Se juega como se vive
Los argentinos somos demasiado fren¨¦ticos como para corregir errores, demasiado impacientes como para empezar de cero, demasiado ego¨ªstas como para pensar que tal vez nos convendr¨ªa cumplir la ley
Se juega como se vive¡± es una de esas frases hechas que se repiten hasta el hartazgo. La idea que subyace en esta afirmaci¨®n es que ciertas caracter¨ªsticas emocionales, culturales, existenciales de los protagonistas de un partido se ponen de manifiesto, con claridad, cuando de f¨²tbol se trata.
En el caso argentino resulta dif¨ªcil sustraerse a la sensaci¨®n de que esa frase es cierta. ?Amamos los argentinos el f¨²tbol? Amamos el f¨²tbol. Lo jugamos todos. Lo jugamos siempre. Nos identificamos con nuestros clubes. Tenemos en tan alta estima ciertas tradiciones que nos aterroriza la posibilidad de que nuestros clubes de f¨²tbol (que son sociedades civiles sin fines de lucro) puedan llegar a convertirse en sociedades an¨®nimas que se puedan poseer y enajenar. El viejo prejuicio que hac¨ªa del f¨²tbol una ¡°cosa de hombres¡± se erosiona velozmente, y las argentinas se incorporan y lo adoptan y lo juegan y lo siguen cada vez m¨¢s.
?Estamos, los argentinos, orgullosos de nuestro f¨²tbol? Claro que lo estamos. Nuestra intrincada autoestima ¡ªextra?a mezcla de inseguridades y soberbias¡ª encuentra en nuestro modo de jugar al f¨²tbol un motivo de leg¨ªtima jactancia. Somos buenos con un bal¨®n de f¨²tbol en los pies.
Se juega como se vive. Y noviembre se nos fue, a los argentinos, construyendo r¨ªos de palabras y monta?as de especulaciones acerca de ¡°La final de todos los tiempos¡±, ¡°El partido del siglo¡± o ¡°El choque del milenio¡±.
Boca Juniors y River Plate definiendo el m¨¢s importante torneo del continente americano. Algo que jam¨¢s hab¨ªa sucedido y etc¨¦tera. Cuentas regresivas, corazones desbocados, agendas suspendidas, tertulias televisivas perpetuas, apuestas rid¨ªculas, reventa de tiques a precios astron¨®micos, sospechas de que nada-nunca-jam¨¢s-ser¨¢-igual-desde-ma?ana, apocalipsis, final bisagra, final que implica el fin del mundo tal como lo conocimos¡ y no pudimos jugarla.
Desde hace varios a?os en Argentina hemos decidido que la ¨²nica manera de convivir con los que quieren a otro club es no cruzarnos por la calle, es decir, que la ¨²nica manera de convivir es no convivir, y por eso a los estadios no pueden ir hinchas visitantes. Y entonces las fuerzas de seguridad deben organizar un operativo en un estadio al que solo pueden concurrir los simpatizantes del equipo local y nada puede fallar¡ y sin embargo falla.
Y luego del enorme percance de tener que suspender el partido los presidentes de ambos clubes deben ponerse de acuerdo, en principio, para hallar otra fecha para disputarlo. Pero no van a conseguirlo, porque queri¨¦ndose cobrar viejas afrentas uno de los presidentes intentar¨¢ que le den la Copa Libertadores por ganada, y el otro tratar¨¢ de impedirlo, y terminar¨¢n enzarzados en disputas judiciales y presentaci¨®n de pruebas y querellas de abogados.
Y entonces ser¨¢n las autoridades del f¨²tbol sudamericano ¡ªla Conmebol¡ª las que deban terciar en el asunto, y luego de sesudas deliberaciones informar¨¢n a la Humanidad que la mejor soluci¨®n para el diferendo sea trasladar la sede del partido a otro pa¨ªs, situado en otro continente, ubicado en otro hemisferio, distante diez mil kil¨®metros lineales del estadio en el que se desat¨® la lluvia de piedras.
Y sin embargo, hay algo de l¨®gica detr¨¢s de toda esa tortuosa ridiculez de procedimientos. Que en Argentina no se pueda disputar un simple partido de f¨²tbol es un fracaso estrepitoso de nuestro m¨¢s b¨¢sico pacto de convivencia. Que en lugar de detenernos a considerar ese fracaso nos dediquemos a buscar culpables (la Conmebol, Espa?a, la CIA o los marcianos) nos dice mucho de nosotros mismos.
Una sociedad cada vez m¨¢s c¨®moda en el fanatismo m¨¢s est¨²pido, cada vez m¨¢s entregada a la intolerancia, cada vez m¨¢s convencida de que la ¨²nica voz que merece ser escuchada es la propia, hizo todo lo posible para arruinar ese partido hasta el punto de no poder jugarlo.
Y s¨ª. Los argentinos jugamos como vivimos. Demasiado fren¨¦ticos como para corregir errores, demasiado inmaduros como para aceptar culpas, demasiado inseguros como para sumir responsabilidades, demasiado impacientes como para empezar de cero, demasiado ego¨ªstas como para sospechar que tal vez nos convendr¨ªa cumplir la ley.
Pero no desesperemos. Que estas ideas tristes nos acompa?ar¨¢n, cuanto mucho, hasta el domingo. Qu¨¦ tanto. Porque el f¨²tbol debe ser una fiesta a la que no tenemos que te?ir de melancol¨ªa, y porque en estas tierras jugamos bien al f¨²tbol, y el mundo nos admira, y esa noche tendremos al fin un campe¨®n de la Copa Libertadores, y qu¨¦ hermosa fiesta organizar¨¢n los triunfadores alrededor del Obelisco, y al fin y al cabo, Dios es argentino y bla, bla, bla.
Se juega como se vive. Pero en un pa¨ªs donde nos cuesta tanto convivir se hace muy dif¨ªcil jugar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.