Victoria en la fotofinish del holand¨¦s Jakobsen sobre el irland¨¦s Bennett
El campe¨®n holand¨¦s se impone en el sprint de El Puig en la fotofinish la v¨ªspera de la meta en Javalambre, una monta?a que llega a los 2.000 metros
El mediod¨ªa nublado, antes de arrancar hacia El Puig, el pelot¨®n se re¨²ne en Cullera, donde una ni?a da volteretas feliz en una playa desierta y un guardia civil a moto se queja de la dureza de la carrera, de las carreteras sinuosas entre olivos milenarios y naranjos incontables de Valencia que le machacan la espalda, y como es picoleto no se permite ni pensar en abandonar. En el autob¨²s del Jumbo, aparcado junto a la arena, Kruijswijk observa su rodilla hinchada y recuerda c¨®mo se la golpe¨® cuando la carretera de la contrarreloj de Torrevieja se convirti¨® s¨²bita en un charco, y dice que no puede m¨¢s. Apenas comenzada la etapa, el tercer clasificado del Tour abandona, y deja m¨¢s solo a su l¨ªder Roglic, que el mi¨¦rcoles deber¨¢ aclarar su figura, qui¨¦n soy, a d¨®nde voy, de d¨®nde vengo, con todos los favoritos, en la ascensi¨®n al pico del Buitre (1958 metros) en la monta?a roja de Javalambre, donde dos telescopios disfrutan de la m¨ªnima contaminaci¨®n lum¨ªnica del sur de Teruel.
Apoyado en un coche, Paolo Tiralongo se alegra m¨¢s hablando del pasado, de c¨®mo llev¨® a Contador a la victoria de Fuente D¨¦ y de la Vuelta del 14, que del futuro que le espera a Aru, al que entrena.
El futuro es Sergio Higuita, y su sonrisa y sus labios se afilan pensando en la monta?a que le espera como afila su pu?al simb¨®lico cuando la goza esprintando desde la espalda de todos, y a todos deja clavados, como espera hacer de nuevo en la cima con tipos tan duros como Superman, cuyo renacimiento todos auguran. ¡°Habr¨¢ fuegos artificiales colombianos¡±, prev¨¦ el l¨ªder Roche, que cree que ya se despedir¨¢ de su camiseta roja.
En El Puig, al final de la etapa esperada ¡ªno descarg¨® la tormenta apocal¨ªptica que todos tem¨ªan, solo unas gotas que, dice Valverde, vinieron bien para refrescarse¡ª, junto a un monasterio de frailes mercedarios que parece castillo, palacio e iglesia, todo a la vez, cuatro d¨ªas antes de cumplir los 23 un holand¨¦s reci¨¦n llegado al mundo de los chicos veloces, el chavalote de 80 kilos Fabio Jakobsen, explosivo y fort¨ªsimo, esprinta con los ojos cerrados y le gana por un mil¨ªmetro al irland¨¦s jovial Sam Bennett, sprinter a la fuerza: naci¨® en Flandes, la tierra que invent¨® el sprint, donde su padre jugaba al f¨²tbol en el Wervik, y a los cuatro a?os se instal¨® en su Irlanda, justo en Carrick on Suir, el pueblo de Sean Kelly, el m¨¢s grande de los ciclistas irlandeses.
Para que gane su Jakobsen, que viste el maillot de campe¨®n de Holanda, el Deceuninck experimenta la praxis del doble lanzador. A cinco kil¨®metros de la meta, el bestial franc¨¦s R¨¦mi Cavagna ¡ªel mismo rodador de su generaci¨®n que el d¨ªa anterior tir¨® como un bruto de un grupo descolgado en el que no iba ning¨²n compa?ero, y Edward Theuns, el sprinter del Trek, le enga?aba y le jaleaba a su espalda, go, go!, y por poco gana la etapa¡ª ataca por sorpresa y extermina a los Bora que deber¨ªan lanzar a Bennett, atrasados en un grupo fraccionado por el viento que llega del mar fresco. El segundo lanzamiento, menos espont¨¢neo, menos intuitivo y loco, se lo preparan los dos mejores especialistas del mundo, Stybar y Richeze. En los ¨²ltimos metros, Jakobsen solo debe lanzar la bici m¨¢s lejos con los ri?ones para resistir la llegada aturdida de Bennett.
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