pierde con Lawrie por 5 y 3. Johnson gana a Colsaerts por 3 y 2. Johnson gana a McDowell por 2 y 1. Furyk pierde con Garc¨ªa por uno. Dufner gana a Hanson por dos. Kuchar pierde con Westwood por 3 y 2. Stricker pierde con Kaymer por uno. Woods y Molinari empatan.
Un putt del alem¨¢n Martin Kaymer, uno de los jugadores menos usados por el equipo, en el ¨²ltimo hoyo del pen¨²ltimo partido, dos metros y medio, no m¨¢s, para derrotar por uno a Steven Stricker, fue el golpe del empate que era una victoria ¡ªlos ganadores en la edici¨®n anterior retienen la copa simplemente empatando¡ªSalieron todos los europeos de azul marino, como le gustaba a Seve, y con las palabras de arenga de su capit¨¢n, Jos¨¦ Mar¨ªa Olaz¨¢bal, grabadas en su esp¨ªritu como un lema al que no pod¨ªan traicionar.
¡°Yo creo¡±, les dijo el golfista vasco. ¡°Poco m¨¢s os tengo que decir: salid ah¨ª y dadle duro¡±. Hizo eso (¡°hice lo que me ense?¨® Seve¡±, dijo, ¡°que nada termina hasta que no termina, que nada est¨¢ perdido hasta el final¡±) y tambi¨¦n dise?¨® una estrategia agresiva para los emparejamientos individuales. Envi¨® por delante a su n¨²cleo duro ¡ªsus mejores jugadores, en los que m¨¢s confiaba: Luke Donald, Ian Poulter, el mejor de todos, el m¨¢s s¨®lido, el de esp¨ªritu m¨¢s combativo, el m¨¢s sentimental, ¡°merece un monumento¡±, dijo Olaz¨¢bal; Rory McIlroy, Justin Rose, Paul Lawrie¡ª, confiando en que sus probables victorias crearan tal sensaci¨®n que minaran hasta derrumbar la moral de sus rivales.
La jugada fue perfecta. Todos respondieron. la primera victoria fue la de Donald sobre el ganador del ¨²ltimo Master, Bubba Watson; le sigui¨® Lawrie, un veterano terrible, que destroz¨® a Brandt Snedeker, el mejor del circuito de la PGA; despu¨¦s McIlroy, que acab¨® con el hombre milagro de EE UU, el joven invicto Keegan Bradley, ganador de un grande; y la cuarta victoria tambi¨¦n fue europea, la que empez¨® a decantar el d¨ªa, la de Rose (dos birdies en los dos ¨²ltimos hoyos) frente al at¨®nito zurdo Phil Mickelson, que hab¨ªa llegado al 16? con un hoyo de ventaja. En ese momento, el ¡°yo creo¡± dej¨® de ser un deseo para convertirse en una certidumbre: ¡°yo gano¡±. Y, luego, para certificarlo, como si hiciera falta, tras dos victorias estadounidenses, lleg¨® el momento de Sergio Garc¨ªa. El espa?ol, como Rose, perd¨ªa con Jim Furyk por uno a falta de dos hoyos. Y del veteran¨ªsimo norteamericano ten¨ªa un recuerdo amargo, pues en su primera Ryder, en 1999, cuando la gran remontada estadounidense, le hab¨ªa masacrado por cuatro golpes. Ayer fue Furyk el que se derrumb¨® con estr¨¦pito: dos bogeys en los dos ¨²ltimos hoyos acabaron con su esp¨ªritu, y su des¨¢nimo se contagi¨® a sus compa?eros.
No lo ten¨ªan todo perdido. Ten¨ªan a sus mejores jugadores en pista frente a la segunda fila de europeos. Kuchar, Stricker y Woods contra Westwood, Kaymer y el italiano Francesco Molinari. Necesitaban una sola victoria en esos tres partidos. Los perdieron los tres. Todos, salvo el de Westwood, que arroll¨® a Kuchar, en el ¨²ltimo hoyo, en el momento en el que el temple era la clave. Gan¨® Europa de forma milagrosa, y las emociones se desbordaron. ¡°Los chavales han hecho un esfuerzo incre¨ªble¡±, dijo Olaz¨¢bal. ¡°Nunca he experimentado una emoci¨®n como esta. Se lo dedico a mi amigo Seve¡±. Y Olaz¨¢bal, uno que ha ganado dos chaquetas verdes en Augusta, el lapicero en la oreja como un tendero para hacer sus cuentas, se ech¨® a llorar y se tap¨® la cara con la gorra, t¨ªmido ante la c¨¢mara. ¡°Ha sido incre¨ªble la sensaci¨®n de ver a 12 jugadores darlo todo, sacrificarse por el colectivo, y creer. Ha sido la victoria de la fe. Nunca hemos dejado de creer en nosotros¡±.
Y escrito en el cielo, ¡°hazlo por Seve¡±
Quiz¨¢s por su tendencia a la modestia tambi¨¦n, pero sobre todo porque conoce el valor catalizador que la memoria de Severiano Ballesteros (fallecido en mayo de 2011) tiene sobre los golfistas europeos nacidos en los ¨²ltimos 50 a?os, Jos¨¦ Mar¨ªa Olaz¨¢bal, el capit¨¢n que condujo a Europa a la mayor, la m¨¢s ¨¦pica, remontada de su historia en la Copa Ryder, se refugi¨® toda la semana en lo que se dio por llamar el esp¨ªritu de Seve.
Lleg¨® el golfista de Hondarribia, que toda su vida tom¨® al c¨¢ntabro como ejemplo, hasta el punto de convertir el esp¨ªritu de su amigo en sustancia y en letras, letras de vapor blanqu¨ªsimo que una avioneta escribi¨® gigantes sobre el campo de Medinah, su casa club, de vago estilo morisco, contra el azul del cielo como una pel¨ªcula de Douglas Sirk. ¡°Hazlo por Seve¡±, dec¨ªa el mensaje, el recordatorio, como si la docena de europeos que ayer pelearon con fe indestructible necesitaran un recordatorio. Llevaban a Seve, su silueta, bordada en la manga del niki blanco que tanto le gustaba vestir los domingos al de Pedre?a y grabado en las bolsas y, seguramente, guiando no sus brazos, pues ellos lo sab¨ªan hacer muy bien, sino liberando su pasi¨®n, su coraz¨®n, su combate sin miedo.
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