Los entom¨®logos de oficina invaden el f¨²tbol
Bienvenida sea la justicia, pero no llenemos el juego de menudencias innecesarias, est¨¦riles y despistantes
Una pelota por medio convierte al f¨²tbol en el m¨¢s complejo de los juegos, a cambio de la sencillez de sus reglas, pocas y f¨¢ciles de aplicar durante los m¨¢s de 150 a?os de recorrido. Las razones de su permanente ¨¦xito derivan de multitud de aspectos. Uno de ellos es su facilidad para adaptarse a todas las circunstancias que han servido para definir la evoluci¨®n del mundo desde mediados del siglo XIX, cuando comenzaban a imprimirse con planchas de cobre los primeros peri¨®dicos, hasta el estallido digital que derrumb¨® a Guttenberg hace poco m¨¢s de 20 a?os.
Es fascinante la eficacia del f¨²tbol para surfear sobre los vertiginosos cambios que acomete. Aprovecha cada ola econ¨®mica y tecnol¨®gica para agigantarse cada vez, en gran medida porque es un juego simple y flexible, amparado por un peque?o pu?ado de reglas que sirvieron igual hace un siglo que ahora. Permit¨ªan que el f¨²tbol fuera igualmente abrazado por el ni?o, el profesional y el hincha. Ayud¨® la escasez de reglas, 14 en sus inicios y 17 desde los a?os 30. Con eso y un bal¨®n, el f¨²tbol se destac¨® sobre los dem¨¢s deportes. Fue el gran juego del siglo XX y, por lo que parece, lo ser¨¢ del XXI.
Uno de sus problemas puede ser el af¨¢n normativo que pretende domesticar su silvestre naturaleza, caracterizada por la ambivalencia, ese territorio donde han convivido con sorprendente armon¨ªa lo objetivo y lo subjetivo. ?Cu¨¢l es, por ejemplo, la diferencia entre la honorable fricci¨®n y una falta? La que decida el ¨¢rbitro, y que acarree con ello. Lo que piense el aficionado se queda para la controversia.
Cualquiera que fueran las lacras de ese modelo, al f¨²tbol le ha ido de maravilla sin estrecheces, ni acotaciones. Sin embargo, una repentina fiebre normativa se ha adue?ado del juego, un impulso oficinesco que est¨¢ dispuesto a espolvorear reglas, reglitas y circulares a diestro y siniestro, muchas veces sin criterio, otras resolviendo sobre asuntos superficiales que no molestaban a nadie pero que ahora se vuelven en contra de los obsesivos reguladores.
Se traslada ahora mismo una sensaci¨®n inc¨®moda: hay muchas manos sobre el f¨²tbol, cada una con sus intereses a cuestas, manos que ya son una industria de gran calado y que necesitan imprimir su huella en el juego. Manos que a veces parecen no haber amado al f¨²tbol, pero que no dudan en burocratizarlo y extraer lo mejor de su alma: la ingenuidad, la emoci¨®n, aquello que surge a borbotones del alma de los aficionados y los espectadores, que ni tan siquiera pueden gritar un gol a gusto. Hay que gritarlo con sordina, con cautela, con el temor que provoca el Gran Hermano cuando rebusca en el v¨ªdeo. Es la met¨¢fora de un f¨²tbol tan abundantemente reglado que requerir¨¢ un manual de instrucciones para ver los partidos.
Ha sido un nuevo verano de cambios y explicaciones, en asuntos que en alg¨²n caso parecen dignos de Charlot. Se ha cambiado la regla de saque desde el ¨¢rea peque?a, con un giro radical de beneficios. Los beneficiados de antes son los perjudicados de ahora. Hasta ahora se aprovechaba el equipo que sacaba la pelota para cometer una infracci¨®n, repetir la jugada y perder tiempo. Ahora son los rivales los que ingresan en el ¨¢rea y obligan a repetir la acci¨®n del portero. Es el mundo al rev¨¦s que imagina alg¨²n cerebrito en un despacho.
La coartada, por supuesto, es la justicia. Bienvenida sea, pero no llenemos el juego de menudencias innecesarias, est¨¦riles y despistantes. Por desgracia, toca lidiar con una nueva raza: los entom¨®logos del juego, dispuestos a imponer su microsc¨®pico criterio con una circular en la mano.
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