West Ham, el problema de las burbujas
El equipo londinense despide su estadio, el Upton Park, frente al Manchester United
Estoy soplando burbujas para siempre
Burbujas bellas en el aire
Vuelan tan alto, llegan al cielo
Y como mis sue?os, se desvanecen
Blowing Bubbles, himno del West Ham
Siempre he sido muy esc¨¦ptico de los oportunistas. Tengo muchos amigos que me preguntan por qu¨¦ no le voy a los Pumas si estudi¨¦ en la UNAM. Estoy convencido que los verdaderos aficionados escogen a sus equipos en la infancia y por razones mucho m¨¢s importantes que ¡°la racionalidad¡± ?C¨®mo iba a saber mi peque?o yo de los 6 a?os que 12 a?os despu¨¦s ingresar¨ªa a la UNAM? No, los equipos no se escogen as¨ª; se escogen por caprichos irreprochables, un color, un jugador, una tradici¨®n familiar. En el f¨²tbol como en el amor, la l¨®gica es solo para los oportunistas. La pasi¨®n no permite c¨¢lculos. Uno se enamora del que puede y luego a ver c¨®mo sobrevive.?
Yo le voy al West Ham; el equipo que inmortaliz¨® su gloria en una canci¨®n que homenajea el fracaso. La mayor¨ªa de los c¨¢nticos son aspiracionales, himnos de guerra que preparan a los soldados para el combate. En ese sentido, el West Ham ha construido un antic¨¢ntico; si las porras buscan construir una catarsis colectiva, en Upton Park lo que sucede tiene geometr¨ªa de encanto; la catarsis est¨¢ permeada de la suave filigrana del sue?o. Cada juego, los martilleros del West Ham entonan Blowing Bubbles?mientras que una maquina llena la cancha de burbujas. La escena es profundamente conmovedora, los gladiadores salen al campo de batalla en medio de una melod¨ªa dulce y pompas de jab¨®n. El silbido inicial da fin a este trance colectivo; las peque?as met¨¢foras van cediendo a la realidad y la normalidad se asienta sobre el terreno de futbol. Cuando hay burbujas en la cancha, el West Ham juega de local.?
En ¨¦pocas de un capitalismo emocional rapaz, muchos escogen sus equipos porque les aportar¨¢n los triunfos suficientes para sentirse ellos mismos ganadores
El problema de las burbujas es que se revientan. Eso lo sabemos todos. Y a¨²n as¨ª ?qui¨¦n no ha soplado con esmero unas pompas de jab¨®n? Todos tenemos ese recuerdo: la versi¨®n diminuta de nosotros mismos persiguiendo globitos de aire por un parque. Lo ef¨ªmero, se?ores, tiene sus bondades. Si las burbujas anduvieran navegando para siempre -imaginenlas rebotando por doquiera- nosotros mismos acabar¨ªamos por reventarlas. Los sue?os son para los que alg¨²n d¨ªa van a despertar; los muertos que yo sepa, no sue?an.?
En ¨¦pocas de un capitalismo emocional rapaz, muchos escogen sus equipos porque les aportar¨¢n los triunfos suficientes para sentirse ellos mismos ganadores. Como nunca he sido dado a la autosuperaci¨®n yo le voy al West Ham por una especie de fobia a la terapia. Alimentarse de los triunfos de los otros es f¨¢cil; construir a partir de su derrota es m¨¢s complicado. Se necesita resiliencia para identificarse con la mediocridad ajena. Los s¨ªmbolos del West Ham son el martillo y las burbujas; su cimiento simb¨®lico yace entre lo ideal y lo plausible. Si las burbujas se elevan y se destruyen, el martillo construye desde el suelo; el onirismo se convierte en realidad a trav¨¦s del acero.?
Adem¨¢s, mi devoci¨®n a los hammers queda bien con mi idealismo. Confieso que me conmueve la idea de un mundo en el que las ilusiones dictan el pulso de la realidad. No es ¨¢nimo de dotar a la historia con un aspecto cursi, pero lo cierto es que ¨¦sta se construye de ilusiones que al romperse acaban por asentarse sobre la realidad: la ilusi¨®n por si sola no es capaz de permear en el mundo de lo palpable, para ello primero debe reventarse; el jab¨®n que cae al piso es el que hace que el mundo se resbale hacia nuevas direcciones. Si muchos aficionados viven de los trofeos de sus equipos, yo prefiero sentirme un revolucionario en potencia; mi lealtad al equipo pasa por la idea de la trascendencia: las burbujas se revientan siempre, hasta que una cuaja y se queda. Cuando las ilusiones son puestas en marcha el mundo de pronto rueda.?
