Francia, ni ¡®amour¡¯ ni ¡®glamour¡¯
El equipo de Deschamps es un portento f¨ªsico, pero apenas recuerda al que enamor¨® en el Mundial 82
Francia se ha clasificado para octavos en dos partidos de tres. Todo un ¨¦xito viniendo de donde viene, de las tinieblas de Dom¨¦nech, de los motines internos nada revolucionarios, de un pasado glorioso que pesa como la nieve acumulada. Muchos aficionados se convirtieron a la fe francesa del f¨²tbol en el Mundial de Espa?a 82, cuando a Francia se la denomin¨® El Brasil de Europa. Ahora, ni Brasil es Brasil, ni Francia es Francia. Ni rastro de Giresse, de Tigana, de Platini (el futbolista), de Rocheteau (el de los arabescos), de Six. Ni rastro de Cantona, Djorkaeff o Henry. Francia, tras haber reinventado el f¨²tbol en Gran Breta?a, regres¨® con la maleta vac¨ªa. Tocaba volver a empezar.
Probablemente, la palabra francesa m¨¢s utilizada en aquellos tiempos por quienes no hablaban franc¨¦s era amour. El influjo t¨®pico de Par¨ªs inundaba el continente. El mundo. Y aquella selecci¨®n del 82 transmit¨ªa un amor por el f¨²tbol que superaba fronteras. En cierto modo, eran herederos del placer por el bal¨®n que hab¨ªan demostrado brasile?os tan notables como S¨®crates, Jairzinho o Gerson. Cuando el amour se manose¨® tanto, la palabra m¨¢s utilizada por quienes no hablaban franc¨¦s fue glamour, que naci¨® manoseada por quienes utilizaban el franc¨¦s para encubrir el mal gusto con perfumes caros de imitaci¨®n.
Aquella selecci¨®n de Francia del 82 transmit¨ªa un amor por el f¨²tbol que superaba fronteras
La Francia de Deschamps ni provoca amour ni tiene glamour. Prevalece el sudor. La primera vez que vi jugar a Matuidi me mand¨® a la lona: tal ejercicio f¨ªsico te deja casi inconsciente. La primera vez que vi jugar a Pogba me mand¨® por segunda vez a la lona, no por su peinado sino porque te pesan hasta las pesta?as vi¨¦ndole trabajar. Me acord¨¦ de Vieira y Desailly y, de repente, record¨¦ los cuerpecillos fr¨¢giles de Tigana y Giresse, plumas contra vigas. El atletismo se ha apoderado del f¨²tbol.
La Francia de Deschamps solo tiene tres huellas del pasado. Griezmann tiene la vivacidad del arte franc¨¦s, un punto bohemio que te hace pensar m¨¢s en el Sena que en Saint-Denis. Coman luce cierto gambeteo argentino y una obsesi¨®n por librarse del marcador como si fuera una obligaci¨®n ineludible. Payet busca retratar el juego como si tratase de pintar la luz imposible de Par¨ªs. Son los tres mosqueteros. El resto ejerce de tropa, ilustrada, pero tropa a fin de cuentas, como si la historia les fuera ajena. Y Deschamps, que fue un buen futbolista, no es D¡¯Artagnan. Mide, calcula, pesa. Prefiere a los forzudos sobre los intr¨¦pidos porque Martial no es Henry, ni Giroud alcanza a Papin o Bruno Bellone.
Pero es Francia. Sin amour ni glamour. No enamora. No gusta... pero gustar¨¢.
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