Las voces
No basta con ver los Juegos Ol¨ªmpicos, necesitamos que nos los cuenten. Ante todo, el deporte es un relato. De ah¨ª que a pesar de las d¨¦cadas, y de los olvidos pasajeros, se siga hablando de Zatopek, Griffith, Comaneci, Biondi, Latynina, Louganis, Beamon, Kristin Otto¡ En nuestra memoria, a menudo las grandes pruebas est¨¢n asociadas a una voz o un estilo narrativo, que contribuye a perpetuarlas. Pienso en el ¨²ltimo largo de Mireia Belmonte, durante la final de los 200 metros mariposa. Cuando pasen muchos a?os, pero a¨²n estemos vivos, o casi vivos, seguiremos escuchando de fondo el relato ag¨®nico, efervescente, que quemaba al o¨ªrlo, de Julia Luna y Javier Soriano. Pod¨ªas taparte los ojos con las manos, como si tuvieses miedo, y a¨²n as¨ª ve¨ªas con nitidez las ¨²ltimas brazadas, y de qu¨¦ modo la nadadora apartaba el agua desesperadamente para llegar a la gloria.
El deporte tambi¨¦n es para escuchar. O para leer. Se hace dif¨ªcil pensar en las gestas de Michael Phelps, que acaban siempre en oro, y al d¨ªa siguiente, o a las pocas horas, no abrir el peri¨®dico directamente ¡ªobviando internacional, opini¨®n, nacional, sociedad y cultura¡ª por la cr¨®nica de Diego Torres. Olimpiada tras olimpiada, en esos textos, que ya son una costumbre, tambi¨¦n se reproduce la haza?a. Sonar¨ªan terribles unos Juegos en silencio. Algunos d¨ªas cuesta incluso acostumbrarse a los cambios de narrador, y es imposible no a?orar a Gregorio Parra en las pruebas de atletismo, aunque a cambio puedes leer a Eduardo J. Castelao o Carlos Arribas. Yo ya tengo nostalgia del d¨ªa que Paloma del R¨ªo no pueda narrar la gimnasia art¨ªstica y de repente nos posea el desafecto.
Pasa el tiempo y las voces no se apagan, como aquella luz verde que el gran Gatsby ve¨ªa desde su embarcadero. Leemos a¨²n a Julio C¨¦sar Iglesias como si sus columnas siempre estuviesen escritas ma?ana, o escuchamos a Pedro Barthe relatar historias de baloncesto, a Rafael Recio contarnos qu¨¦ se coc¨ªa en las pruebas de judo, pirag¨¹ismo o remo, a Pedro Gonz¨¢lez en ciclismo, a Luis Miguel L¨®pez en balonmano¡
Quiz¨¢ el deporte ol¨ªmpico no sea tanto un deporte, aunque quiz¨¢ s¨ª, como una historia que necesita un narrador. Se puede alcanzar incluso un punto en el que el narrador deportivo ni siquiera necesita el deporte, como ocurri¨® en 1982, cuando Juan Pablo II visit¨® Espa?a. Durante varios d¨ªas los medios llenaron horas de televisi¨®n y radio y p¨¢ginas de peri¨®dicos. En el paseo de la Castellana, donde el pont¨ªfice ofici¨® una eucarist¨ªa que pas¨® de las dos horas, la duraci¨®n empuj¨® al l¨ªmite a muchos periodistas, m¨¢s acostumbrados a narrar eventos deportivos. Poco familiarizados con el l¨¦xico lit¨²rgico, en algunos casos optaron por proporcionar a la misa categor¨ªa de retransmisi¨®n futbol¨ªstica, pensando que as¨ª todo ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil. Ese d¨ªa se escucharon perlas como: ¡°El Papa aparece, entra, llega al altar, se quita el gorro¡¡±. O mejor todav¨ªa: ¡°En estos momentos, el Santo Padre coge el incienso, lo menea, se da la vuelta y comienza a incinerar a la multitud¡±.
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