La vida fue maravillosa
Desde que nos dej¨® Andr¨¦s Montes cada nuevo curso baloncest¨ªstico que se inicia nos obliga a echar la mirada atr¨¢s con una gran dosis de nostalgia
Sucedi¨® el 1 de Diciembre de 1995, un viernes por la tarde. Canal + estrenaba su reciente acuerdo con la NBA y las emisiones semanales arrancaron con un espectacular partido entre los Houston Rockets y los Utah Jazz. Los comentarios del choque corrieron a cargo de Santiago Segurola, firma de prestigio y ferviente seguidor de la cultura yankee, mientras el peso de la retransmisi¨®n reca¨ªa en un periodista de amplia trayectoria pero un aut¨¦ntico desconocido para el gran p¨²blico. Se llamaba Andr¨¦s Montes, pose¨ªa el estilo m¨¢s heterodoxo que jam¨¢s se hab¨ªa visto en las retransmisiones deportivas de este pa¨ªs y, finalizada la narraci¨®n, recib¨ªa una llamada de Alfredo Rela?o, jefe de deportes de la cadena privada en aquellos tiempos: ¡°Todo perfecto, magn¨ªfica retransmisi¨®n; ese es el camino, Andr¨¦s. La ¨²nica pega es que me ha llamado el director general y me ha dicho que no le ha gustado nada pero t¨² no te preocupes por eso¡±.
Han pasado ya nueve a?os desde que Montes nos dejara un poco hu¨¦rfanos a todos: a los que tuvieron la suerte de tenerlo cerca pero tambi¨¦n a los que dej¨¢bamos abierta una ventana por las noches para que Andr¨¦s se colara hasta la cocina con su espect¨¢culo de variedades. Desde entonces, cada nuevo curso baloncest¨ªstico que se inicia nos obliga a echar la mirada atr¨¢s con una gran dosis de nostalgia, sabiendo que la NBA sigue siendo el mayor espect¨¢culo deportivo del mundo pero acusada por dos grandes cojeras, dos ausencias gigantescas: el 23 de los Bulls y aquel loco maravilloso de las pajaritas, las gafas redondas y la voz de leyenda. ¡°?Pero es blanco o es negro?¡±, sol¨ªa preguntar mi padre cuando lo ve¨ªa aparecer en la pantalla. Solo existe otro personaje capaz de plantear ese tipo de duda biol¨®gica en el espectador: Larry Bird.
¡°Hoy te quiero m¨¢s que ayer pero menos que ma?ana¡±, vociferaba aquel speaker centelleante cuando aparec¨ªan en escena John Stockton y Karl Malone, quiz¨¢s la ¨²nica pareja que pudo competir en mi particular imaginario con la formada por el propio Andr¨¦s y Antoni Daimiel. ¡°Aunque llev¨¢bamos un par de meses trabajando juntos nunca hab¨ªamos hablado m¨¢s de diez minutos seguidos fuera de micr¨®fono¡±, recuerda el manchego en su libro ¡®El sue?o de mi desvelo¡¯ (editorial C¨®rner). Entonces lleg¨® aquel primer All-Star en San Antonio, las carreras por los aeropuertos americanos, los paseos por Riverwalk, el flechazo y las primeras confidencias. ¡°Yo tengo las tres enfermedades que son las principales causas de muerte en Espa?a: me ha dado un infarto, soy diab¨¦tico y tuve c¨¢ncer en una gl¨¢ndula suprarrenal¡±. Su hipocondr¨ªa, como todos los v¨¦rtices que formaban aquella personalidad tan compleja, afilada y arrolladora, estaba bien fundamentada.
Sobre su muerte se ha dicho y escrito mucho, quiz¨¢s demasiado, nada que pueda interesar a los que seguimos imaginando los partidos en su garganta, a quienes miramos hacia el banquillo cuando el juego nos provoca bostezos y solo vemos una soluci¨®n: que entre ¡®el Negro¡¯. Su voz se apag¨® en soledad, cuentan, desencantado con la profesi¨®n y rodeado de su mastod¨®ntica colecci¨®n de m¨²sica, un vergel privado en el que se reclu¨ªa Andr¨¦s Montes cuando la vida no era todo lo maravillosa que nos contaba. Poco importa ya, sus fieles desconocidos seguimos dispuestos a creer.
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