Entrenador, qu¨¦date
Existi¨® un tiempo en el que un entrenador permanec¨ªa en un equipo a?os y a?os sin que lo echasen, al estilo de algunos presidentes de diputaci¨®n.
Existi¨® un tiempo en el que un entrenador permanec¨ªa en un equipo a?os y a?os sin que lo echasen, al estilo de algunos presidentes de diputaci¨®n. Nac¨ªas, y el m¨ªster ya llevaba 10 a?os en el club. Ibas a la escuela, te sacabas el graduado, fumabas sin tragar el humo, y el t¨¦cnico a¨²n reinaba en el banquillo. Entrabas en el instituto, te comprabas un Vespino, lo estrellabas, aprobabas la selectividad raspado, y el entrenador segu¨ªa en el mismo sitio. Te licenciabas, trabajas en cualquier cosa que no tuviese que ver con tu carrera, perd¨ªas el empleo, consegu¨ªas otro y volv¨ªas a perderlo, mientras descubr¨ªas que el entrenador manten¨ªa el suyo de siempre. Pod¨ªa llamarse Guy Roux, al frente del Auxerre durante 42 a?os, Alex Fergurson o Arsene Wenger. Pronunciabas su nombre, y este permanec¨ªa en el aire sin deshacerse.
Pero un d¨ªa se instaur¨® la moda de que te echasen de los sitios. Esa novedad val¨ªa para un pub, en el que pinchaban una de Sabina y encend¨ªan las luces, como para los banquillos. Desde entonces, los entrenadores se parecen a esa ¡°hoja que el viento lleva de alcantarilla en alcantarilla¡±, como Robert Mitchum dec¨ªa de Jane Greer en Retorno al pasado. Ahora, si un t¨¦cnico aguanta cinco a?os, como Simeone o Pablo Laso, o seis, como Valverde, ya tenemos la sensaci¨®n de que en ese tiempo hemos estrellado varias motos, cambiado seis veces de trabajo y visto caer a un par de presidentes de diputaci¨®n. Es casi inevitable preguntarse ¡°?pero c¨®mo lo hacen?¡±. Quiz¨¢ alguien tenga la tentaci¨®n de responder que lo hacen a base de obtener buenos resultados. Desgraciadamente, tambi¨¦n vivimos en una ¨¦poca en la que no est¨¢ claro qu¨¦ es un buen resultado. Demasiado relativismo.
Nos hicimos a la idea de que el mundo deb¨ªa girar, y r¨¢pido. As¨ª era m¨¢s f¨¢cil experimentar las agradables sensaciones de la posmodernidad, que tanto aprecia los fragmentos, el ajetreo, la juventud, lo nuevo. Y sin embargo, cuando milagrosamente alguien mantiene la calma, y se deja a un entrenador hacer su trabajo sin mirar el reloj, lo invade a uno el placer de las cosas que nunca cambian. Los atl¨¦ticos querr¨ªan que Simeone se quedase para siempre, los madridistas que Laso se eternice, y los barcelonistas que Guardiola no hubiese tenido que marcharse en su d¨ªa. El encanto de lo duradero produce agradables estampas, que son lo que se entiende por felicidad. Marcos Ord¨®?ez cuenta en Big Time: la gran vida de Perico Vidal, c¨®mo a mediados de los 50 este vio a Frank Sinatra sentarse a un piano en el hotel Felipe II de El Escorial. De pronto, pidi¨® un tel¨¦fono para llamar a Ava Gardner, que estaba en Madrid, y empez¨® a cantarle en voz muy baja durante mucho, mucho tiempo. Aquella duraci¨®n produjo la felicidad. Despu¨¦s de dos horas de concierto privado, a trav¨¦s del tel¨¦fono, ¡°pas¨® lo inimaginable: apareci¨® Ava¡±. Sinatra segu¨ªa cantando y no se dio cuenta, pero entonces ella lo abraz¨®, colg¨® el tel¨¦fono, ¡°y desaparecieron escaleras arriba¡±.
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