La ense?anza de Royce White
El caso del jugador de Houston, con un trastorno mental, es un ejemplo de todos los tab¨²es culturales y sociales
Despu¨¦s de una racha de mediados de invierno, los Rockets de Houston se han izado hasta los puestos que dan derecho a jugar los playoffs en la Conferencia Oeste. Pero cuando se trata de los Rockets, la mayor¨ªa de la gente no est¨¢ interesada en leer algo sobre la l¨ªnea argumental, sino sobre el curioso caso de la elecci¨®n de la primera ronda del draft de los Rockets: Royce White.
Ahora White es famoso ¡ªo tristemente c¨¦lebre¡ª por el estado de su cerebro. O m¨¢s concretamente, por lo que no anda bien en ese cerebro. White tiene un trastorno de ansiedad social y un trastorno obsesivo-compulsivo y est¨¢ tratando de que los Rockets le garanticen de alguna manera que proteger¨¢n su salud mental cuando empiece a jugar en el equipo, que es algo que todav¨ªa no ha hecho, y algo que no har¨¢ hasta dentro de mucho tiempo: el 6 de enero, los Rockets suspendieron a White por ¡°negarse a prestar sus servicios¡±.
La situaci¨®n de White, que es compleja y est¨¢ llena de matices, no es f¨¢cil de analizar en posturas definibles. Uno podr¨ªa argumentar que White est¨¢ usando sus diagn¨®sticos como excusa o como una forma de seguir adelante con su programa personal; si una persona echa un vistazo a la cuenta de Twitter de White no descartar¨ªa esa idea. Pero uno tambi¨¦n podr¨ªa decir que las enfermedades mentales se comprenden muy mal y que, por lo tanto, est¨¢n tan mal definidas que White es cuanto menos un h¨¦roe de bajo nivel por hablar de ello p¨²blicamente. La verdad est¨¢ en alg¨²n lugar intermedio.
White est¨¢ tratando de que los Rockets le garanticen de alguna manera que proteger¨¢n su salud mental cuando empiece a jugar en el equipo, que es algo que todav¨ªa no ha hecho
Es sabido que los atletas profesionales no son estables. Y cuando vemos las historias de las noticias en las que estos hombres ¡ªcomo Arenas, Artest, Blatch y otros¡ª se ven envueltos, a menudo nuestra primera reacci¨®n es poner los ojos en blanco y menear la cabeza ante estos hombres ¡°malcriados¡± o ¡°infantiles¡±.
El problema con esta reacci¨®n no es que sea irrazonable o cruel: es que es poco comprensiva con la posible causa del comportamiento. Apostar¨ªa a que m¨¢s del 20% de los jugadores profesionales de baloncesto no est¨¢n, por decirlo cobardemente, del todo bien de la cabeza. Si esto hace que las acciones de esas personas sean perdonables es otra cuesti¨®n, por supuesto, pero lo que no est¨¢ abierto a debate es la naturaleza del apoyo que se presta a los que tienen problemas de salud mental. Esto no es solo verdad en los deportes profesionales; es una debilidad cultural. Si uno se rompe un ligamento de la rodilla, se le proporcionan m¨¦dicos y fisioterapeutas. Pero si su cerebro no funciona bien, pues tienes que arregl¨¢rtelas solito, hijo.
Mi padre tiene un doctorado en psicolog¨ªa infantil, pero cuando le cont¨¦ que hab¨ªa estado en tratamiento durante un a?o para superar mis problemas psicol¨®gicos, relativamente benignos, frunci¨® el ce?o y se pregunt¨® para qu¨¦ lo necesitaba. En esto vemos un microcosmos del planteamiento occidental sobre la salud psicol¨®gica y mental: no tenemos problema con que la gente hable de este tema, siempre que la conversaci¨®n sea conceptual, no pr¨¢ctica.
Al final, lo que resulta decepcionante de la historia de Royce White es que se est¨¢ desaprovechando una oportunidad para que la sociedad crezca. ?Qu¨¦ pasar¨¢ cuando otro jugador se plantee hablar de su trastorno obsesivo-compulsivo? ?O cuando otro equipo se enfrente a la decisi¨®n de elegirlo en el draft?
Me atrevo a decir que ambos se mantendr¨¢n alejados del tema. Lo que significa que, en este caso, todo el mundo pierde: Royce White, los Rockets de Houston, y alguna futura estrella con problemas en Boston, Pek¨ªn o Badalona, alguna futura estrella con problemas que est¨¦ observando c¨®mo la sociedad sigue maltratando a aquellos cuyos cerebros puede que no sean perfectos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.