Eric Moussambani, mi h¨¦roe
Aquel nadador africano nos record¨® en Sidney el verdadero esp¨ªritu de las olimpiadas
Como cada s¨¢bado, Eric se levant¨® temprano para ayudar a su madre con las tareas del hogar. Tocaba barrer y fregar, as¨ª que decidi¨® encender la radio en busca de un poco de m¨²sica con la que animar sus quehaceres dom¨¦sticos, incapaz de imaginar que aquel gesto tan cotidiano estaba a punto de cambiarle la vida. Agarrado a la escoba, Eric se enter¨® por un anuncio de que la Federaci¨®n de Nataci¨®n estaba buscando nadadores para participar en las pr¨®ximas olimpiadas, e instaba a los interesados a pasarse por el edificio del Comit¨¦ Ol¨ªmpico para formalizar la solicitud y participar en las pruebas de selecci¨®n. Para su sorpresa, tan solo se presentaron ¨¦l y una mujer, Paula Barila Bolopa.
Eric hab¨ªa aprendido a nadar apenas unas semanas antes, en una playa cercana a su casa en Guinea Ecuatorial, y su primer entrenador fue un pescador de la zona llamado Silvestre que le explic¨® c¨®mo deb¨ªa mover los brazos y las piernas para mantenerse a flote. Apenas cuatro meses antes de la cita ol¨ªmpica, comenz¨® a entrenarse en la piscina de un hotel que la Federaci¨®n puso a su disposici¨®n para preparar la competici¨®n y cada d¨ªa, de cinco a seis de la madrugada, Eric braceaba una y otra vez los doce metros de largo de aquella modesta pileta antes de que llegasen los clientes. En cada uno de sus largos so?aba con su inminente viaje a Australia, un pa¨ªs del que nunca hab¨ªa o¨ªdo hablar y que, por alguna raz¨®n que no se alcanza a explicar, su mente decidi¨® situar en Europa.
Ya instalado en la Villa Ol¨ªmpica de Sidney, Eric recuerda cu¨¢nto le impresion¨® el tama?o de todo cuanto lo rodeaba, en especial el de la piscina en la que se celebrar¨ªan las pruebas: ¡°Demasiada agua para m¨ª¡±, pens¨®. Durante los entrenamientos le llam¨® la atenci¨®n el giro que los otros nadadores realizaban bajo el agua entre largo y largo, as¨ª que busc¨® ayuda en uno de los entrenadores del equipo americano. Cuando por fin pudo convencerlo de que ¨¦l tambi¨¦n era uno de los nadadores inscritos, se pusieron manos a la obra y antes de su prueba aprendi¨® cuatro nociones b¨¢sicas, adem¨¢s de recibir un regalo muy especial de su nuevo amigo: el ba?ador azul marca Adidas con el que pasar¨ªa a la historia. La bermuda con flores estampadas que pensaba lucir para la ocasi¨®n se qued¨® guardada en la maleta.
Lo dem¨¢s ya forma parte de la leyenda de los Juegos Ol¨ªmpicos. Eric Moussambani puso en pie a las 17.000 personas que abarrotaban el centro acu¨¢tico mientras braceaba desesperadamente por mantenerse a flote y terminar la prueba. El mundo entero se emocion¨® con la entrega de aquel nadador africano que nos record¨® el verdadero esp¨ªritu de las olimpiadas y que, con el paso del tiempo, puede pasear con la cabeza bien alta por la calle mientras algunos de los que subieron al podio se cubren, avergonzados, las m¨¢culas del dopaje. Al salir de la piscina, Eric se fue directamente a su habitaci¨®n, cerr¨® la puerta y se ech¨® a dormir: ¡°Estaba muy cansado¡±.
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