El Complejo de Smeagol
El primer premio individual que gan¨¦ fue Rookie of the Year de la Tercera divisi¨®n de la NCAA en 1994. Perd¨ª la plaqueta que lo prueba pero recuerdo las clases de coro, las tardes en los dorms y el Monday Night Football. En 2003 me eligieron mejor jugador del Trofeo Bernab¨¦u; todav¨ªa sospecho que haya sido por comodidad, ya que ese d¨ªa termine de capit¨¢n y era m¨¢s pr¨¢ctico que el mismo jugador subiera al palco para alzar las dos copas y agilizar el tr¨¢mite. El ¨²ltimo, cuya estatuilla atesoro con celo y del que quedan evidentes reminiscencias, fue el premio al jugador m¨¢s sexy de la Liga. Lo entregaba el programa de Michael Robinson tras una dudosa encuesta online que, para envidia de Beckham, propon¨ªa un cat¨¢logo de ropa interior, a lo Fredik Ljungberg. Un proyecto que hubiera causado furor de no haber sido por la apresurada fuga de sponsors.
Vale, mis premios causan risa por s¨ª mismos, pero nunca es malo re¨ªrse de ellos, as¨ª se tratara del Pritzker. De tomarse muy a pecho el resultado de esas votaciones a tomarse a uno mismo demasiado en serio hay un solo paso. Con el consiguiente riesgo de caer de cabeza en un exceso de solemnidad que, fuera de contexto, provoca lo contrario de lo que pretende y alrededor del f¨²tbol queda m¨¢s afectado que envolver una pizza en papel de seda. Adem¨¢s, de tan pendiente de la mirada ajena, uno puede terminar atribulado. Basta con recordar que el mejor plan de Cristiano para ganar el pr¨®ximo Bal¨®n de Oro consisti¨®, precisamente, en olvidarse del Bal¨®n de Oro. Fue salir de aquella gala en Z¨²rich y volver a sonre¨ªr y a ser ese todoterreno descollante, capaz de cargarse en hombros la temporada de todo un Real Madrid.
No es raro para un jugador sentirse inc¨®modo en la formalidad de las galas, tan lejos del barro habitual y tan llenas de discursos obligados, pero puestos a hacer el rid¨ªculo siempre es preferible hacerlo en vivo y en directo. De una noche, hace a?os en Buenos Aires, recuerdo compartir una terna para el mejor gol del torneo argentino junto a un compa?ero de equipo que no asisti¨® a la ceremonia. Cuando anunciaron su nombre recog¨ª el premio y agradec¨ª a todos, como Derek Zoolander. Todav¨ªa guardo la copa en casa.
De todas las excusas para no asistir a la entrega de un premio la menos glamourosa es asumir haber perdido de antemano
Para no asistir a una entrega de premios hay algunas excusas mejores que otras: no estar de acuerdo con el sistema de votaci¨®n, cuestionar la subjetividad en la elecci¨®n, no creer en la instituci¨®n que los otorga; o simplemente querer evitar ser mirado "como a un animal en un zool¨®gico", como se excus¨® Grigori Perelman para no pasar a recoger la Medalla Fields de matem¨¢ticas, despu¨¦s de resolver la conjetura de Poincare.
Tal vez a uno le interesa un cuerno el premio, igual que los Oscar a Woody Allen, pero para que la excusa tenga peso hace falta un m¨ªnimo de coherencia y no que var¨ªe seg¨²n el resultado. Si de todos los premios que entrega FIFA el menos mensurable es el de mejor entrenador, de todas las excusas para no asistir la menos glamourosa es la de asumir haber perdido de antemano. Es preferible usar como excusa el catering que suicidarse de orgullo, como si tener un premio fuera a cambiar en algo las propias capacidades o Borges dejara de ser Borges por no haber ganado el Nobel.
Alguien podr¨ªa argumentar que mi desd¨¦n por los premios individuales en futbol son puro resentimiento. Que los relativizo porque nunca tuve ni la m¨¢s remota posibilidad de tener uno. Esa falacia se desmonta f¨¢cilmente. Estuve a cent¨ªmetros del Bal¨®n de Oro un d¨ªa que Figo me invito a comer a su casa. Me acerque a la estanter¨ªa aprovechando los t¨ªpicos minutos de desconcierto que se producen en cualquier sobremesa, entre el postre y el caf¨¦, y lo vi ah¨ª, brillante, sobre la base incrustada de cuarzo. Cuando me vi reflejado en la superficie dorada escuche el susurro de Gollum: "Mi tesoro, mi precioso". "Lo queremos Santi, lo necesitamos. Ellos nos lo han robado. Esos enga?osos hobbits de France Football". Lo revelador, lo patol¨®gico, hubiera sido pensarlo en serio.
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