A la espalda de Kluge, los sprinters se miran, perplejos
El gigantesco treinta?ero alem¨¢n sorprende a los m¨¢s r¨¢pidos en el regreso al valle y la llanura
Entre B¨¦rgamo y Mil¨¢n, nada m¨¢s pasar Villa Giovanna, la casa de Jacinto Facchetti, y f¨¢brica de las Bianchi azul cielo celeste de Coppi y de Kruijswijk, en la volata inevitable en la recta en ¨¢ngulo recto de Cassano d¡¯Adda que separa el barrio del futbolista, Mazzola padre, Valentino, el que muri¨® con el Torino en Superga, del distrito del ciclista del pueblo, el Gianni Motta que pele¨® con Julio Jim¨¦nez y Anquetil el Giro de hace 50 a?os, y gan¨®, no se impuso un sprinter porque ya los dos alemanes que se r¨ªen de los colegas italianos, Kittel y Greipel, se han retirado. Gan¨® un prologuista, o un finiseur, que dicen los franceses, alem¨¢n por supuesto, que se lanz¨® imparable y se desgaj¨® del grupo tirado, y lo miraban perplejos e inm¨®viles los volatistas italianos, Nizzolo y compa?¨ªa, incapaces de entender nada. Se llama Roger Kluge el ganador, tiene 30 a?os, es m¨¢s que grande gigantesco y pesado, todo un motor, y corre para el equipo suizo IAM, que justo luce su maillot ante el mundo cuando acaba de anunciar que deja de existir a final de temporada y ya los m¨¢s ingeniosos empiezan a llamarlo IWAS.
En la llanura padana no esperaba al Giro para envolverle la niebla de Paolo Conte, turbia como un vaso de agua con unas gotas de an¨ªs y la m¨²sica nost¨¢lgica de un acorde¨®n, sino un sol y un calor de verano y m¨²sica chirriante de altavoces agudos que aceleraron al pelot¨®n con ganas de invadirlo a toda velocidad, sus rectas aburridas y tan pl¨¢cidas, despu¨¦s de lanzar una ¨²ltima mirada nost¨¢lgica a las monta?as altas de los ¨²ltimos d¨ªas, tarjetas postales, desde los ventanales de sus hoteles a la hora del desayuno, y en la carrera miraban todos curiosos a Jasha S¨¹tterlin, el alem¨¢n de piel tan blanca y se preguntaban por qu¨¦ ni se quema ni se broncea, y tambi¨¦n las piernas de Vincenzo Nibali, que duda.
Hay ciclistas de piedra como el l¨ªder Kruijswijk, con su cruz y su penitencia en su apellido, el Distrito de la Cruz, adobado de jotas y kas, que hablan con tono de voz de GPS computerizada, tan inhumana e inalterable pase lo que pase que al conductor le extra?a que no pierda la calma aunque diga por quinta vez en la misma rotonda toma la segunda salida, y no a?ada, exasperada, ?y no te vuelvas a equivocar! Al holand¨¦s pelirrojo, que habla as¨ª d¨ªa tras d¨ªa aunque Tur¨ªn y el final en rosa se acerque, los dem¨¢s le quieren tanto que le dan la mano y la enhorabuena antes de la salida y le dicen que esperan que gane. Y ¨¦l sonr¨ªe.
Nibali pone voz de ni?o mimado, humanamente infantil, y como un ni?o, en esos t¨¦rminos simples, orgullo, humillaci¨®n, tambi¨¦n habla de que en los Dolomitas, en su impotencia, sinti¨® humillado su orgullo de escalador. Tiene el siciliano el alma inquieta de Caravaggio (tambi¨¦n en la llanura vecina a Mil¨¢n est¨¢ ese pueblo y estuvo ese pintor, luminoso por las ma?anas, sombr¨ªo al atardecer a la espera del resultado de unos an¨¢lisis que justifiquen quiz¨¢s su retirada a su pesar. No entiende a Valverde Nibali, ganador de un Tour, un Giro, una Vuelta, no entiende c¨®mo el murciano simplemente siempre cura su orgullo el d¨ªa siguiente de sus patinazos, y olvida.
Silencioso en la pianura, desbordado, Chaves quiz¨¢s sienta la a?oranza de su m¨²sica, de su salsa, y la llamada de sus monta?as, a las que volver¨¢, con todos, el viernes.
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