Es el mejor
Cada vez que alguien dice de un futbolista que ¡°es el mejor¡± parece que el mundo tiemble, pero al final nunca pasa nada. Ocurre a menudo con las frases ociosas, que lo dejan todo igual que estaba. Las pronuncias para atrincherarte en una idea. Afirmar que alguien es el mejor no sirve tanto para aclarar que lo sea, como para fijar con qui¨¦n est¨¢n tus simpat¨ªas. Necesitamos un referente, identificarnos con un ¨ªdolo, sentir que formamos parte de un bando, que estamos con ¡°los nuestros¡±, y que esa pertenencia casi nos hace tan buenos como al futbolista que admiramos. ¡°Es el mejor¡± resulta una frase hueca, ficticia, y sin embargo impresiona.
Nunca est¨¢ de m¨¢s desconfiar de las grandes admiraciones. O por lo menos descansar de ellas media hora. En cierta ocasi¨®n, Jorge Amado acudi¨® a un encuentro de escritores brasile?os en Roma, y al entrar repar¨® en un cartel con su foto que dec¨ªa: ¡°Jorge Amado, el mejor escritor de Brasil¡±. Se sinti¨® radiante y continu¨® andando, muy erguido. Para su sorpresa, un poco m¨¢s adelante vio otro cartel que rezaba: ¡°Jo?o Ubaldo Ribeiro, el mejor escritor de Brasil¡±. Su entusiasmo se vino abajo de golpe, aunque ¨¦l no perdi¨® la l¨ªnea recta, y al encontrarse con el primer conocido, tuvo humor para comentar que ¡°durante cien metros¡± hab¨ªa sido el mejor.
Nos demanda tanto ensa?amiento y tiempo discutir qui¨¦n es el mejor, que al final s¨®lo quedan los dos bandos m¨¢s resistentes. Y entonces, el mundo se reduce a eso, a algo tan simple como hablar todo el d¨ªa de Cristiano y Messi, o de Guardiola y Mourinho. Tal vez sean los mejores. Puede. Me importa un bledo. No es eso lo que provoca hast¨ªo. Si son los mejores, que lo sean. Lo malo es que hayamos traspasado la frontera en la que un ¨ªdolo pasa de ¡°ser el mejor¡± a ¡°ser el ¨²nico¡±, m¨¢s all¨¢ del cual s¨®lo existen las afueras. Hay d¨ªas que todo se reduce a unos pocos nombres instalados en la conversaci¨®n, como si con ellos se sostuviese el mundo en pie, y el resto pudiese irse a su casa a hacer tarta de queso.
Las temporadas se suceden, pero casi siempre son la misma. Nos hemos acostumbrado a un modo de mirar, as¨ª que siempre vemos lo mismo. Se enfrentan Manchester United y City, y reducimos el partido a un duelo Mourinho-Guardiola, y juegan Bar?a y Madrid, y una tarde m¨¢s la vida se empeque?ece ante Messi y Cristiano. En el fondo, no soportamos el desorden, y necesitamos que todo est¨¦ apilado, de modo que haya una c¨²spide y un fondo, y s¨®lo nos interese la c¨²spide. Esta manera de organizar el f¨²tbol, donde los mejores lo ocupan todo, evita que la competici¨®n se desparrame en un gran caos, pero expulsa a los terceros, los cuartos, los quintos¡ todo lo que no est¨¦ arriba, y se compendie en un bello nombre, lustrado por el marketing, se vuelve un suburbio. Es curioso, porque Espa?a fue campeona del mundo con un equipo formado por los segundos y terceros, incluso cuartos o quintos jugadores en importancia de sus clubes.
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