Antes de ser acusado de querer justificar la mediocridad de mi equipo con adornos literarios, o de ser considerado un m¨¢rtir que busca atenci¨®n escogiendo un equipo mediano, creo que es oportuno explicar mi adherencia a los valores vino tintos. En mi historia, la ilusi¨®n y los sue?os juegan un papel m¨¢s all¨¢ de la met¨¢fora. Ten¨ªa seis a?os cuando mi pap¨¢ lleg¨® a casa con la noticia de que nos mudabamos a Londres. El sentido del espacio es peculiar en un ni?o; no fue el mapa lo que me asust¨®, sino la extra?eza del nombre. Hab¨ªa algo en la palabra que denotaba una distancia inconmensurable. Londres no sonaba a M¨¦xico y eso lo volv¨ªa lejano.
Enternecidos por mi angustia, mis padres me regalaron un peque?o cami¨®n de dos pisos. La idea era sencilla: construir un v¨ªnculo entre mi mundo actual y mi mundo futuro. El regalo fue -en su forma ma? literal- destino. Pegado en la frente del veh¨ªculo, un letrero anunciaba el final de la ruta: West Ham. Pas¨¦ horas jugando con ese cami¨®n; trac¨¦ miles de rutas, pero las letras eran inescapables; no importa a donde fuera antes, mi cami¨®n siempre llegaba a West Ham. El nombre comenz¨® a tomar un aire m¨ªtico.?
Llegu¨¦ a Londres como quien llega a ?taca. En alg¨²n lugar de la ciudad estaba West Ham y eso sonaba a casa. Como mis padres son generosos pero no suicidas, postergaron con esmero el encuentro. Fue la televisi¨®n la que se encarg¨® de hacerlo. Un d¨ªa prend¨ª el aparato y me encontr¨¦ con un partido de f¨²tbol. De inmediato me enamor¨¦ de los colores de aquel uniforme. Era la elegancia en su m¨¢xima expresi¨®n: el azul cielo y el vino tinto me parec¨ªan una combinaci¨®n digna de los dioses. Un letrero me revel¨® el nombre de mi nuevo equipo. Pudo haber sido el Aston Villa, pero -afortunadamente- fue el West Ham. Record¨¦ mi cami¨®n y supe que hab¨ªa llegado a la ¨²ltima parada. Uno siempre acaba por alcanzar a su destino, sobre todo sobre un cami¨®n de doble piso.
Adem¨¢s, mi afici¨®n se justifica en los accidentados s¨ªmiles idiosincr¨¢ticos. El West Ham es un club intr¨ªnsecamente mexicano. Sus contrastes lo revelan tan surrealista como mi pa¨ªs. Durante a?os, West Ham ha sido vinculado a la violencia de sus seguidores. Enclavado en una de las ¨¢reas m¨¢s pobres de la capital inglesa, el barrio engendr¨® rivalidades y peleas. Para algunos el prototipo de seguidor del West Ham es el obrero ingl¨¦s; alto, fuerte y rapado. Pero entre toda la violencia que esta imagen puede engendrar, sobrevive la ternura; cada vez que un partido comienza el equipo de los hooligans canta una enternecida canci¨®n de cuna como canto de guerra. Nada m¨¢s conmovedor que ver a skinheads soplando burbujas.
A pesar de su tendencia a la mediocridad, irle al West Ham no es es ningun sentido un ejercicio vano. Descontextualizado del entorno ingl¨¦s y su enraizada correlaci¨®n entre barrio y equipo, para el aficionado casual el West Ham parece un club menor. Nada m¨¢s alejado de la realidad. El medio futbolistico ingl¨¦s ha sobrevivido el embate de los valores americanos que s¨®lo premian la victoria. Cierto, no hay duda que los trofeos ayudan; Manchester United, Arsenal, Chelsea y Liverpool son los equipos m¨¢s grandes de Inglaterra por sus triunfos y su dinero. Sin embargo, hay una serie de equipos cuyo valor hist¨®rico los pone en un sitio privilegiado a pesar de no contar con el pedigree internacional.?
