Poeta a pu?etazo limpio
Muhammad Ali era capaz de rimar vocablos y armar retru¨¦canos con la misma agilidad con la que combin¨® en los cuadril¨¢teros su mote
Supongo que nadie se atrevi¨® en vida a criticar a Muhammad Ali como poeta o cuestionar su inmenso papel en no pocas transformaciones ideol¨®gicas y sociales del siglo XX. Lo obvio ser¨ªa esperar que responder¨ªa con un gancho a la mand¨ªbula, cuando en realidad el armamento m¨¢s contundente que ostentaba el gigante campe¨®n de los pesos pesados fueron las palabras. Los puristas de la m¨¦trica y engolados de academia dir¨¢n ahora que se trata no m¨¢s que de un raro descendiente de esclavos negros que ¡ªcomo muchos otros bardos del Sur de los Estados Unidos¡ª transpiraba una propensi¨®n natural para la rima; derivados intuitivos de eso que llaman limmericks, Ali desde que se llamaba Cassius Clay era capaz de rimar vocablos y armar retru¨¦canos con la misma agilidad con la que combin¨® en los cuadril¨¢teros su mote: era una mariposa que flotaba, al tiempo que picaba como abeja. Lamentablemente intraducible en toda su sonoridad, eso de Floats like a Butterfly and Stings like a Bee se volvi¨® una suerte de credo recrecido que alteraba incluso la etimolog¨ªa formal de la No-violencia. Ha fallecido apenas hace unas horas y el mundo entero a¨²n no sabe bien c¨®mo deletrear su nombre, pero el respetuoso silencio que merece su leyenda merece al menos que intentemos entender su grandeza.
Campe¨®n ol¨ªmpico en los Juegos de Roma, el joven Clay pronto abri¨® las alas de su intelecto y lenguaje, desaforado y desat¨¢ndose de entre las r¨ªgidas cuadr¨ªculas de una sociedad que a¨²n segregaba a los ciudadanos de su raza. Ahora parece que hablamos de la prehistoria, pero en The Good Ol¡¯United States, donde hoy es presidente Barack Obama, hace apenas poco m¨¢s de medio siglo se obligaba en gran parte de su territorio a todos los ciudadanos negros ¨Cas¨ª fueran c¨¦lebres cantantes, acad¨¦micos o m¨²sicos de gran altura¡ª a beber en fuentes aparte, viajar en la parte trasera de los autobuses y buscar educaci¨®n o trabajo en reductos confinados como exclusivos para sus vidas.
Clay ¡ªya campe¨®n de eso que llamaban anta?o amateur¡ª se volvi¨® profesional no s¨®lo en los combates profesionales con bolsa de dinero, sino catedr¨¢tico del esc¨¢ndalo: se proclam¨® a s¨ª mismo el m¨¢s grande de todos los tiempos, inaugur¨® la intimidaci¨®n verbal de todo rival a¨²n antes de enfrentarlo en el cuadril¨¢tero y se lanz¨® nada menos y nada m¨¢s contra el m¨¢s que r¨ªgido establishment. Por algo y por mucho The Beatles lo fueron a visitar a su campamento de entrenamiento. Ali naci¨® el d¨ªa en que asumi¨® en p¨²blico una conversi¨®n al islam en un mundo que a la fecha y en gran parte no ha sabido no s¨®lo entender del todo lo que eso significa, sino aceptarlo dentro de los c¨¢nones del american way of life que se han contagiado a todos los ¨®rdenes o costumbres que se trastocaron precisamente desde la d¨¦cada psicod¨¦lica: por su credo y por sus creencias, m¨¢s que simple objetor de conciencia, Ali fue un abierto opositor a la necia y nefanda guerra de Vietnam; declar¨® en vivo y por todos los canales de informaci¨®n que ¨¦l no ve¨ªa raz¨®n alguna en tener que viajar al otro lado del mundo para matar a ning¨²n vietnamita, viviendo en un pa¨ªs que no generaba el prometido bienestar para una inmensa mayor¨ªa de sus habitantes.
