Ghiggia y Varela
Alcides Ghiggia es un personaje literario, igual que Sam Spade o Lady Chatterley, y como tal, nunca muere. Est¨¢ en los libros. Tampoco muri¨® Obdulio Varela. Ambos se dedicaron a la literatura, aunque por otros medios. En el pa¨ªs del que proceden se puede escribir de distintos modos: como Onetti, como Levrero, como Idea Vilari?o, pero tambi¨¦n como Ghiggia o como Francescoli. Cada uno cultiva su estilo. Alcides y Obdulio escribieron una de las novelas negras m¨¢s turbadoras del f¨²tbol.
Obdulio gener¨® el caos y el desconcierto, de modo que las cosas pareciesen algo que no eran, y al final, Ghiggia liber¨® el acertijo. Se han propuesto muchos relatos sobre el Maracanazo. Que si el gol de Schiaffino. Que si el gol de Alcides. Que si el silencio de 200.000 brasile?os. En cambio, nos detenemos poco en esos minutos en que el partido est¨¢ detenido entre el gol de Brasil y el saque de centro posterior. En la p¨¦rdida de tiempo, durante la que no pas¨® nada, sucedieron todas las cosas. Pero como en muchas ocasiones a lo largo de la civilizaci¨®n, los instantes hist¨®ricos son secretos.
Alcides y Obdulio escribieron una de las novelas negras m¨¢s turbadoras del f¨²tbol
Cuando Fria?a se adelanta para Brasil, cruzando un bal¨®n que el portero uruguayo solo tiene oportunidad de mirar y pedirle que, por favor, no le haga da?o, todo se ralentiza. El mundo entero mira c¨®mo los brasile?os celebran su gol, y los uruguayos aprovechan para mover la historia de sitio. Mat¨ªas Gonz¨¢lez recoge el bal¨®n de la red y lo aleja de su vista, por temor a que d¨¦ mala suerte. El esf¨¦rico rueda, casi son¨¢mbulo, hasta los pies de Obdulio Varela, que lo guarda debajo de un brazo, como si se tratase de Los hermanos Karamazov. Sus compa?eros se vuelven hacia ¨¦l. ¡°?Y ahora qu¨¦ hacemos?¡±. El Negro Jefe, pues as¨ª le llaman, ni se inmuta. ¡°No hay que hacer nada¡±.
De hecho, en lugar de sacar r¨¢pido y lanzarse a por el empate, se dirige al ¨¢rbitro para protestar un fuera de juego inexistente, y seguir pisando el tiempo con la puntera del pie, igual que se hace con un cigarro.
La prisa, algunas veces, tiene m¨¢s que ver con la lentitud que con la velocidad. Los brasile?os, desbocados de alegr¨ªa, quieren reanudar el partido para ampliar la ventaja, y la actitud de Obdulio, paseando con Dostoievski bajo el brazo de un lado a otro, e impidiendo la reanudaci¨®n del partido, los sulfura. La euforia se convierte en irritaci¨®n, y la felicidad del gol adquiere aspecto de noche de invierno. Llueven los insultos sobre el Negro Jefe. Un medio centro brasile?o se acerca y le escupe. Hay un gran caos, la situaci¨®n es excelente. Brasil ya no piensa en marcar el segundo, sino en odiar a Obdulio. Est¨¢n ofuscados. El capit¨¢n avanza lent¨ªsimamente hacia el c¨ªrculo central. Le importa una higa el f¨²tbol. ?l est¨¢ escribiendo un libro en el que ganar¨¢ el Mundial. Lo siguiente es pura gesti¨®n de oficina: goles de Schiaffino y de Ghiggia. La clave fueron esos minutos en los que no pas¨® nada, salvo la literatura.
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