La Dama de Hierro no sab¨ªa re¨ªr
- ¡°Una persona que entiende el precio de todo y el valor de nada¡±. Oscar Wilde
En una cena en la Casa Blanca en honor de Margaret Thatcher el presidente George Bush invit¨® a su marido, Denis, a decir unas palabras. Denis Thatcher siempre ejerci¨® el papel de c¨®nyuge de la primera ministra brit¨¢nica con discreci¨®n. Ella llamaba la atenci¨®n; ¨¦l se manten¨ªa en la sombra. Ella era la que daba discursos, no ¨¦l. No pensaba hacer una excepci¨®n, ni siquiera para el presidente de Estados Unidos.
Respondiendo a la invitaci¨®n de su anfitri¨®n, el se?or Thatcher se puso de pie y dijo: ¡°Como observ¨® Marco Antonio cuando entr¨® en la habitaci¨®n de Cleopatra, no he venido aqu¨ª a hablar¡±, y se sent¨®. Los invitados a la cena soltaron carcajadas y aplausos. Todos, podemos suponer, salvo La Dama de Hierro. Matthew Parris, un exparlamentario conservador que trabaj¨® de cerca con ella, escribi¨® esta semana en The Times, tras la noticia de su muerte, que Thatcher era incapaz de comprender un chiste. A diferencia de su marido, y de la enorme mayor¨ªa de sus compatriotas, carec¨ªa por completo de sentido del humor. Lo que define al ingl¨¦s es la iron¨ªa, pero ella, que se envolv¨ªa en la bandera con m¨¢s fervor que ning¨²n mandatario brit¨¢nico desde la Segunda Guerra Mundial, no lo entend¨ªa. Le faltaba el chip.
Otra curiosidad, otra cosa que la apartaba del sentimiento popular, era que no ten¨ªa ning¨²n feeling por el deporte. Directamente no le gustaba; no le ve¨ªa la broma. Debe haber una conexi¨®n entre la falta de sentido del humor de Thatcher y su falta de inter¨¦s por el f¨²tbol, o por el tenis o, como la reina de Inglaterra, por las carreras de caballos. El deporte es juego y Thatcher no ten¨ªa tiempo para juegos. Era una mujer de un pragmatismo feroz, y no ve¨ªa el valor en correr detr¨¢s de una pelota. Para ella todo se reduc¨ªa a la utilidad y el deporte, en la interpretaci¨®n m¨¢s seca de la palabra, no es ¨²til. El deporte es alegr¨ªa, es vivir por vivir, pero no es un elemento imprescindible en la supervivencia de la especie, en el desarrollo de la econom¨ªa.
Lo que s¨ª es imprescindible para aquellos que practican o ven deporte es el sentido del humor. Si no, no se aguantar¨ªa. Si no, la derrota ¡ªla inevitable derrota¡ª se volver¨ªa demasiado angustiosa. El que es incapaz de aceptar con cierta dosis de ir¨®nica resignaci¨®n la frustraci¨®n de ver perder a su equipo se volver¨¢ loco, o al menos profundamente infeliz. En tal caso, mejor abandonar la afici¨®n por el da?o que representa a la salud. La broma es el refugio del perdedor.
Thatcher no era una perdedora. [Su bi¨®grafo oficial revel¨® esta semana que ella quer¨ªa que sus memorias se titularan Undefeated (Invicta]. O le daba miedo someterse a la posibilidad de perder. En el momento en el que uno se entrega a un deporte uno se expone a la vulnerabilidad de la derrota. En tal caso Thatcher no habr¨ªa sabido qu¨¦ hacer; no habr¨ªa contado con el recurso del humor, el arma necesaria para poder amortiguar el dolor al amor propio que la derrota supone.
Se sabe de dos casos en los que pretendi¨® irrumpir en el terreno deportivo, y en ambos casos nada ten¨ªa que ver con disfrutar y todo con hacer pol¨ªtica. En su primer a?o como primera ministra intent¨® convencer a los atletas brit¨¢nicos de que boicotearan, por cuestiones ideol¨®gicas, los Juegos de Mosc¨² 80. Dos a?os m¨¢s tarde se plante¨® exigir a las selecciones de Inglaterra, Escocia e Irlanda del Norte que no participaran en el Mundial de f¨²tbol de Espa?a. En ese momento se llevaba a cabo la guerra de las Malvinas contra Argentina y Thatcher tem¨ªa que la selecci¨®n de Maradona venciera a una de las selecciones brit¨¢nicas, regal¨¢ndole una victoria propagand¨ªstica al enemigo.
En ambos casos Thatcher tuvo que dar marcha atr¨¢s. Nunca lo pudo entender, pero sus compatriotas le daban m¨¢s valor a la competencia deportiva que al juego pol¨ªtico.
Thatcher fue odiada por una alta proporci¨®n de los brit¨¢nicos, pero, incluso entre aquellos que admiraban su f¨¦rreo liderazgo, muy pocos sent¨ªan afecto por ella. Hubo divisi¨®n de opiniones acerca de su proyecto pol¨ªtico, pero el consenso casi universal fue que no era una persona querida. La falta del sentido del humor y su incapacidad de disfrutar del deporte fueron dos de las causas de ese distanciamiento afectivo. Mujer emocionalmente limitada, la Thatcher. Ella se lo perdi¨®.
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