Dumoulin puede con todos
El holand¨¦s resiste a los ataques de todos los favoritos en una etapa tan bella como intrascendente

Tuvieron que pasar 18 etapas hacia adelante para que los ciclistas mirasen cincuenta a?os hacia atr¨¢s y dibujasen algo parecido al viejo ciclismo, al de los ataques continuos, al de la desesperaci¨®n como mejor met¨¢fora de la esperanza. Pasar no paso nada relevante en la clasificaci¨®n. La vida despu¨¦s de Riaza sigue igual pero la banda sonora de la etapa ten¨ªa poco que ver con la canci¨®n de Julio Iglesias y mucho que ver con aquellos hijos del agobio a los que cantaba Triana. El primer hijo era Tom Dumoulin, al que todos quer¨ªan desheredar de su maillot rojo en los secarrales y en los hayedos alcarre?os, en los repechos traicioneros que preced¨ªan al Alto de la Quesada, a 13 kil¨®metros de la meta. En los 70 ¨²ltimos kil¨®metros pas¨® todo lo que no hab¨ªa pasado en la Vuelta. Dumoulin sinti¨® el aliento del agobio como si fuera la voz de Jes¨²s de la Rosa, el cantante de Triana, que le susurraba al o¨ªdo aquello de ¡°Hijos del agobio y del dolor...¡± Pero el holand¨¦s tiene el alma de hierro y las ideas claras: ser la sombra de Fabio Aru, hacer lo que el italiano haga, seguirle a donde vaya, caerse si se cae, levantarse si se levanta.
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Aru era el segundo hijo del agobio. Tres segundos es tan poco que le obliga a intentar lo que sea, cuando sea y donde sea. Pero no fue el primero en sacar la rabia. Primero fue Purito Rodr¨ªguez, en uno de esos repechos traicioneros, el que se quit¨® el agobio de su minuto y pico de desventaja, proponiendo una pelea en toda regla. M¨¢s que un ataque, fue un silbido, un toque de atenci¨®n que desat¨® la ira nerviosa de los favoritos. A partir de ah¨ª comenz¨® la furia de los dioses. Atac¨® Aru, volvi¨® a atacar Aru, atac¨® Valverde, atac¨® Chaves, atac¨® Makja, atac¨® Mikel Nieve, atac¨® Valverde, atac¨® Aru... y atac¨® Dumoulin, en un gesto de autoridad. Cansado de ser la sombra del italiano decidi¨® sacar su cuerpo al sol, cuando ya se sub¨ªa el Alto de la Quesada, dici¨¦ndole a Fabio Aru que ¨¦l estaba all¨ª detr¨¢s pero que pod¨ªa estar delante si se lo propon¨ªa.
Por delante hab¨ªa otra guerra. La de un grupo de 25 escapados que fue desgaj¨¢ndose como una naranja en el desayuno. Al final quedaron dos veteranos, Roche y Zubeldia, con Gon?alves mir¨¢ndoles desde lejos. A Roche le pic¨® una avispa, o algo similar, y sali¨® escopeteado al sprint impidiendo a Haimar Zubeldia logar la victoria imposible en una gran vuelta. Era una batalla privada para la guerra que se declaraba por detr¨¢s. All¨ª, a un kil¨®metro de distancia, atacaba hasta Nairo Quintana, pero... bajando. Todos eran guerrilleros en una lucha sin cuartel. La gan¨® Dumoulin, siendo la sombra de los hijos del agobio. Es un chico de palabra. Dijo antes de salir que ¡°voy a ser conservador, seguir el ritmo de Aru y no le voy a regalar nada¡±. Por momentos el italiano y el holand¨¦s parec¨ªan un solo ciclista con dos maillot, uno azul turquesa y otro rojo. Y con los nervios de acero, Dumoulin sali¨® airoso de una etapa llena de trampas. Un d¨ªa menos, un d¨ªa m¨¢s en espera de la sierra madrile?a. Ni las bonificaciones beneficiaron a nadie porque se interpusieron Roche, Zubeldia y Gon?alves. No pas¨® nada, pero la intrascendencia fue la m¨¢s hermosa de la carrera.
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