Antonio Pe?alver: ¡°Solo disfrut¨¦ de la medalla muchos a?os despu¨¦s¡±
Detr¨¢s de la plata no estaba ni la alegr¨ªa ni el sue?o de un zagal, sino los abusos de un t¨¦cnico
Las medallas ol¨ªmpicas son un sue?o, que es la palabra que antes llega a los labios de un deportista para describir lo indescriptible cuando se le pregunta, a¨²n sudoroso y atolondrado despu¨¦s de su gesta. Pocos son los deportistas que no sucumben al encanto de la palabra, quiz¨¢s por pereza, quiz¨¢s porque crean de verdad que eso es lo que es la medalla, un sue?o que les domina desde la infancia, pero hay uno que no la utiliza porque no lo siente as¨ª. Para Antonio Pe?alver, la medalla de plata de Barcelona 92 en decatl¨®n, la que le convirti¨® en hombre 10 y orgullo de todo un pa¨ªs que se ve¨ªa moderno de repente, reflejado en la apostura hel¨¦nica del murciano, un zagal de 23 a?os. El sue?o no era el suyo, sino del de su entrenador, Miguel ?ngel Mill¨¢n. Para ¨¦l, la medalla de Barcelona fue una pesadilla.
El 24 de mayo de 1992 hab¨ªa logrado en su pueblo, Alhama de Murcia, el r¨¦cord de Espa?a, 8.478 puntos. Era entonces la 13? mejor marca mundial de la historia. Solo otro espa?ol, Francisco Javier Benet, la ha superado. Lo hizo en 1998, tambi¨¦n en Alhama, donde Pe?alver ya no viv¨ªa.
El comienzo del fin lo marca el 6 de agosto de 1992, cuando Pe?alver logr¨® 8.412 puntos, 103 m¨¢s que el norteamericano Dave Johnson y 199 menos que el checoslovaco Robert Zmel¨ªk, el campe¨®n. ¡°Solo disfrut¨¦ de la medalla muchos a?os despu¨¦s, cuando fui consciente de que a pesar de todo hab¨ªa sido capaz de confirmar lo que val¨ªa¡±, dice, 25 a?os despu¨¦s, Pe?alver. ¡°Nunca la valor¨¦¡±.
Solo en diciembre de 2016 fue capaz Pe?alver de relatar p¨²blicamente los abusos sexuales a que le someti¨® su entrenador, Mill¨¢n, cuando ten¨ªa 14 a?os. A ¨¦l y a docenas de compa?eros de atletismo y de colegio en Alhama. Lo hizo, hizo que su voz denunciara fuerte y clara, para apoyar a un joven atleta canario, casi un ni?o, al que la juez no le cre¨ªa cuando acudi¨® a su juzgado a denunciar que sufr¨ªa abusos de un t¨¦cnico considerado intachable, uno de los entrenadores m¨¢s respetados del atletismo espa?ol. Mill¨¢n ingres¨® en prisi¨®n, donde espera un juicio solo posible gracias a las palabras de Pe?alver y sus compa?eros y amigos de Alhama.
Meses despu¨¦s de su relato, Pe?alver ya no cree necesario repetirlo. El dolor que sufri¨® al revivirlo tuvo la compensaci¨®n de su utilidad. ¡°No quiero volver a pasarlo¡±, dice. ¡°Sencillamente reproduce lo que cont¨¦ entonces¡±, le dice al periodista que le reclama de nuevo. ¡°Esto fue mi Barcelona 92¡±.
¡ªLlegu¨¦ a ser subcampe¨®n ol¨ªmpico porque entre los atletas nos ayud¨¢bamos y nos convertimos en peque?os autoentrenadores. La cuesti¨®n deportiva solo tiene relevancia por el efecto de manipulaci¨®n que tuvo durante muchos a?os. Me acuerdo incluso que en el invierno 91-92 la ¨²nica vez que Mill¨¢n me dirigi¨® la palabra fue la v¨ªspera de que nos fu¨¦ramos a Estados Unidos. Y luego, en las concentraciones, ?c¨®mo ibas a llevarle la contraria? Se mostraba tan cercano, tan amigo, ante otros atletas y los dem¨¢s entrenadores, como si fu¨¦ramos m¨¢s amigos que cochinos cuando a lo mejor hac¨ªa meses que no me hablaba. No tuve fuerza contra esa imagen tan perfecta de superentrenador, superamigo y s¨²per de todo. Yo no fui capaz de decirle a nadie en su momento que todo era mentira, tanto en lo personal como en lo deportivo como en todo. Todo era mentira. Jugaba con mi hambre permanente de querer recuperar esa situaci¨®n id¨ªlica de antes d¨¢ndome como p¨ªldoras de afecto. En el a?o 92, y ya ten¨ªa 23 a?os, a¨²n antes de tomar decisiones que iban a afectar al resto de mi vida me preguntaba si hacer esto o lo otro le iba a gustar al se?or Mill¨¢n o no. Empec¨¦ entonces a ser consciente de que algo me estaba pasando. El momento m¨¢s amargo fue, de hecho, aquel pu?etero abrazo que le di cuando gan¨¦ la medalla. En aquel mismo momento, lo juro, estaba yo dici¨¦ndome pero qu¨¦ mierda estoy haciendo, qu¨¦ mierda estoy haciendo. Volvimos a Alhama y me prohibi¨® ir a la pista hasta el 1 de noviembre. Era una locura. Dos meses y medio sin hacer nada, despu¨¦s de los Juegos... Cuando volvimos a entrenar el 1 de noviembre, tras 10 semanas parados, ¨¦l pudo hacer ver a ojos de los dem¨¢s que yo no era el subcampe¨®n ol¨ªmpico, yo era el gandul de mierda que no hab¨ªa podido ser campe¨®n ol¨ªmpico por mi culpa. En diciembre del 92, y no s¨¦ cu¨¢l es el detonante, no s¨¦ qui¨¦n empez¨® a hablar, no lo recuerdo, alguien que no recuerdo qui¨¦n fue, me pregunta, ?oye? ?a ti te ha pasado algo con Miguel ?ngel cuando eras cr¨ªo? ?hubo abusos? Entonces se descubri¨® y descubr¨ª que yo no era el ¨²nico, que hab¨ªa mucha gente, 20-30, por ah¨ª... En ese momento entr¨¦ en estado de shock absoluto, estuve dos meses o tres encerrado en mi casa, perd¨ª 13 kilos, y solo me preguntaba, ?qu¨¦ hago?¡ª.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.