Me enamor¨¦ de los colores de aquel uniforme: el azul cielo y el vino tinto me parec¨ªan una combinaci¨®n digna de los dioses
Para el fan globalizado, un partido del Chelsea contra el West Ham es un mero tr¨¢mite, un encuentro entre un gigante y un desconocido; en Londres el duelo se vive como una final. Para el verdadero fan del Chelsea un triunfo ante el West Ham, el Tottenham, el Fulham o el Arsenal puede valer m¨¢s que un ¨¦xito internacional. El ejemplo no es una excepci¨®n: pregunten a un seguidor del Arsenal qu¨¦ le es m¨¢s importante, ganarle al Bayern o ganarle al Tottenham, pregunten a uno del West Ham si prefiere jugar en Europa o vencer al Millwall; el futbol en Inglaterra no se puede entender sin la rica historia de los clubes, su localizaci¨®n geogr¨¢fica y sus rivalidades. Dentro de ese universo, el West Ham es un equipo de una tradici¨®n intachable y una influencia muy amplia y arraigada. Medio paso abajo de los cuatro grandes existe una constelaci¨®n de equipos imprescindibles en la cosmolog¨ªa del balompi¨¦ ingl¨¦s: West Ham, Tottenham, Manchester City, Newcastle y el Everton: sin ellos la Premier League no debe ser.?
Ya he dicho que no le voy al West Ham por anhelo de trofeos pero a¨²n as¨ª me gusta mantener cierto coto de dignidad. Para ello cargo con un as bajo la manga. Hace un tiempo un neoseguidor (el equivalente al new-rich del futbol, cuyo apego a un equipo ha llegado con la antena parab¨®lica) del Chelsea me pregunt¨® en tono ir¨®nico cuantas ligas ha ganado el West Ham. Mi respuesta fue en modo may¨¦utico: ?Cu¨¢ntos mundiales ha ganado el Chelsea? Mi interlocutor se qued¨® confundido; entre los anales del wikipediazo y las ne¨®fitas narraciones de Sky no se incluye el recuento de la sutilidad y la microhistoria. En 1966 Inglaterra se alz¨® con el ¨²nico mundial en su historia; la espina dorsal del equipo estaba compuesta por el gran Bobby Moore, Geoff Hust, Martin Peters y Ray Wilson; cuatro jugadores del West Ham. Alguna vez la selecci¨®n brasile?a fue una versi¨®n reforzada del Santos; en 1966 en Wembley, el West Ham venci¨® a Alemania Occidental con tres goles de su delantero y canterano Geoff Hurst; una estatua en frente de Upton Park recuerda aquel momento.
Su presencia all¨ª no es el ¨²nico indicio de que has llegado a uno de los ¨²ltimos resquicios aut¨¦nticos del futbol mundial. Todo en Upton Park est¨¢ construido de peque?as sutilezas: la larga cola para ¡°Nathan¡¯s Pie Mash & Eels¡±; una muestra tan revulsiva como necesaria de la gastronom¨ªa inglesa; el vendedor de programas parados sobre una escalera de lamina; el grito de ?cuidado con el Tottenham! cuando las heces de los caballos policiales llenan la banqueta; y por supuesto, la estructura chafa que simula las torres de un castillo. Si el estadio del Manchester es conocido como el ¡°teatro de los sue?os¡±, en Upton Park los sue?os no son ensayados, aqu¨ª el mundo on¨ªrico es parte fundamental de la tersa filigrana de la cotidianidad. Upton Park, el estadio del West Ham, se levanta como un monumento a una estirpe cada vez m¨¢s rara en el mundo del futbol: el rom¨¢ntico empedernido.?
