Un escudo manchado
Desde el pacto por el caso Neymar el Bar?a es un listo que se salt¨® las reglas y al que todo el mundo puede se?alar por la calle por obra y gracia de sus dirigentes
Los aficionados del Bar?a con alguna que otra cana brillando en el flequillo sabemos que nuestro club lleva una vida entera conviviendo con la tragedia, haciendo cosquillas al le¨®n mientras mete la cabeza entre sus fauces, abroch¨¢ndose la chaqueta con despreocupaci¨®n mientras se asoma al precipicio con intenci¨®n de descubrir a qu¨¦ huele el vac¨ªo. A base derrotas y afrentas, a fuerza de goles en contra y zancadillas de todo tipo aprendimos a vivir en la oscuridad, capaces de respirar a dos metros bajo tierra sin necesidad de ox¨ªgeno, felices sin sol que nos caliente o se?ale la diferencia entre el d¨ªa y la noche. Crecimos sin mayor sustento que el propio orgullo de sentirnos diferentes, de formar parte de un club que era mucho m¨¢s que eso, de alinearnos a la vanguardia de un ej¨¦rcito desarmando en el que, como los Hijos del Hierro, nadie ten¨ªa miedo a la muerte porque lo que estaba muerto no pod¨ªa morir.
Como en cualquier familia siempre han surgido tensiones, las t¨ªpicas fricciones propias del cari?o y el roce continuo; esas peleas de cocina que terminan en nada sentados frente al televisor del sal¨®n mientras nos mordemos las u?as, compartimos una cerveza y sentimos los latidos del coraz¨®n bajo la piel del otro, sea cual sea el resultado. Una discrepancia natural sobre la que fuimos capaces de construir un club tan singular como mod¨¦lico a los ojos de medio mundo. Y as¨ª fue hasta ayer al menos, cuando la junta directiva ratific¨® un acuerdo con la fiscal¨ªa para que sea el propio club quien exp¨ªe las culpas de sus m¨¢ximos responsables y la desastrosa gesti¨®n de un fichaje que ilusionaba a la familia blaugrana sin necesidad de trucar la etiqueta del precio.
Desde ayer el Bar?a es un delincuente com¨²n m¨¢s, un club con antecedentes en su palmar¨¦s, un listo que se salt¨® las reglas y al que todo el mundo puede se?alar por la calle sin riesgo a equivocarse por obra y gracia, (maldita gracia), de sus dirigentes actuales y alg¨²n otro que ya no est¨¢. En el mayor gesto de cobard¨ªa que soy capaz de recordar en la historia del deporte, al menos hasta la fecha, una junta directiva ha preferido manchar el escudo inmaculado de un club a tener que afrontar sus propias responsabilidades. Y eso no es lo peor.
Lo m¨¢s grave, lo m¨¢s insoportable del asunto, reside en la certeza de que el fanatismo y el amor mal entendido a unos colores impedir¨¢n que se alce la voz contra semejante canallada. A los pocos minutos de conocerse la noticia, como era de esperar, ya volaban columnas de opini¨®n y editoriales interesados en los que se justifica la decisi¨®n adoptada y se advierte a los posibles disidentes de la pena estipulada para quien no acepte lo pactado: alta traici¨®n. Me queda, al menos, el honor de saberme condenado por mi propia conducta y no por un delito que unos pocos han decidido descargar sobre la conciencia de todos y el bolsillo de muchos.
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