?Ohhh!
Algunos regates acumulan tanta informaci¨®n en su interior que tardan a?os en ser descodificados. Perfectamente planchados, almacenan la autobiograf¨ªa del autor y su v¨ªctima, datos del equipo, referencias a qu¨¦ ocurri¨® ese d¨ªa en el campo y en el resto del mundo, pues todo est¨¢ conectado¡ El verano pasado, en una boda, un sastre de A Coru?a me cont¨® que hay un se?or de los servicios secretos, en un semis¨®tano de la ciudad, que teclea desde 2000 en una Olivetti un informe detallado de la lambretta que esa temporada Djalminha invent¨® en Riazor contra el Madrid al borde del ¨¢rea, y que un minuto despu¨¦s desemboc¨® en gol de Makaay. ¡°Dicen que el informe todav¨ªa va por la mitad¡±. Me pareci¨® una mentira bell¨ªsima, que merece que todos nos creamos a pies juntillas, como la existencia del demonio. Ilustra con rigor literario la fuerza de irradiaci¨®n del regate, que m¨¢s all¨¢ de su mecanismo t¨¢ctico, capaz de desarmar un entramado defensivo haciendo chas, posee enorme carga emocional. Cuando un jugador dibuja un buen regate al ¨®leo, es inevitable exclamar, a veces sin darse cuenta, un ohhhh lento y en llamas.
En un gran regate aletea una reminiscencia po¨¦tica. Cada futbolista elucubra el poema a su modo. Dif¨ªcilmente va a escribir Luis Su¨¢rez, ni siquiera copiar en un papel, ¡°Entre espinas crep¨²sculos pisando¡±, el verso de G¨®ngora que seg¨²n Cernuda escond¨ªa una de las met¨¢foras m¨¢s bellas de nuestra literatura. Pero el mi¨¦rcoles, cuando escribi¨® dos ca?os sobre David Luiz, que acabaron en sendos goles, los espectadores escucharon una especie de rima de fondo. El ca?o produce un extra?o efecto de inverosimilitud, semejante al del movimiento del caballo en ajedrez, pues sirve para atravesar una pared sin tener contacto con los ladrillos. En cierto sentido, se trata de una maniobra incorp¨®rea, que perfectamente ejecutada equivale a la teletransportaci¨®n. Dominarla exige talento y arrojo. ?scar Coco Rossi se pasaba los partidos lanzando t¨²neles, incluso a sus compa?eros. Para H¨¦ctor Veira nadie los hac¨ªa como ¨¦l. ¡°Un d¨ªa fui a su casa y me tir¨® un ca?o con una tortuga¡±.
Un se?or de los servicios secretos teclea un informe de la ¡®lambretta¡¯ de Djalminha
Cuando pase el tiempo, y la memoria se agriete, tal vez nadie recuerde los goles de Su¨¢rez, pero nada desgastar¨¢ los regates. Un gol es un gol, un n¨²mero, quiz¨¢ un salvoconducto a la Historia, pero un regate es algo tan intangible que lo ves cuando cierras los ojos. Aquel taconazo de Redondo con el que se pas¨® la pelota a s¨ª mismo, los tres sombreros de Ronaldinho al Athletic, los versos endecas¨ªlabos de Romario¡ Garrincha, por ejemplo, fre¨ªa sus regates en una sart¨¦n, igual que una receta familiar, y cuando estaban bien hechos les daba continuidad con un pase, que el delantero s¨®lo deb¨ªa empujar a gol con un carraspeo o un ¡°ejem¡±.
Todos tenemos un regate preferido. Se trata de un gesto aislado, casi perdido en la infinitud de un partido. Pero qu¨¦ gesto. Como el d¨ªa que Pel¨¦ super¨® a Mazurkiewicz, portero de Uruguay, con un regate vac¨ªo, ejecutado con el pensamiento, en el que el regate propiamente consisti¨® en la falta de regate. Era 1970 y Brasil gan¨® el Mundial. Pero el gesto trascendi¨® a ese ¨¦xito. Hay d¨ªas que sales del estadio hundido, tras una derrota inapelable, y entonces tu amigo te agarra por un brazo y te dice, ¡°t¨ªo, ?pero viste qu¨¦ regate de Arda?¡±, y la vida te vuelve a parecer maravillosa.
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