Por su ret¨®rica y punzantes posturas pol¨ªticas, fue despojado del t¨ªtulo de campe¨®n (que recuper¨® hasta en tres ocasiones) forz¨¢ndolo a crecerse a¨²n m¨¢s en vez de aniquilarlo. Algunos dir¨¢n que ¨¦l mismo se convirti¨® en la pantomima de su propio discurso ¡ªpor las bravatas verbales, por la danza desesperante que coreografiaba sobre el cuadril¨¢tero como si evitara precisamente entrarle a los golpes o por las constantes bufonadas con las que debat¨ªa en entrevistas con el c¨¦lebre cronista Howard Cosell de la NBC¡ª pero Ali era poeta en acci¨®n y su verborrea no s¨®lo buscaba la rima instant¨¢nea (sin pretensi¨®n alguna de volverse Frost o Longfellow) sino encender un clima, armar un hurac¨¢n en el vac¨ªo que sirviera de desconcierto para trastocar o abatir todo aquello que nos dec¨ªan era intocable y su fox-trot ya con guantes respond¨ªa fielmente a la perfecta definici¨®n del boxeo, que no es la de subir a un entramado s¨®lo para pegar, sino saber evadir con gracia los golpes que lanza el contrario.
Cuando reci¨¦n se hab¨ªa cambiado de nombre por su conversi¨®n musulmana, Muhammad Ali se enfrent¨® a un inmenso ropero de ¨¦bano que insisti¨® burlonamente llamarlo repetidas veces ¡°Cassius Clay¡± en las entrevistas previas al combate. Existe el v¨ªdeo donde consta que Ali, pudiendo noquear al interfecto desde el primer asalto, decidi¨® mejor dosificarle los golpes durante varios rounds, grit¨¢ndole ¨Ccada vez que se alejaba del bulto, luego de propinarle una partida de secos guantazos¡ª¡°Say my name!¡±. Pocos cronistas o comentaristas volvieron a caer en la man¨ªa segregacionista y agresi¨®n simulada de referirse a ¨¦l por el nombre que dejaba en su pret¨¦rito y todo eso fue cambiando para bien las oxidadas formas y maneras con las que se denostaba entre dientes a una inmensa mayor¨ªa de ciudadanos negros e incluso migrantes latinos en diversos niveles del mundo norteamericano.
De las entrevistas y toda aparici¨®n p¨²blica, hay que aquilatar que el campe¨®n las aprovech¨® todas para siempre anteponer la virtud y la honesta creencia en sus ideas al servicio de las mejores causas: la lucha por los derechos civiles, la oposici¨®n a toda guerra, el alivio para los despose¨ªdos, el fomento y promoci¨®n del deporte y luego, la alerta de eso que ahora todos sabemos que es la enfermedad del p¨¢rkinson que lo fue minando poco a poco desde la lejana ¨¦poca en que nos era absolutamente desconocido. Es dif¨ªcil no cerrar los ojos ante la menci¨®n de su nombre y no verlo claramente parado como un rascacielos de Manhattan, el brazo flexionado sobre el torso perfecto, literalmente encima del abatido Sonny Liston en el instante que le arrebataba la corona del mundo o subido entre las tres cuerdas en alguna esquina del universo gritando a voz en cuello que ¨¦l era el mejor de todos.
