Michael Robinson y el odio al ingl¨¦s
De su extenso legado, me quedar¨ªa con su empe?o en hacernos comprender la aut¨¦ntica dimensi¨®n de Severiano Ballesteros
Cuando Michael Robinson aterriz¨® en Pamplona, all¨¢ por 1987, en algunos lugares de la costa gallega todav¨ªa se educaba a los ni?os en el odio al ingl¨¦s. Los vestigios del franquismo, incluida la ignorancia, y algunas leyendas sobre temibles piratas, perpetuadas entre generaciones gracias a la tradici¨®n oral, se combinaban para formar un c¨®ctel ideol¨®gico por el cual se asum¨ªa que nada bueno pod¨ªa salir de aquella isla y mucho menos un futbolista. Ni siquiera sus ginebras, famosas en el mundo entero, encontraban una m¨ªnima aceptaci¨®n en un pueblo como Campelo, donde los marineros de altura acostumbraban a hacer negocio con su venta pero siempre como objeto decorativo, nunca como bebida de consumo. ¡°Saben todas a colonia¡±, sol¨ªa responder mi abuelo cuando le preguntaba por qu¨¦ nadie ped¨ªa Gordons, Tanqueray o Beefeater en el bar. No es por tanto de extra?ar que, tras conocerse la triste noticia de su fallecimiento, Augusto C¨¦sar Lendoiro confesara ante los micr¨®fonos de la Radio Galega: ¡°Michael Robinson era el ¨²nico ingl¨¦s que me ca¨ªa bien¡±.
Para ser sincero, yo ni siquiera recordar¨ªa al Robinson futbolista de no ser por un cliente que frecuentaba el Otilio: Paco el Lavadoras (o Paco el Electricista, el mote variaba seg¨²n la naturaleza de la aver¨ªa). No conforme con autoproclamarse el ¨²nico seguidor de Osasuna en la provincia, a Paco tambi¨¦n le gustaba presumir de su estrecha amistad con Robins¨®n, que es como ¨¦l llamaba ¡°en confianza¡± al delantero centro de su equipo. Que mi ¨²nico recuerdo de su vida deportiva fuese una mentira, el vacile de un bromista a un ni?o inocente, me parec¨ªa el tipo de historia que merecer¨ªa la pena contar si alg¨²n d¨ªa llegaba a conocerlo, una pelota botando en la frontal del ¨¢rea para que el p¨¦rfido ingl¨¦s la rematase con su afilado sentido del humor por toda la escuadra. Por suerte para ¨¦l, la vida le concedi¨® mejores compa?¨ªas, tan querido y admirado que le bast¨® medio diccionario para meterse a un pa¨ªs entero en el bolsillo: al castellano -primero Cruyff, luego Antic, ahora Robinson- se le est¨¢n muriendo algunos de sus mejores escultores en los ¨²ltimos tiempos.
¡°?C¨®mo pude haber odiado a este hombre?¡±, me he preguntado muchas veces mientras lo ve¨ªa aparecer en televisi¨®n, a menudo con esa sonrisa suya de mediapunta brasile?o, justo en las ant¨ªpodas de lo que un ni?o gallego podr¨ªa esperar de un delantero ingl¨¦s, de un pirata legendario, de un digno heredero de Sir Francis Drake. Y sin embargo le odi¨¦, tanto que me llev¨® mucho tiempo librarme de ciertos prejuicios y admirar al genio que se escond¨ªa tras el pasaporte equivocado. Su legado es tan extenso y valioso que resultar¨ªa muy injusto destacar una sola faceta, un solo trabajo, pero yo me quedar¨ªa con su empe?o en hacernos comprender la aut¨¦ntica dimensi¨®n de Severiano Ballesteros, seguramente el primer deportista espa?ol capaz de ganarse el coraz¨®n de los recelosos ni?os ingleses, incluido el del propio Michael. Porque supongo que es as¨ª como se van derribando muros y estrechando lazos entre diferentes: ¡°con seis de uno y media docena de otro¡±.
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