D¨¦mare se impone en M¨®dena por delante de Viviani
Triunfo del franc¨¦s en un sprint marcado por un ataque de Ventoso y las ca¨ªdas de Ackermann, Mareczko y Moschetti
Cerrando un c¨ªrculo de 10 d¨ªas el Giro pasa por Bolonia, donde los camiones desbordan las autopistas, antes de detenerse en M¨®dena y sus motores fenomenales. Es una regi¨®n fabulosa. A las sopranos les desborda el instinto maternal y los empresarios cultivan el paternalismo, el capitalismo familiar y amable; a los ciclistas les mata el tr¨¢fico, tan denso como la cantidad de pueblos que se alinean todos seguidos por las carreteras.
A Viviani, el campe¨®n italiano, le condena de nuevo. Queda segundo tras D¨¦mare. Por tercera vez segundo en un Giro en el que la ¨²nica vez que cruz¨® la l¨ªnea con los brazos en alto fue descalificado.
A Pavarotti le acogi¨® entre sus senos Joan Sutherland, fascinada por el gigante tenor, harta de los espec¨ªmenes habituales, bajitos y gorditos; Vittorio Adorni, el campe¨®n del mundo del 68, trabajaba de mec¨¢nico donde las pastas Barilla y se levantaba a las cuatro de la ma?ana para entrenar: un d¨ªa le vio el due?o, Pietro Barilla, en persona y le cambi¨® el horario para que se acomodara mejor. Las carreteras no eran asesinas entonces: Adorni invit¨® a su compa?ero del Faema Merckx a entrenarse por las interminables rectas llanas y despu¨¦s de atravesar varios pueblos, el can¨ªbal le dijo, "oye, Vittorio, ?est¨¢is locos aqu¨ª o qu¨¦? Hemos pasado por 20 pueblos y todos se llaman sem¨¢foro, o al menos eso pon¨ªa en los carteles¡". "Pero, no, Eddy", le respondi¨® el viejo Adorni, "los carteles que has visto avisaban de que en los cruces hab¨ªa luces de tr¨¢fico, y por aqu¨ª, viniendo de Florencia por el Abetone, lleg¨® Coppi solo y se visti¨® de rosa por primera vez en su vida. Yo ten¨ªa tres a?os entonces. Me lo cont¨® mi padre, que era pe¨®n de alba?il¡"
Cincuenta a?os m¨¢s tarde, Merckx pensar¨ªa que todos los pueblos se llaman rotatoria, como repiten cada pocos segundos los navegadores de los coches. Los sem¨¢foros amistosos han desaparecido sustituidos por rotondas asesinas, las mayores enemigas del ciclista y del pelot¨®n junto a las chicanes, las isletas direccionales y las medianas que se construyen por todas partes para canalizar el tr¨¢fico. Pero los ciclistas, contradictorios siempre, se caen en las rectas.
No se caen los equilibristas, como Formolo, bailar¨ªn sobre agujeros del asfalto. Moschetti no es cojo, pero tropieza a 70 por hora con la pata de una valla, y permanece inconsciente unos minutos de p¨¢nico mientras el sprint se hace fuego unos metros delante. Ackermann, de ciclamen, es veloz pero no acr¨®bata y bajo el tri¨¢ngulo rojo del ¨²ltimo kil¨®metro cae pesado, arrastrando al pobre Mareczko, un italiano tan r¨¢pido como escaso de fondo que, aprovechando la etapa m¨¢s llana y corta del Giro, pensaba disputar por fin un sprint. Se lo prepara su compa?ero Ventoso, el c¨¢ntabro que ataca a falta de poco m¨¢s de dos kil¨®metros y fuerza a los trenes de los sprinters al descontrol. Finalmente, su movimiento favorece al franc¨¦s D¨¦mare, el velocista que, a diferencia de sus cong¨¦neres, prefiere frenar antes que caerse. En M¨®dena no corre peligro. Pegado a la valla izquierda se lanza imparable.
Viviani, de nuevo segundo, deber¨¢ ganar el mi¨¦rcoles en Novi Ligure, donde vivi¨® Coppi hasta morir de malaria, si quiere evitar entrar en la conversaci¨®n que entretiene al Giro los d¨ªas de planicie y espera. ¡°No me retirar¨¦ hasta que no gane una etapa¡±, ha prometido, y, como todos, ahora mira al gigante Gavia, la cima Coppi, y su asfalto cubierto de nieve, que le tocar¨¢ escalar el pr¨®ximo martes si antes no gana, una perspectiva muy poco atractiva. ¡°Las m¨¢quinas trabajan a tope y si no vuelve a nevar la carretera del Gavia estar¨¢ limpia¡±, promete el Giro. ¡°Los corredores se encontrar¨¢n con un t¨²nel final con paredes de hielo de 12 metros de altura¡¡±
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