Todo est¨¢ en los cromos
Son¨® el tel¨¦fono a media tarde y era mi madre. ¡°Ven a casa¡±, dijo. No parec¨ªa preocupada. Me demor¨¦ varios d¨ªas porque sospechaba que me iba a dar una mala noticia. Ciertas personas estamos esperando siempre a que arranque nuestra mala racha. La mala de verdad. ¡°Quiero que veas una cosa¡±, dijo al recibirme. Subimos a mi habitaci¨®n y me ense?¨® una caja de zapatillas que hab¨ªa encontrado en un ba¨²l. La abr¨ª y estaba llena de cromos de f¨²tbol de los a?os ochenta. Mis cromos. Cromos sin ¨¢lbum, sujetos por gomas de atar, como si fuesen fajos de dinero, incontables. Casi grito ¡°soy rico¡±. Ol¨ªan a billetes de mil pesetas. No recuerdo c¨®mo ol¨ªan los billetes de mil pesetas, ni si ten¨ªan un olor, pero as¨ª ol¨ªan aquellos cromos, lo juro. Estaban vagamente h¨²medos, un poco ro?osos, y su color remit¨ªa a la polaroid, con sus aires amarillentos.
Me qued¨¦ a solas y fui pasando cromos despacio, y a la vez r¨¢pido, lo que produjo un clima muy parecido al de la escena final de Cinema Paradiso, cuando Tot¨®, triste por la muerte de Alfredo, el proyectista que le ense?¨® a amar las pel¨ªculas, se sienta a ver una cinta que su viejo amigo ha dejado para ¨¦l. Se apaga la luz, suena la m¨²sica de Ennio Morricone y empiezan a proyectarse secuencias con los mejores besos de la historia del cine, que en su d¨ªa la censura hab¨ªa obligado a Alfredo a eliminar. En aquella caja de cromos hab¨ªa varios mundos perdidos, empezando por la propia caja, en la que un d¨ªa llegaron a casa unas zapatillas J¡¯Hayber. Eran mundos que s¨®lo resist¨ªan all¨ª; fogonazos, como las fotos de la polaroid, de un instante que nunca desaparecer¨ªa, aunque se olvidase.
El f¨²tbol genera tanto presente, y a veces tan ficticio, que es f¨¢cil tener la sensaci¨®n de que casi siempre vivimos la misma temporada. Cuesta recordar una realidad desprovista de estrellas medi¨¢ticas, o sin la palabra ¡°millones¡±, o abandonada por esas portadas desmesuradas, algo vanas, de la prensa deportiva, en las que el Madrid y el Bar?a vuelven a ganar como solo ellos saben. Pero ante aquellos cromos, que bajo la apariencia de entretenimiento infantil escond¨ªan una cr¨®nica para mayores, se distingu¨ªa bien el desfalco del f¨²tbol, y c¨®mo la Primera Divisi¨®n se volvi¨® una competici¨®n exclusiva, artificial, que no ha tenido mejor idea para todos esos ingresos que produce que derrocharlos. Me vino a la cabeza un pasaje de Josep Pla en el que cuestionaba el sentido de ganar dinero para despu¨¦s gastarlo.
Estuve varios d¨ªas acord¨¢ndome de los equipos ca¨ªdos, que hoy resisten al f¨²tbol moderno en las divisiones inferiores y en los viejos cromos: Oviedo, Logro?¨¦s, Elche, Salamanca, Zaragoza, Sabadell, C¨¢diz, Valladolid, Racing¡ Fueron una educaci¨®n sentimental para varias generaciones. S¨®lo eran trozos de papel, una ficci¨®n, s¨ªmbolos. Pero nos iniciaron en el amor al f¨²tbol. Y de paso nos permitieron hacernos una idea, a trav¨¦s del intercambio y el mercadeo de jugadores, de c¨®mo funciona el mundo, y c¨®mo este quiz¨¢ no tiene soluci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.