Entre todo lo que parece eterno en West Ham, el estadio no figura. Hoy, el West Ham sigue pero Upton Park no. Tras 112 a?os de ser la casa del azul cielo y el vino tinto, el estadio cede a los impulsos capitalistas que lo convertir¨¢n en un complejo de apartamentos. La casa de los sue?os se volver¨¢ el hogar de algunos cuantos somnolientos. West Ham seguir¨¢ su historia unos kil¨®metros m¨¢s al sur; el Estadio Ol¨ªmpico ser¨¢ su nueva casa. En su canci¨®n Substitute Pete Townshend habla de la funcionalidad del desorden; ¡°el norte de mi pueblo est¨¢ en el este, y el este est¨¢ en el sur¡±. West Ham es la concretizaci¨®n de la confusi¨®n perpetua, no s¨®lo no est¨¢ en el oeste de Londres sino que el secreto mejor guardado del club es que el West Ham juega en East Ham. En ese sentido el Estadio Ol¨ªmpico que s¨ª est¨¢ en el oeste del condado de Ham ser¨¢ un regreso a casa; pero algo en esta correcci¨®n geogr¨¢fica es propensa a crear confusi¨®n entre los miembros de un club cuya esencia yace en la inconsistencia y las paradoja. ?Para qu¨¦ queremos a la realidad y su exquisito compromiso con la precisi¨®n si tenemos fantas¨ªa??
La localizaci¨®n geogr¨¢fica no ser¨¢ la ¨²nica causa de confusi¨®n en el nuevo estadio. Conforme la modernidad reemplaza a la melanc¨®lica austeridad, el club ir¨¢ creciendo. Nada en el nuevo estadio ser¨¢ capaz de recrear el ambiente que Joseph Blatter llam¨® el segundo mejor del mundo del f¨²tbol (ser¨¢ corrupto pero sabe del deporte). El martillo homogenizador de la globalidad por f¨ªn caer¨¢ sobre los martilleros y les quitar¨¢ un toque de su personalidad y de su esencia. Pero hay algo que preocupa a¨²n m¨¢s. Tras el partido contra el Manchester las luces de este peque?o y anticuado estadio se apagar¨¢n para siempre y las torres castillo caeran estrepitosamente. ?Qu¨¦ pasar¨¢ con las burbujas? La ca¨ªda de Upton Park no es el fin de una era sino de un estilo de vidal: the West Ham way; un f¨²tbol hermoso y luchon pero inefectivo; una forma de sufrir muy cercana al ¨¦xtasis. En la historia del West Ham se cuenta la historia de sus aficionados, una clase obrera y trabajadora que no triunfa pero sobrevive de manera milagrosa. ?Qu¨¦ pasar¨¢ cuando el nuevo estadio traiga consigo las bondades del ¨¦xito? ?Con qu¨¦ talante aventar burbujas en la cara del ¨¦xito? ?Como vamos a reconocer a nuestro equipo cuando gan¨¦??
2016 ser¨¢ el punto de quiebre en la burbuja. De un lado nosotros, atrapados en una versi¨®n id¨ªlica de un club que no busc¨® el triunfo sino la gloria, y del otro una nueva legi¨®n de aficionados que llegar¨¢n en busca de glamour, trofeos y la algarab¨ªa del primer mundo futbol¨ªstico. ?Qui¨¦n de nosotros lo hubiera siquiera imaginado? ?Sabr¨¢n ellos que las burbujas no son eternas??
Un club de futbol es la continuidad de la infancia en la vida adulta. Cuando el mundo nos exige ser racionales y aburridos, el futbol nos da noventa minutos para ser ni?os. Recuerdo el encantamiento que ten¨ªan en m¨ª las burbujas; su belleza era ef¨ªmera pero su existencia activaba en mi un mecanismo eterno: la ilusi¨®n. El problema de las burbujas es que se revientan. La maravilla del mundo es que mientras tanto, las burbujas siempre vuelan.
De alguna forma el West ham deber¨¢ adaptarse a su nueva identidad sin perder su esencia. Si alguna vez las pompas de jab¨®n en Upton Park hablaban a un futuro de esperanza que no llegaba, ahora en el Estadio Ol¨ªmpico las misma burbujas har¨¢n de interlocutoras con un mundo pasado donde el futuro era inalcanzable. Un recordatorio de que los sue?os duran hasta que la realidad los revienta. Por eso el futbol debe funcionar como un encanto; no un coto de la realidad sino un breve resquicio al margen de ella. ¡®Forever blowin¡¯ bubbles¡¯: Aunque el West Ham gan¨¦ y se vuelva irreconociblemente exitoso, mientras haya burbujas habr¨¢ equipo. El cami¨®n tiene muchas paradas; algunas buenas, muchas malas, pero al final de trayecto siempre est¨¢ la casa; la ilusi¨®n perdura siempre y cuando se entienda que el destino es la ilusi¨®n que permite el camino. En mi vida esa ilusi¨®n tiene nombre de embutido: West Ham.
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