Un placer barato y vulgar
Casi nada iguala la emoci¨®n de tirar el dinero en algo que te hace perder la cabeza, como el f¨²tbol
Hubo un tiempo en que el f¨²tbol era un placer barato y vulgar, no exento de clase, que se jugaba en domingo, igual que la misa. No costaba nada encari?arse con ¨¦l. Las ganas de ir al estadio, y coronar la semana con noventa minutos gloriosos, no chocaban con el precio que hab¨ªa que pagar por la entrada. Creo que por los mismos d¨ªas, esta vez en una modalidad de ¨¦xtasis vulgar y barato, los cubatas costaban doscientas pesetas, y ten¨ªan un sabor rudo y aut¨¦ntico. Como para no aficionarse. A veces incurr¨ªas en los dos placeres de una tacada, en un gesto t¨¢ctico; apenas dejabas las gradas, te dirig¨ªas al bar con tu dineral casi intacto, y ped¨ªas dos copas, una para beber r¨¢pido, sin sentimentalismos, y otra m¨¢s despacio, mientras desgranabas el partido a gritos, pues cuando finaliza, el f¨²tbol contin¨²a por otros medios.
Pero los d¨ªas se fueron encareciendo. Murieron las pesetas. Los fichajes se desmadraron. Se desped¨ªan entrenadores, se contrataban y se volv¨ªan a despedir. Los peri¨®dicos deportivos, como si hubiesen dado una vuelta entera al diccionario, repet¨ªan en sus portadas las palabras ¡°fant¨¢stico¡± y ¡°extraterrestre¡±. Muri¨® el suspense en los carruseles de la radio. En algunos casos moriste t¨² tambi¨¦n. Cuando nos dimos cuenta, el f¨²tbol ya estaba en manos de hombres de negocios.
Entran ganas de ponerse triste cuando se advierte que acudir al estadio, e incluso al bar, se ha vuelto caro y sofisticado. Este proceso de encarecimiento y afectaci¨®n del placer de ver el f¨²tbol en directo da como resultado el desafecto. Seguimos amando a nuestro equipo, sufriendo y alegr¨¢ndonos con sus resultados, su estilo de juego, los fichajes, las alineaciones, pero nos hemos ido enga?ando a nosotros mismos y convenci¨¦ndonos de que los partidos se ven mejor por televisi¨®n. De pronto, se nos ocurren cosas m¨¢s interesantes y aburridas en las que gastar cincuenta euros. Y es una pena, porque casi nada se iguala a la emoci¨®n de tirar el dinero, a cambio de que sean treinta euros, pongamos, en algo que te hace perder la cabeza, como el f¨²tbol.
En un informe de Marca de 2012, el coste medio de una entrada en Espa?a era precisamente de 53 euros, muy por encima de los 30 de la Bundesliga. Ese mismo a?o, en el Veltins Arena de Gelsenkirchen, durante la eliminatoria de ida de la Europa League entre el Schalke y el Athletic, los aficionados locales desplegaron una pancarta en espa?ol que dec¨ªa: ¡°El f¨²tbol no es sexo telef¨®nico¡±, en referencia a los 90 euros que iba a costar la entrada de la vuelta en San Mam¨¦s.
Nosotros podemos seguir como hasta ahora, e ignorar que tambi¨¦n los ingleses acaban de abaratar las entradas. Sin embargo, un d¨ªa el desafecto ser¨¢ irremontable. La advertencia vale para los clubes y, ya puestos, para los bares que cobran el gin-tonic a 10 euros. No nos extra?emos si una tarde nos sorprendemos diciendo que donde se ve bien el f¨²tbol es en un smartwatch, en la cama, mientras te emborrachas con una infusi¨®n.
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