?ramos tan felices, Rosety
Durante a?os fue la voz m¨¢s reconocible de mi vida. Era la voz que me tra¨ªa los goles del Madrid. Un narrador excesivo, emocional y torturado
Gaspar Rosety ha muerto joven, como nuestra ni?ez. Fue un hombre de talla descomunal al que se le parti¨® el coraz¨®n varias veces. Un narrador excesivo, emocional y torturado.
Durante a?os fue la voz m¨¢s reconocible de mi vida. La llegu¨¦ a dejar de o¨ªr para empezar a sentirla porque era la voz que me tra¨ªa los goles del Madrid. De ese modo, en pleno carrusel de Garc¨ªa, o despu¨¦s de la publicidad, se abr¨ªa la comunicaci¨®n con un estadio y solo se escuchaba el rugido del p¨²blico antes de que el locutor cantase gol. Tras a?os de entrenamiento yo aprend¨ª a distinguir por encima de otros el ruido de mi campo gracias al silencio de Rosety: sent¨ªa llegar su voz como pisadas de animal grande. Antes de hablar, mandaba al Bernab¨¦u a hacerlo por ¨¦l.
Su narraci¨®n era siempre in crescendo, can¨®nica, con ese punto de apocalipsis de quien est¨¢ tejiendo las redes de la porter¨ªa con sus cuerdas vocales. Llegaba a la porter¨ªa antes que el delantero y a veces se pon¨ªa a rematar ¨¦l mismo. Toda aquella intensidad lo convert¨ªa en un devorador de emociones, un caprichoso insaciable, un comunicador privilegiado. Su voz se iba castigando de tal manera que era posible saber por qu¨¦ minuto iba el partido con s¨®lo escucharle narrar un pase. La modulaba seg¨²n el resultado, seg¨²n la remontada, seg¨²n las prisas del portero, seg¨²n las expulsiones; en cuanto abr¨ªa la boca lo sab¨ªas todo. A¨²n guardo en cintas TDK los goles de Santillana, de Hugo, los de Salinas en Irlanda, el de Hierro en Sevilla contra Dinamarca, cuando a¨²n me gustaba la selecci¨®n. Congelados como Walt Disney para hacerlos regresar en los tiempos de youtube.
Ninguna cadena se atrevi¨® a ponerlo delante del micr¨®fono en la final de Sud¨¢frica e hizo bien: Rosety sufr¨ªa del coraz¨®n, era su m¨²sculo roto, y nosotros hubi¨¦ramos sufrido a¨²n m¨¢s.
Un d¨ªa, frustrado por una eliminaci¨®n europea, escrib¨ª dos cartas: una a Garc¨ªa y otra a Rosety. A la semana siguiente lleg¨® la respuesta: dos fotos firmadas por ellos como si fuesen las Spice Girls. A Garc¨ªa lo conoc¨ª hace dos semanas; tiene sobre ¨¦l un libro en circulaci¨®n Ferrer Molina, Buenas noches y saludos cordiales (C¨®rner, 2016). A Rosety nunca llegu¨¦ a conocerlo. Hubo una ¨¦poca dorada de mi vida en que quise ser ¨¦l; cuando era ni?o, cuando iba al colegio Campolongo con la carpeta forrada con un calvo bajito y un gordo gafotas.
Hab¨ªa algo que me parec¨ªa muy po¨¦tico en la vida de Rosety. Tiene que ver con el gol, que no se grita o se narra: se canta, y a veces a la manera de Machado, que cantaba lo que se perd¨ªa.
A los nueve a?os empec¨¦ a cantar los goles yo tambi¨¦n delante de la Sanyo, los sigo cantando ahora cuando juego a la Play. Regreso de esa forma a los d¨ªas de entonces. A la conexi¨®n de la emisora con el Bernab¨¦u cuando marcaba el Madrid, las d¨¦cimas de silencio que Rosety y yo compart¨ªamos mientras la grada estallaba en un alarido de incendio, vertical, formidable. En medio de 100.000 personas gritando, Gaspar Rosety y yo pod¨ªamos escucharnos hasta la respiraci¨®n.
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