En defensa de Florentino P¨¦rez
"Soy viejo y tonto". El Rey Lear, Shakespeare.
Mucho se critica a Florentino P¨¦rez, el presidente del Real Madrid, pero nadie le puede cuestionar su devoci¨®n al club. Sufre el apabullante dominio del Barcelona de los ¨²ltimos a?os m¨¢s que cualquiera. Ninguno de los aficionados madridistas que hoy pide su dimisi¨®n es m¨¢s fan¨¢tico que ¨¦l.
Lo mismo no se puede decir del due?o del Arsenal, un hombre de negocios estadounidense llamado Stan Kroenke del que poco sabemos. Casi nunca se le ve por el Emirates, el estadio del club londinense: no hay motivos para pensar que el f¨²tbol le interese.
Esto ayuda a explicar el misterio de c¨®mo diablos sigue Ars¨¦ne Wenger como entrenador del Arsenal. Lleva 20 a?os al frente del equipo pero no ha ganado la liga inglesa en 12. P¨¦rez lo hubiera despedido hace una d¨¦cada. Kroenke no lo despide porque le da igual que el equipo gane trofeos o no con tal de que el dinero siga entrando.
Con lo cual en la pr¨¢ctica no hay nadie m¨¢s poderoso en el Arsenal que Wenger. Uno lo ve andar por los pasillos del Emirates y la gente que le rodea, de los directivos para abajo, lo trata con una reverencia papal. Y eso que una vez m¨¢s todo indica que se le escapa la liga: tras perder fuera contra el Manchester United el fin de semana pasado y contra el Swansea en casa hace cuatro d¨ªas, ayer logr¨® un poco merecido empate contra el Tottenham que le deja a ocho puntos del l¨ªder, el Leicester City.
Lo notable es la pobreza de ambici¨®n del Arsenal. Siendo el club m¨¢s grande de la ciudad m¨¢s potente de Europa en la liga m¨¢s rica del mundo, deber¨ªa pretender competir con las grandes potencias como el Barcelona, el Real Madrid o el Bayern Munich. Pero no. Ni siquiera parece capaz de ganar una Premier que esta temporada se ha retratado como nunca: toda la emoci¨®n del mundo, c¨®mo no, pero pobre en calidad.
El Arsenal de Wenger cobra m¨¢s por ver un partido en el Emirates que cualquier otro equipo de f¨²tbol pero no compra a los mejores jugadores y solo de vez en cuando (Mesut ?zil, Alexis S¨¢nchez) a los segundos mejores.
Hubo un tiempo, lejano, en el que Wenger no solo ten¨ªa buen ojo a la hora de fichar (Thierry Henry, Patrick Vieira) sino que pose¨ªa la virtud primordial en un entrenador de saber exprimir lo m¨¢ximo de sus plantillas ¡ªque es lo que hace Mauricio Pochettino, el entrenador argentino del Tottenham, el equipo m¨¢s joven de la Premier, hoy segundo en la tabla¡ª. Wenger ya no posee esa magia y si fuera capaz de hacer un m¨ªnimo de autocr¨ªtica no solo lo sabr¨ªa sino que, por el bien del club que cree encarnar, hubiera dimitido ya.
Al no haberlo hecho se ha convertido en lo que en su franc¨¦s nativo llamar¨ªan un clich¨¦, un t¨®pico: el del viejo l¨ªder que queda en rid¨ªculo tras demasiados a?os en el poder. Como hacen y siempre han hecho tantos reyes y presidentes de gobiernos, de clubes de f¨²tbol, y de empresas, Wenger se ha convencido de que dimitir ser¨ªa una irresponsabilidad, que debe seguir donde est¨¢ por el bien de su gente, porque, si no, apr¨¨s moi le deluge, despu¨¦s de m¨ª el diluvio. La verdad, obviamente, es que es un problema de ceguera, de autoenga?o y de una enorme vanidad.
Lo mejor que le podr¨ªa pasar al Arsenal es que Wenger se fuese en el verano. Lo peor ser¨ªa que por pura carambola, o por un ataque repentino de miedo esc¨¦nico en el vestuario del Leicester City, lograse por fin ganar la Premier esta temporada. Wenger ah¨ª seguir¨ªa entonces la temporada que viene con el Arsenal incapaz de competir donde deber¨ªa estar compitiendo, en las m¨¢s altas esferas europeas. Ya vimos la diferencia de clase con el Barcelona en el partido de Champions hace un par de semanas. Tras la victoria 0 a 2 del Bar?a el partido de vuelta ser¨¢ un tr¨¢mite. Semejante bochorno el Real Madrid no lo tolerar¨ªa. Ni la afici¨®n, que pedir¨ªa la cabeza del presidente, ni el presidente, que cortar¨ªa la cabeza del entrenador.
S¨ª, s¨ª; critiquen a Florentino P¨¦rez de todo lo que quieran, pero no del peor pecado, de aquello que hoy define al club m¨¢s importante de Londres: la falta de ambici¨®n.
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