El ¡®swing¡¯ del hambre
Los europeos jugaron esta vez al golf con la vulgaridad con que juegan al f¨²tbol
Todos creemos que el golf es un juego de ricos y pijos. Y, francamente, un deporte en el que uno de sus m¨¢s codiciados trofeos es una chaqueta verde bien merece ese prejuicio. Los aficionados prefieren llamarlo un deporte de caballeros, entendiendo que se practica con la elegancia y el fair-play que falta en otros deportes. De ah¨ª, la sorpresa del equipo de Estados Unidos en la Copa Ryder al encontrarse este domingo ante una banda que parec¨ªa sacada de las tabernas irlandesas, las factor¨ªas de Manchester y los nidos de granujas de N¨¢poles o Barcelona.?
Los europeos jugaron esta vez al golf con la vulgaridad con que juegan al f¨²tbol. Pero tambi¨¦n con la misma rabia. Metieron la pierna, que dicen los expertos. Su capit¨¢n, Jos¨¦ Mar¨ªa Olaz¨¢bal, con barba de varios d¨ªas, parec¨ªa un tornero de malos humos. Si el capit¨¢n norteamericano, David Love III, arist¨®crata hasta en el nombre, se hubiera cruzado con ¨¦l en la calle, se habr¨ªa cambiado de acera. Ian Poulter ser¨¢ ingl¨¦s, pero, desde luego, no ten¨ªa cara de levantar la taza de t¨¦ con el me?ique estirado. Francesco Molinari hizo un gesto de mofa al p¨²blico que casi hace temblar las nobles columnas moriscas del Medinah Country Club. Sergio Garc¨ªa no pudo ocultar una descort¨¦s sonrisa cuando Jim Furyk fall¨® el sencillo putt que lo decidi¨® todo.
En una jornada m¨¢gica, Europa puso lo que un caballero jam¨¢s hab¨ªa visto antes en un campo de golf...
Los estadounidenses se preguntan hoy qu¨¦ ha pasado, c¨®mo ha podido ocurrir esta debacle, sin duda la mayor de la historia de la Ryder. Y las respuestas son variadas. Unos opinan que es el tradicional individualismo norteamericano, que les incapacita para competir en equipo. Otros creen que la culpa la tiene Tiger Woods, que ha contagiado su melancol¨ªa a sus compa?eros.
Nada de eso es explicaci¨®n suficiente. Tiger jug¨® mal, es cierto. De hecho, solo dio medio punto a su equipo. Pero Estados Unidos, incluso sin ¨¦l, tiene m¨¢s jugadores que Europa en lo alto del ranking. Tampoco se puede decir que a este pa¨ªs, por muy individualista que sea, le falte sentido del esfuerzo colectivo y de la unidad. En el precioso campo de las afueras de Chicago estuvieron dos expresidentes, George Bush, padre e hijo. Otro m¨¢s, Bill Clinton, habl¨® con los suyos por tel¨¦fono. Y el mismo Barack Obama, que ha jugado m¨¢s de 100 partidos de golf desde que es presidente, se habr¨ªa sumado con gusto si las elecciones no estuvieran tan cerca. No, no es ese el problema. A Estados Unidos le sobra patriotismo ¡ªtodo el que le falta a Europa¡ª para afrontar empresas como esta.
El problema es que se encontr¨® con un rival inesperado. Europa, como si su crisis hubiera acabado ya de condenarla a la divisi¨®n de los pobres, jug¨® con un hambre impropia del golf. Si hubiera podido, hasta habr¨ªa movido un poquito una bola para ponerla en mejor posici¨®n. Cualquier cosa por ganar. Estados Unidos jug¨® con intenci¨®n de ganar, pero Europa mataba por ganar. Por eso, en esa jornada m¨¢gica que quedar¨¢ para siempre en la memoria, puso lo que un caballero jam¨¢s hab¨ªa visto antes en un campo de golf: cojones.
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