El alpinismo en el ADN
Veinte a?os despu¨¦s de la muerte en el K 2 de su madre, Alison Hargreaves, su hijo Tom Ballard repite las gestas que la hicieron ¨²nica
En Courmayeur, localidad de referencia del italiano valle de Aosta, cada vez que nace un ni?o var¨®n se escucha un dicho: si al lanzarlo contra la campana de la iglesia se escurre, se convertir¨¢ en sacerdote, pero si se sujeta, se convertir¨¢ en gu¨ªa de alta monta?a. Una forma de explicar el determinismo gen¨¦tico, el nexo de uni¨®n que une, por ejemplo, a Tom Ballard con su madre, Alison Hargreaves. Justo el ¨²ltimo d¨ªa del pasado invierno, el alpinista ingl¨¦s de 26 a?os, Tom Ballard, escal¨® en solitario la cara norte del Eiger. De hecho, puede decirse que, sin haber nacido siquiera, ya la hab¨ªa escalado en el vientre de su madre, embarazada de seis meses.
Alison est¨¢ se?alada como la mejor alpinista de todos los tiempos;?fue la primera mujer en escalar el Everest sin ayuda ni ox¨ªgeno, en 1995
En la misma temporada, Tom ha ascendido tambi¨¦n sin compa?ero de cuerda las otras cinco grandes caras norte de los Alpes (Grandes Jorasses, Cervino, Piz Badile, Cima Grande di Lavaredo y Petit Dru): sin duda una gesta, s¨ª, pero que va mucho m¨¢s lejos de lo estrictamente alpin¨ªstico. Ballard se sacudi¨® ese d¨ªa a?os de presi¨®n, de obsesi¨®n, tal vez. ¡°S¨ª, creo que mi madre hubiese estado orgullosa de m¨ª¡±, coment¨® para la prensa inglesa poco despu¨¦s de dejar atr¨¢s el Eiger. Su madre no fue otra que Alison Hargreaves, se?alada como la mejor alpinista de todos los tiempos, inglesa de Derbyshire quien en 1993 complet¨® casi exactamente la gesta que acaba de protagonizar su hijo, embarazo mediante. Hargreaves fue tambi¨¦n la primera mujer en escalar el Everest sin ayuda, sin sherpas, sin ox¨ªgeno artificial. Fue en 1995. Tres meses despu¨¦s muri¨® tras hollar la cima del K 2.
El alpinista oscense Lorenzo Ortas es lo m¨¢s parecido a un testigo de la muerte de Alison. Siete personas alcanzaron la cima del K 2 pasadas las seis de la tarde del 14 de agosto de 1995. La propia Alison, los aragoneses Javier Olivar, Lorenzo Ortiz y Javier Escart¨ªn, el norteamericano Rob Slater y el neozeland¨¦s Bruce Grant murieron arrancados de la monta?a por un furioso e imprevisto vendaval. El canadiense Jeff Lakes, abandon¨® el ataque a cima, logr¨® descender, pero muri¨® de agotamiento. En el campo 4, Lorenzo Ortas y Pepe Garc¨¦s, demasiado fatigados como para viajar a la cima, decidieron esperar a sus compa?eros: el viento, que arreci¨® con furia salvaje a las 8 de la tarde, arranc¨® su tienda, se llev¨® sus sacos y a la ma?ana siguiente apenas pudieron iniciar un interminable viaje ladera abajo para salvar sus vidas. ¡°Sab¨ªamos que algo terrible hab¨ªa ocurrido, y nuestros temores se confirmaron cuando vimos en la nieve un impacto de sangre y, sobre todo, cuando encontramos la chaqueta floreada de Alison, una de sus botas y su arn¨¦s¡±, recuerda Ortas.
Alison y su marido James Ballard ten¨ªan entonces dos hijos, Kate, de 4 a?os, y Tom, de seis. Los tres hab¨ªan acompa?ado a su madre hasta el campo base del Everest, donde la esperaron a su regreso triunfal de la cima. James consider¨® fundamental viajar con sus hijos hasta el pie del K 2 para que estos conocieron el lugar donde reposaba su madre. Asegura que la iniciativa ayud¨® a los cr¨ªos a despedirse de la madre. Tom, quien confiesa no saber si sus recuerdos son propios o fruto de lo que ha le¨ªdo acerca de su progenitora, solo sabe que siempre ha deseado ser un alpinista tras las huellas de su madre. Su padre ha sido su c¨®mplice. Si bien el propio James reconoce que su matrimonio se vio afectado por la pasi¨®n de Alison por las monta?as, y los bi¨®grafos de la alpinista apuntan hacia una relaci¨®n matrimonial plagada de altibajos, James ha mantenido la promesa que un d¨ªa pact¨® con su mujer: propiciar una vida de libertad y naturaleza a sus hijos.
Hace seis a?os, James y Tom abandonaron su hogar y desde la fecha viven en una furgoneta, o en c¨¢mpings del arco alpino, como una extra?a pareja que a veces pasa horas sin dirigirse la palabra, en silenciosa armon¨ªa. El padre cocina y hasta fabrica los caros pitones de roca para su hijo, ahorrando dinero. Ambos mantienen una econom¨ªa de guerra, dispuestos a estirar al m¨¢ximo sus ahorros y peque?os ingresos, viviendo al d¨ªa, como si fuesen personajes al l¨ªmite, extra¨ªdos de una novela de Paul Auster. Su rutina es sencilla: acampan en un lugar escogido, al pie de una pared, como en los Dolomitas, ahora mismo y una vez all¨ª, Tom escala en solitario. James, escritor, fot¨®grafo y escalador, todav¨ªa recuerda el d¨ªa en el que Alison mont¨® un esc¨¢ndalo porque le pareci¨® que ¨¦l empujaba demasiado fuerte el columpio en el que volaba Tom: ¡°Me ech¨® una bronca tremenda¡ la misma persona que hab¨ªa escalado la norte del Eiger embarazada¡¡±, narraba a The Guardian en 2002.
Tom, ingl¨¦s de 26 a?os, ha ascendido tambi¨¦n las otras cinco grandes caras norte de los Alpes
Tom es un grand¨ªsimo y polivalente alpinista, un tipo ajeno a la publicidad y del que apenas nadie, tan solo unos pocos ¨ªntimos, conoce sus gestas. Vive una vida sencilla, concentrado en escalar en todo tipo de terreno: roca, hielo, mixto. Tambi¨¦n en esquiar. Sin compa?ero a ser posible, puesto que adora la velocidad que uno puede alcanzar cuando escala ligero, sin la cuerda que asegura tu vida pero tambi¨¦n te frena. De peque?o, Tom se propuso escalar monta?as por su madre, escalar all¨ª donde ella no hab¨ªa llegado, pero pronto se vio repitiendo las v¨ªas escaladas por su madre, siguiendo sus pasos, como si escalase encordado a su omnipresente recuerdo. Fue entonces cuando decidi¨® seguir su propio camino sin dejar de seguir el de su madre. Ahora escala para s¨ª mismo, pero, tal y como reconoce, a¨²n le queda una cosa que hacer: verse en perspectiva desde la cima del K 2, pisando all¨ª donde Alison pis¨® por ¨²ltima vez.
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