Pocos han le¨ªdo al menos como ¨²til divertimento los muchos versos que escrib¨ªa como genio intuitivo azorado por todo lo que le rodeaba (hace algunos a?os se public¨® un libro con toda su poes¨ªa y no pocas de sus famosas fotograf¨ªas y como era de esperarse, se trata de una edici¨®n del tama?o de una mesa que pesa lo que necesita cualquier escu¨¢lido para ejercitar b¨ªceps y se vendi¨® en edici¨®n imitada que creo s¨®lo dur¨® disponible durante los escasos d¨ªas de la Feria del Libro de Fr¨¢ncfort en la que se hizo p¨²blica). En un mundo donde la muerte de un torero ya no s¨®lo es bizarra para la mayor¨ªa de las culturas, sino que se expone a la denostaci¨®n e incluso burla en las redes sociales y en este planeta donde se privilegia la velocidad de las ignorancias, la banalidad de tantos papeles, tan s¨®lo hablar de boxeo conlleva la inmediata reprobaci¨®n de quienes ¡ªsin pensarlo mucho¡ª lo califican de barbarie, remanente anacr¨®nico del circo romano y ven no m¨¢s que rid¨ªculo el incre¨ªble escenario donde dos millonarios, normalmente semidesnudos, se agarran a trompadas delante de un p¨²blico, pero eso que tanto asco provoca hoy en el mundo vegano, realidad light y buena onda qued¨® bautizado en la prosa del gran A. J. Liebling como ¡°la dulce ciencia¡± y en sus fondos resguarda al menos muchas de las reflexiones de la raz¨®n en medio de tanta sinraz¨®n, desde el hambre como adrenalina para ganarse la vida hasta la mancillada dignidad de qui¨¦n pone a prueba hasta el ¨²ltimo gramo de su fuerza hasta que alguien tire la toalla en su abono o el universo entero lo deja noqueado sobre la piel de su propia biograf¨ªa.
Muhammad Ali se compr¨® casas y coches, tuvo mujeres diversas y se volvi¨® un icono raro en distintos escenarios. Se le ve como Rey del ?frica y protagonista de buenos documentales, se queda en las fotograf¨ªas que lo congelan en un tiempo que poco a poco se va quedando en blanco y negro en este mundo que ya cabe en pantallas planas de cualquier tama?o, pero hoy que vive ya el amanecer de su leyenda eterna, valdr¨ªa la pena guardarle el silencio al menos por dos detalles asombrosos: entre los muchos placeres que se gan¨® con los pu?os, Ali se compr¨® una grabadora y dej¨® para la posteridad un inmenso archivo de conversaciones consigo mismo y con su hija, llamadas telef¨®nicas que ¨¦l mismo se grababa (sabiendo que desde joven hab¨ªa sido grabado-espiado por la CIA, el FBI y quien sabe cu¨¢ntas otras mafias) y todo ese material sirvi¨® como m¨²sica de fondo de un entra?able documental donde el espectador descubre a un padre amoroso, un inmenso oso que en el fondo destila ternura y un anciano contra su imbatible voluntad que ante al asombro de la realidad, el p¨¦talo de una flor desconocida o el paisaje visto desde lejos, s¨®lo se le ocurre buscarle rimas e intentar atrapar con las manos (envueltas en guantes que parecer¨ªa que no estorban las yemas de sus dedos) eso que llaman poes¨ªa.
El otro detalle es jam¨¢s olvidar y citar cada vez que se pueda que Muhammad Ali tuvo que dirigirse a una multitud durante un improvisado mitin en medio de la turbulenta ¨¦poca de tantos disturbios, desatadas iras y multiplicaci¨®n de confusiones. El resultado es quiz¨¢ el discurso m¨¢s breve de la historia. Frente al micr¨®fono (una vez que amain¨® el ruido multitudinario que parec¨ªa implacable) el hijo de esclavos que desde ni?o hablaba en rimas, el m¨¢s grande de todos los tiempos, abri¨® las aguas de un inmenso mar para transmitirle a la multitud la unidad que formamos todos, tan s¨®lo diciendo a media voz, como murmullo: Me. We. A no pocos pol¨ªticos, intelectuales, artistas, empresarios, maestros o ministros de todo credo les vendr¨¢ bien aprenderse ese discurso y jam¨¢s olvidar que hubo al menos uno de los h¨¦roes de un pasado que se esfuma que en medio de tantos gritos supo rimar el aforismo donde Todos somos Yo.
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