Me muero el jueves
Ocupar el primer puesto de la Liga cuando ni siquiera se ha llegado a la mitad de la temporada tiene la virtud de no servir para nada, y pese a todo ser maravilloso. El Atl¨¦tico de Madrid lo sab¨ªa, y bord¨® en M¨¢laga una de esas exhibiciones de mal juego c¨¦lebres, que valen para acordarse de que no hay que recordarlas jam¨¢s. En ocasiones as¨ª, la derrota es algo que, en el fondo, se espera. Habr¨ªa podido predecirse unos d¨ªas antes. Estaba todo a favor del equipo de Simeone: el Barcelona no jugaba, daba igual qu¨¦ hiciese el Madrid, el M¨¢laga ocupaba uno de esos puestos de la clasificaci¨®n denominados feos,y el Atl¨¦tico ven¨ªa de una racha de muchas semanas sin perder. En cierto sentido, se daban las condiciones perfectas para llevarse un chasco y perder. Con un poco de fatalismo por tu parte, pod¨ªas adivinar la derrota sin margen para el error, como aquella conocida de I?aki Uriarte que se puso a llamar a sus amistades para decirles: ¡°Me muero el jueves¡±. Y el viernes, en efecto, acudieron a su entierro.
Los malos partidos representan algo m¨¢s que una categor¨ªa futbol¨ªstica. Pertenecen a la familia de las malas noches o las malas jugadas, y resultan inevitables. No te gusta pensar en ellos, y por eso a menudo llegan cuando uno est¨¢ instalado en lo mejor, rodeado de belleza. La derrota en M¨¢laga era lo ¨²ltimo en lo que el Atl¨¦tico pod¨ªa creer, y sin embargo era una de esas casualidades que uno no se quita de la cabeza. Las buenas rachas invitan siempre al pesimismo. Pese a ello, el Atl¨¦tico alimentaba la esperanza de que sin jugar al f¨²tbol tambi¨¦n podr¨ªa ganar y situarse l¨ªder, pero rechistando, para dejar constancia de que la satisfacci¨®n total no es lo que ahora mismo m¨¢s satisfecho deja al equipo. Con Simeone en el banquillo ha arraigado la idea de que las buenas noticias, si llegan demasiado pronto, te pueden arruinar el d¨ªa.
El equipo tuvo el liderato al alcance de la mano, y debi¨® pensar con horror: ?Y si quema, o da mala suerte? Ese espanto se contagi¨® al juego, tambi¨¦n horrendo, como si en el vestuario lo hubiesen discutido a fondo, y concluyesen que no se les perd¨ªa nada en el primer puesto, y que segundos, por ahora, les ir¨ªa mejor. Por un momento, ese poco inter¨¦s en la victoria, y la felicidad consiguiente, me record¨® al d¨ªa que Julio Camba se encontr¨® en Londres a un viejo amigo. Muy sorprendido, inquiri¨® qu¨¦ hac¨ªa por aquellos parajes. ¡°?Yo? Nada¡±, respondi¨® el amigo con firmeza. Cuando Camba pretendi¨® averiguar si hac¨ªa tiempo que estaba en la ciudad, el hombre le explic¨® que tres meses. ¡°?Y a qu¨¦ has venido?¡±. ¡°A nada¡±. Levemente perplejo porque su amigo hubiese emprendido un viaje tan largo para cruzarse de brazos, Camba le pregunt¨® si las cosas le estaban saliendo a pedir de boca. ¡°Por ahora s¨ª¡±, admiti¨®. Bajo esta l¨®gica, es probable que los planes del Atl¨¦tico se est¨¦n cumpliendo a rajatabla, proponiendo partidos horribles en su mejor momento de la temporada, para no hacer creer a nadie, desde el mes de diciembre, que puede ganar la Liga o pasar de octavos en la Champions.
Las buenas rachas, como la del Atl¨¦tico, invitan al pesimismo. ?Y si el liderato quema, o da mala suerte?
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