Kwiatkowski supera a Sagan en V¨ªa Roma
El polaco del Sky remata al campe¨®n del mundo con el golpe de ri?ones en una llegada a tres
La segunda persona que fue a abrazar a Michal Kwiatkowski fue Giuseppe Acquadros, su m¨¢nager. Cien metros m¨¢s all¨¢ de la l¨ªnea que marca la meta en V¨ªa Roma, el agente se peg¨® al sudoroso polaco dando v¨ªtores y saltando mientras su cabeza comenzaba a calcular las ganancias aparejadas a la victoria. Su chico apenas sab¨ªa que hab¨ªa pasado; pero las voces a su alrededor le dec¨ªan que hab¨ªa ganado, que su golpe de ri?ones final le hab¨ªa permitido adelantar unos cent¨ªmetros su rueda, que hab¨ªa culminado la remontada ante Sagan, el rival que hab¨ªa convertido la San Remo de 2017 en una carrera para recordar. Finalmente, Kwiatkowski se lo crey¨®. Igual que hace poco m¨¢s de dos a?os se hab¨ªa convertido en el primer polaco que ganaba el arco¨ªris de un Mundial, el corredor del Sky que vive en Torun como Cop¨¦rnico entonces hab¨ªa ganado la Primavera antes que ning¨²n otro compatriota.
Solo unos metros despu¨¦s del sprint de su vida, un final a tres solo, Kwiatkowski vio c¨®mo, a su derecha, Sagan se volv¨ªa en su bicicleta y extend¨ªa la mano para reconocer su victoria. El campe¨®n del mundo eslovaco, el perdedor de una carrera que hab¨ªa construido a la perfecci¨®n, fue el primero que le felicit¨®, fue el ¨²ltimo acto de generosidad de un ciclista que si estudiara filosof¨ªa dir¨ªa, seguramente, que entiende a Kant, que ten¨ªa raz¨®n el alem¨¢n cuando dec¨ªa aquello de que la belleza solo es bella si es desinteresada. "El resultado es lo de menos", resume Sagan las ense?anzas de Kant. "S¨®lo el espect¨¢culo importa".
La San Remo son casi 300 kil¨®metros que se resumen en 10 minutos. El espectador lo sabe y acepta que los 280 primeros kil¨®metros, los que llevan hasta el desv¨ªo del Poggio en las puertas de la ciudad de las flores, los casinos y el festival de Modugno, solo sirven para que el coraz¨®n aprenda a acelerarse, sabedor de que inevitablemente se disparar¨¢ incontrolado seg¨²n avance la subida al Poggio, la colinita de los invernaderos que ayer se escond¨ªan, opacos, una tarde de cielo nublado sobre la Riviera. Mientras la vista del aficionado se aguza para distinguir a su favorito, para confirmar que est¨¢ ah¨ª, donde debe, que Gaviria no se ha descolgado como Cavendish, que los dem¨¢s sprinters siguen ah¨ª, que Dumoulin, al servicio de Matthews, contin¨²a haciendo de martillo pil¨®n, aplanando, aplacando las voluntades guerreras de los atacantes, Sagan, el m¨¢s visible por su maillot ¨²nico, arco¨ªris, acelera y acelera, y se lanza, y los corazones se desbocan. Faltan pocos centenares de metros para coronar la subida. Es el momento de la gran belleza de la San Remo, casi tan hermoso como la lasa?a que se toma el seguidor al pie del Turchino, donde el invierno se rinde ante la primavera que llega, como el cipr¨¦s de la Cipressa, como la cabina de tel¨¦fonos en la cima del Poggio a la que Sagan llega el primero, como impelido por una urgencia.
La carrera se ha roto a sus espaldas. Solo logran aguantarle, resoplando y sufriendo, Kwiatkowski y el franc¨¦s Julian Alaphilippe, dos reconocidos acr¨®batas de los descensos. Entre los tres y el pelot¨®n a su espalda, varias decenas de corredores, se entabla la batalla que da sentido casi ontol¨®gico, transcendente, al primer monumento del a?o: el individuo contra la masa. La masa, el colectivo, llega a tiempo nueve de cada diez veces. Estando Sagan delante, nadie apuesta por el grupo en la 108? Mil¨¢n-San Remo; pocos apostaban porque no ganara el eslovaco, que lo hace todo bien desde una mente que odia el estr¨¦s y unas piernas de una potencia ¨²nica, y esprinta como casi nadie. A su rueda, la belleza interesada, Kwiatkowski y Alaphilippe apenas le dan un relevo. Sagan lanza el sprint de lejos, tan fuerte que saca de rueda a los dos que le siguen. Kwiatkowski, cabez¨®n y empe?ado, no se desespera: hab¨ªa guardado todas sus fuerzas para un solo relevo, el definitivo, el que le da la victoria y los beneficios. Sagan, derrotado, le aplaude. Su victoria fue otra.
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