Mari Paz Corominas, la primera Mireia
En M¨¦xico 68, se convirti¨® en la primera finalista espa?ola en cualquier cosa, tras clasificarse en 200 espalda
A los Juegos Ol¨ªmpicos de M¨¦xico 68, Espa?a mand¨® 124 deportistas: 122 hombres y dos mujeres, nadadoras ambas. Una era Mari Paz Corominas, de 16 a?os. La otra, Pilar Von Carsten, de 21. Mari Paz fue finalista en 200 espalda, primera finalista ol¨ªmpica espa?ola en cualquier cosa. Hoy lo recuerda con cari?o y modestia:
¡ªEs que yo tuve mucha suerte.
Barcelonesa, hija de un industrial textil que lleg¨® a ser presidente del banco de Sabadell, tuvo una educaci¨®n avanzada en el seno de una familia burguesa de ideas abiertas. Su colegio, la Escuela Betania, incorporaba la nataci¨®n a las actividades escolares. En mayo y junio iban a una piscina en Montju?c (justo donde en los Juegos de Barcelona se coloc¨® el vaso para los saltos, con esa panor¨¢mica espectacular de la ciudad). Result¨® que se le daba bien, pero que muy bien. Alguien le dijo a su padre que ese talento no se pod¨ªa desperdiciar y la inscribi¨® en el Club Nataci¨®n Sabadell.
Aquel era el gran centro de la ¨¦poca. Ah¨ª estaban Miguel Torres y Santiago Esteva, por ejemplo, y un legendario entrenador holand¨¦s, Kees Oudigeest.
¡ªMi madre me llevaba en su 600 tres tardes por semana a entrenar. Primero una hora, luego llegaron a ser cuatro¡
Las amigas le dec¨ªan a la madre que no hiciera eso, que el deporte le iba a estropear el tipo a la ni?a, que luego no le saldr¨ªa novio. Pero la madre no hizo caso.
A los trece a?os ya era campeona de Espa?a. Empez¨® a tener ¨¦xitos internacionales. Su nombre sonaba. Llegaron los JJOO de M¨¦xico y la incluyeron en el grupo, junto a la madrile?a Pilar Von Carsten. Tan pocas chicas entre tantos chicos¡ Se decidi¨® que las acompa?aran otras dos, no para competir, sino para que no estuvieran tan solas. Las designadas fueron Marta L¨®pez (hija de Anselmo L¨®pez, un pr¨®cer del deporte espa?ol) y Marta Gancedo.
¡ªNunca hab¨ªa cruzado el charco. Volamos de Madrid a Santo Domingo, donde aterrizamos con una tormenta terrible. ?Qu¨¦ miedo! Y luego a M¨¦xico. La Federaci¨®n fue previsora: volamos un mes antes, para adaptarnos a la altura. Eso me ayud¨®. No todas las delegaciones hicieron lo mismo. Adem¨¢s, yo hab¨ªa esquiado mucho, porque en mi familia ¨¦ramos muy aficionados, as¨ª que era rica en gl¨®bulos rojos. Aunque ese invierno no esqui¨¦, por M¨¦xico. El esqu¨ª y la nataci¨®n no es bueno compaginarlos, porque el uso de los tobillos es muy distinto.
Fueron unos Juegos cargados de noticias. La primera, p¨¦sima: la matanza en la Plaza de las Tres Culturas, poco antes de empezar. Les pill¨® ya en la Villa Ol¨ªmpica. Hubo toque de queda, cantidad de polic¨ªas y de ej¨¦rcito en las puertas. Se habl¨® de suspensi¨®n, pero al final los Juegos salieron adelante y pasaron cosas sensacionales: Fosbury, Beamon, Lee Evans, el pu?o enguantado en negro de Tommy Smith. Pero para M¨¦xico la gran conmoci¨®n fue un nadador Tibio Mu?oz, que gan¨® la primera medalla de oro en nataci¨®n para M¨¦xico. Le llamaban Tibio porque su padre era de Aguascalientes y su madre de R¨ªo Fr¨ªo.
¡ªPara m¨ª que fueron los primeros Juegos Ol¨ªmpicos de la modernidad.
Ella nad¨® bien. Aqu¨ª se siguieron las pruebas, fueron los primeros Juegos ofrecidos en directo por la televisi¨®n, entonces ya muy extendida. En 100 espalda, su mejor prueba, no lleg¨® a meterse en la final, pero s¨ª en 200 espalda. Espa?a se par¨® para ver esa prueba. Fue s¨¦ptima, pero su clase y bravura entusiasmaron. Las ondinas se llamaba entonces a las nadadoras, en la tele y en la prensa. Santiago Esteva tambi¨¦n fue finalista: quinto en 200 estilos.
Fueron sus primeros Juegos¡ y los ¨²ltimos. A los 18 a?os tuvo que retirarse, a pesar de sus magn¨ªficas marcas. Terminado el bachillerato, estudi¨® Econ¨®micas y ?c¨®mo compaginarlo? En Espa?a no hab¨ªa CAR ni nada parecido. Santiago Esteva le habl¨® de la Universidad de Indiana, en Bloomington, donde estaba ¨¦l, y hab¨ªa las mejores condiciones. Se fue, sufragada por su padre. Lleg¨® un mes de febrero, todo nevado, sin papa de ingl¨¦s. Aqu¨ª los de esa quinta estudi¨¢bamos franc¨¦s en el colegio.
Entre otros, estaba all¨ª Mark Sptiz, del que recuerda que era muy vago para entrenar.
¡ªCounsilman, su entrenador, andaba siempre detr¨¢s de ¨¦l. Se quitaba el cintur¨®n y pegaba con ¨¦l en el suelo, como amenaz¨¢ndole, medio en broma medio en serio. A veces le pegaba un manguerazo, para que se echara a la piscina.
Dur¨® hasta el verano. La Federaci¨®n no la bec¨® para el curso siguiente y prefiri¨® quedarse en Barcelona a rematar la carrera. Y lo dej¨® con 18 a?os.
¡ªEntonces era muy dif¨ªcil. En principio, a nadie le import¨® que lo dejara. Luego, s¨ª, me empezaron a echar de menos, me dec¨ªan. Pero ya¡
Contra el mal augurio de las amigas de su madre s¨ª le sali¨® novio. Se cas¨® con 21 a?os. Hoy es una joven abuela feliz, con tres hijos y seis nietos, que ha trabajado en lo suyo, como economista, todos estos a?os, y a¨²n sigue. Juega al golf con su marido, esqu¨ªa y cada semana va un par de veces a nadar, a las ocho de la ma?ana, y se traga entre 2.500 y 2.800 metros. Y hace, con su hija marnatones, como se han dado en llamar las traves¨ªas a nado en el mar. Nunca falla a la traves¨ªa de Cadaqu¨¦s, en el Cabo de Creus.
Ahora, a casi 50 a?os de aquello, se entusiasma con las de hoy. Con Ona Carbonell, con Mireia:
¡ªSon unas fieras. Nada que ver conmigo. ?No s¨¦ c¨®mo pueden hacer esos sacrificios! Es admirable. ?Y qu¨¦ fuerza!
Ella les abri¨® el camino, en un tiempo muy dif¨ªcil. Pero se limita a decir:
¡ªTuve suerte. La pena es que tuviera que dejarlo tan pronto¡
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