Entender Espa?a, entender a Piqu¨¦
En Inglaterra, Gerard ser¨ªa recibido con honores en cualquier campo del pa¨ªs pero en Espa?a se ve obligado a convivir con el silbido, el insulto y los complejos de sus detractores
Gerard Piqu¨¦ se hace mayor de repente, como esos actores que abandonan la comedia de instituto para dar vida a un estibador en paro y padre de seis hijos: sin darnos la oportunidad de reparar en su verdadera edad. ¡°A partir de ahora, cada a?o que venga ser¨¢ un a?o m¨¢s para disfrutar¡±, advierte a quienes seguimos reconociendo en su rostro al rey de los tirachinas, incapaces de identificarlo todav¨ªa en las escamas del veterano cuando viene de cumplir una d¨¦cada al servicio de la causa. Nadie le regal¨® nada y, sin embargo, no son muchos los dispuestos a perdonarle que lo haya ganado todo.
No se entiende la revoluci¨®n del f¨²tbol espa?ol sin la aparici¨®n de Piqu¨¦ y sus modales de central emprendedor, c¨®modo con el bal¨®n en los pies y acostumbrado a vivir lejos del ¨¢rea. Con once primaveras empez¨® a perseguir sue?os y a los diecis¨¦is salt¨® de la cama rumbo a Manchester, una especie de servicio militar en el que aprendi¨® los rasgos naturales del oficio a las ¨®rdenes de Ferguson, adem¨¢s de un tercer idioma. ¡°Hay que tener un nivel de ingl¨¦s para relacionarse con los ingleses y otro mucho m¨¢s avanzado para relacionarte con Sir Alex¡±, recordaba en una entrevista para la revista Jot Down cinco a?os atr¨¢s, a preguntas de la periodista Gemma Herrero. Acababa de aterrizar en Barcelona Gerardo Martino, Tito Vilanova se apagaba, Pep Guardiola suplicaba que lo dejasen en paz y Sandro Rosell dimit¨ªa acorralado por sus propios fuegos. Todo lo vivi¨® de cerca un deportista que se reconoce hoy en la suma de buenas, malas y peores experiencias.
En Inglaterra, Gerard Piqu¨¦ ser¨ªa recibido con honores en cualquier campo del pa¨ªs pero en Espa?a se ve obligado a convivir con el silbido, el insulto y los complejos de sus detractores. Es la realidad de un pa¨ªs donde un simple disfraz de patriota se convierte en argumento convincente para aleccionar al aut¨¦ntico baluarte, quiz¨¢s porque los hechos no importan tanto como se dice y los m¨¦ritos se perciben como la salvedad a cuanto se desliza sobre el lodo. Con Piqu¨¦, futbolista omnipresente en todos los ¨¦xitos de la selecci¨®n espa?ola, se hace palpable esta costumbre tan nuestra de aplaudir poses puntuales y negar la historia misma, esa que tratar¨¢ mejor al futbolista -y a la persona- que una actualidad empe?ada en retorcer el dedo que la se?ala. Estos d¨ªas, sin ir m¨¢s lejos, todo son alabanzas para David Silva (bien merecidas) pero no para Gerard Piqu¨¦.
Su vida, en fin, podr¨ªa resumirse en una serie de ca¨ªdas y su particular modo de levantarse, comenzando por el d¨ªa en que su abuelo, Amador Bernab¨¦u, invit¨® a Louis Van Gaal a comer a casa. El niet¨ªsimo, emocionado, trat¨® de llamar la atenci¨®n del holand¨¦s que lo despach¨® con un empuj¨®n y lo tir¨® al suelo. Se levant¨® el ni?o Piqu¨¦, cabe suponer, con una sonrisa en la cara y desde entonces ha basado en esa mueca sencilla la complejidad de su desaf¨ªo: hacer felices a los dem¨¢s sin renunciar a la felicidad propia, una actitud considerada sospechosa por quienes viven entumecidos al amparo de un mondadientes. Por sus ¨²ltimas palabras se intuye que todav¨ªa queda futbolista para rato y, por lo tanto, tambi¨¦n grandes dosis de cantinela: no le quedar¨¢ m¨¢s remedio, pues, que salir alguna noche a bailar.
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