La canci¨®n que irrita a Brasil
En el metro, camino del estadio Itaquer?o, donde dentro de media hora se disputa la segunda semifinal, entre Holanda y Argentina. Un grupo de hinchas argentinos, vestidos todos con la camiseta de Messi, comienzan, a voz en grito, con la irritante canci¨®n de moda, ya saben, la concebida para tocar las narices (no s¨®lo las narices) a los brasile?os en su propio terreno: ¡°Brasiiiiil deciii¨ªme qu¨¦ se sienteeeee, al teneeeeer en casa a tu pap¨¢¡±.
No ha pasado ni un d¨ªa desde el funesto 7-1 que ha dejado al pa¨ªs devastado. Algunos brasile?os, sentados en los asientos del vag¨®n, miran educadamente por la ventana el paisaje gris y lluvioso de S?o Paulo de esta tarde o su propio reflejo en el cristal mojado; otros miran para los argentinos y sonr¨ªen con una media sonrisa que puede significar cualquier cosa. Pero nadie contesta, nadie responde. Despu¨¦s de varias estaciones, es un hincha holand¨¦s de unos sesenta a?os el que, en un portugu¨¦s pedregoso pero comprensible, canta la contra-canci¨®n concebida hace d¨ªas para contrarrestar a la argentina, que alude al n¨²mero de copas del Mundo de Brasil (5) frente al de Argentina (2). Entre que la canci¨®n es menos pegadiza que la argentina, que el holand¨¦s, la verdad, tiene poca gracia, y que la hinchada local tiene pocas ganas de fiesta, el intento fracasa, el holand¨¦s retrocede a una esquina del vag¨®n y los argentinos, sonrientes, vuelven a la carga machaconamente: ¡°Brasiiil, deciiiiiime qu¨¦ se sienteeeeeee¡±.
La hinchada argentina la canta todo el tiempo: ¡°Brasiiiiil deciii¨ªme qu¨¦ se sienteeeee, al teneeeeer en casa a tu pap¨¢¡±.
Un periodista de S?o Paulo explicaba hace unos d¨ªas que nada podr¨ªa ser peor para el orgullo del pa¨ªs, ahora herido, que el hecho de que sus vecinos del sur ganaran el Mundial en el estadio de Maracan¨¢ el domingo. Si eso pasa, la misma presidenta brasile?a, Dilma Rousseff, entregar¨¢ la copa m¨¢gica a Messi. ¡°Hablar¨¢n de eso toda la vida, imag¨ªnese¡±, a?ad¨ªa el periodista.
En el estadio Itaquer?o, en cualquier minuto del partido entre Argentina y Holanda. La hinchada argentina no languidece, no para, no desfallece. Cantan la cancioncilla de marras, pero tambi¨¦n muchas otras. Aplauden, gritan, se levantan, enarbolan las camisetas como si les fuera la vida en ello, y tal vez les va la vida en ello. Son atronadores, alegres, incansables. Conf¨ªan. En varias partes del estadio, los seguidores holandeses, menores en n¨²mero, menos ruidosos tambi¨¦n, tratan de hacerse notar. Pero fracasan.
A la salida del estadio, con el pasaporte de la final en el alma, los argentinos caminan en direcci¨®n al metro. Algunos hablan con los aficionados brasile?os, amigablemente, otros sonr¨ªen a los holandeses, se encojen de hombros, como diciendo, ¡°el f¨²tbol es as¨ª, hermano¡±. Un hombre de unos 40 a?os con la camiseta de Messi asegura, doctamente: ¡°Alemania ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil¡±.
A la salida del metro, camino de casa, uno, solo, contagiado por la euforia argentina, se da cuenta de que sin querer va tarareando en voz baja: ¡°Brasiiiil, deciiiime qu¨¦ se sienteeeeee¡±.
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