Unos fracasos con sentido
Vivimos en una ¨¦poca cuya descripci¨®n m¨¢s ajustada ser¨ªa la de insegura de s¨ª misma. Algunos de nosotros podemos hacer reservas de hotel desde el tel¨¦fono. Otros todav¨ªa pasan la mayor parte del d¨ªa averiguando d¨®nde conseguir agua potable. Mientras tanto, las dificultades propias de la vida, su inherente impredecibilidad, siguen acechando nuestra existencia como un le¨®n bien emboscado. A pesar de ponernos el cintur¨®n de seguridad, de no fumar, de mirar a ambos lados antes de cruzar, el le¨®n puede darnos caza en cualquier momento. Las cosas son ca¨®ticas ah¨ª fuera, y a menudo se puede tener la impresi¨®n de que nunca han ido tan mal.
Sin embargo, no hay forma de cuantificar esta afirmaci¨®n. Los seres humanos parecen estar predispuestos gen¨¦ticamente a pensar que su ¨¦poca es la peor en la que vivir. As¨ª que tal vez seamos, ni m¨¢s ni menos, como cualquier otro, convencidos de que nuestras vidas son las m¨¢s dif¨ªciles de la historia. A menos que podamos descubrir una se?al, algo que nos muestre lo desesperadas que se han vuelto las cosas.
Los Trail Blazers y los Suns, dos sorpresas del comienzo de la temporada en la Conferencia Oeste de la NBA, han sufrido ¨²ltimamente espectaculares ca¨ªdas de sus suertes respectivas. En la foto de las eliminatorias, los Blazers, que en un tiempo fueron poseedores del mejor palmar¨¦s del Oeste, aparecen rodeados de t¨ªos de los que hace mucho que nadie se acuerda y de primos que no les gustan. Los Suns, cuyo primer entrenador, Jeff Hornacek, fue un antiguo favorito a los honores de Entrenador del A?o, est¨¢n siendo empujados fuera de cuadro.
Al observar el declive de los dos equipos me he dado cuenta de que sus fracasos me han alegrado. No es porque los Blazers o los Suns me disgusten particularmente. Es porque los fracasos tanto de los unos como de los otros tienen sentido. De acuerdo con el comit¨¦ unipersonal que dirige mi cerebro, ni los Blazers ni los Suns deber¨ªan haber sido tan buenos como lo fueron a principios de la temporada. Sus dificultades recientes significan que, por una vez, el mundo es un lugar gobernado por la l¨®gica.
Ni los Blazers ni los Suns deber¨ªan haber sido tan buenos como lo fueron a principios de la temporada
A lo largo de las ¨²ltimas cuatro d¨¦cadas, el deporte se ha hecho significativamente m¨¢s popular, como pone de manifiesto el incremento de los salarios que se pagan a los jugadores, los ingresos por derechos de televisi¨®n, la forma en que tu vecino te relata sin aliento el ¨²ltimo partido que ha presenciado. Probablemente, parte de esa mayor popularidad se deba al aumento tanto del tiempo de ocio como de la accesibilidad de la televisi¨®n, que facilita el que alguien de Bangladesh pueda convertirse en seguidor de los Rockets de Houston.
Pero creo que es posible que el aumento se pueda atribuir tambi¨¦n a una progresiva p¨¦rdida de toda sensaci¨®n de dominio sobre su propia vida por parte del ciudadano de a pie. Al igual que yo, necesita algo que le d¨¦ sentido. Los deportes nos brindan una sensaci¨®n de control en un mundo que a menudo puede parecer que se ha vuelto loco. Cuanto m¨¢s loco se vuelve, m¨¢s control buscamos. Seguro que todo el mundo en su manzana sabe qui¨¦n es LeBron James.
Esta reacci¨®n no es necesariamente saludable. El deporte no resuelve el problema de sentirse impotente. Solo contribuye a que desaparezca un rato. Lo suficiente, esperamos, para olvidarnos del le¨®n, que, con toda seguridad, no se ha olvidado de nosotros.
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