Augusta era una fiesta
Fallece Sergio G¨®mez, eterno agente, jefe y amigo de Jos¨¦ Mar¨ªa Olaz¨¢bal
?Qu¨¦ es Augusta?, examina el veterano al novato muy le¨ªdo que acude por primera vez a cubrir el Masters. Y el novato tan le¨ªdo suelta de memoria, sin respirar, de corrido, la retah¨ªla perfecta: chaqueta verde, Seve, azaleas, Magnolia Lane, s¨¢ndwiches de huevo y de pimento cheese a un d¨®lar, Amen Corner, prohibido correr, millonarios en bermudas haciendo negocios sobre hamburguesas y vasos de limonada, un roble gigantesco, Bobby Jones, Tiger Woods, Olaz¨¢bal, Sergio Garc¨ªa, Viernes Santo, donuts para desayunar, gintonics infames, riojas en vasos de pl¨¢stico a 20 d¨®lares, tiendas que lo venden todo¡ y, claro, golf¡ y se queda sin atributos al tiempo que sin aliento, y espera que quien le examine le d¨¦ un sobresaliente, claro. Bien, pero no, le responde. No est¨¢ todo, no, te has olvidado de Sergio G¨®mez.
Augusta era una fiesta completa solo cuando a la vuelta de la esquina de la casa club ante la que se fotograf¨ªan en cola ordenada cientos de turistas aparec¨ªa Sergio G¨®mez, anunciado por el humo de su cigarrillo (o de un habano, a veces) y por su voz alta e inconfundible. Solo entonces, cuando Sergio, despu¨¦s de haber conducido el Cadillac que le prestan para llevar a Olaz¨¢bal hasta la puerta del club, se sentaba en un banco bajo un ¨¢rbol enorme para esperar a que se cambiara su chico, la gente pod¨ªa decir, ya estamos todos. Si, por cualquier raz¨®n, reuni¨®n de negocios, enfado con alguien, dolor de alma, Sergio no aparec¨ªa, Augusta era un d¨ªa nublado. Se pod¨ªa pasar, s¨ª; pero no disfrutar.
Junto a Sergio, en el banco, o en una hamaca vecina en el porche, nos sent¨¢bamos todos, y esper¨¢bamos a que hablara para enterarnos, de alguna manera, de lo que hab¨ªa pasado el d¨ªa anterior. Y no eran cotilleos lo que contaba, sino p¨ªldoras de sabidur¨ªa envueltas en an¨¦cdotas interminables, en verdaderas exhibiciones de cultura y conocimiento del golf y del mundo que nos hac¨ªa llegar humilde, m¨¢s tarde tambi¨¦n, paseando por detr¨¢s de las cuerdas los 18 hoyos del Augusta National Golf Club mientras su chico, Olaz¨¢bal, hac¨ªa m¨²sica con los palos y la bola y su seriedad y su alegr¨ªa cuando al golpe perfecto le segu¨ªa el putt medido y templado hasta el agujero.
Todo el mundo lo dec¨ªa, qu¨¦ pareja tan rara. Si estuviera en una gran agencia, a Olaz¨¢bal le llover¨ªan los contratos, podr¨ªa llevar pegatinas hasta en el culo, como jugadores mucho peores que ¨¦l que ganan 10 veces m¨¢s. Pero, y lo dec¨ªan como rega?¨¢ndole, y mirando con falsa piedad su niki Lacoste, el cocodrilo, la ¨²nica publicidad que siempre llev¨®, si es que ni lleva gorra (la gorra, el espacio reservado para la publicidad de los palos), va blanco¡ Y Sergio¡ Sergio ganar¨ªa mucho m¨¢s solo con el porcentaje de los contratos, y podr¨ªa tener todos los jugadores que quisiera, su agencia propia. ¡°Olaz¨¢bal valora m¨¢s la libertad que el dinero¡±, explicaba siempre Sergio, con la paciencia de un maestro ante un alumno obtuso. ¡°M¨¢s contratos publicitarios significan que le debe dar m¨¢s d¨ªas libres a los patrocinadores para sus actos sociales o para jugar con ellos¡ Y a eso no renuncia Olaz¨¢bal¡±. Y Sergio no soltaba a la presa y la encadenaba con una charla sobre la degeneraci¨®n del golf que comenz¨® cuando los drivers dejaron de ser de madera, cuando la tecnolog¨ªa y los m¨²sculos mataron al talento, cuando la potencia mat¨® a la poes¨ªa. Pero lo contaba sin nostalgia mala, sino sabiendo que para seguir siendo bueno tendr¨ªa que adaptarse, y c¨®mo se adapt¨®, a?ad¨ªa. Y en mitad de esos cambios, justo despu¨¦s de que Tiger Woods los hiciera evangelio, Olaz¨¢bal gan¨® su segundo Masters, 1999 (Y Sergio perdi¨® una apuesta de 20 d¨®lares), justo despu¨¦s de estar dos a?os tirado, maltratado por una rara enfermedad de la que sali¨® por toda su enrome fuerza de voluntad y por el trabajo de Sergio, que nunca le dej¨® desistir.
Olaz¨¢bal nunca quiso a m¨¢s m¨¢nager que Sergio ni Sergio a m¨¢s jugador que aquel al que conoci¨® en 1978 cuando era un ni?o de 12 a?os, hijo del greenkeeper del campo de Jaizkibel, que le daba palizas a todos los socios. ?l era un comercial, un representante que recorr¨ªa el mundo vendiendo cuchillas de afeitar Palmera y herramientas, y, como si fuera su padre, llev¨® al ni?o Olaz¨¢bal a Gran Breta?a, donde gan¨® el British Boys, y al a?o siguiente el British Youths y despu¨¦s el British Amateurs. Y ya nadie les pudo separar.
Olaz¨¢bal es la poes¨ªa; para Sergio el golf tiene que ser poes¨ªa, ritmo, acento desde el swing, y ¨¦l es su narrativa, el an¨¢lisis perfecto de cualquier golpe, la frustraci¨®n que no sab¨ªa esconder y transformaba en cabreo, y en conversaciones agitadas con Maite, que prefiere adelantarse y dejarle solo cuando se pone as¨ª, que es cuando las cosas no salen como espera, y la alegr¨ªa y la soberbia, casi, pues nadie en el mundo sab¨ªa m¨¢s de golf que ¨¦l, que alargaba horas despu¨¦s en la barra del grillroom del club, lat¨®n brillante, camareros negros, chaquetillas amarillas, m¨ªnimo hielo en los vasos, no hay rodaja de lim¨®n, con un tinto y una charla infatigable. Le gustaba hablar pero no para que le escucharan sino para escuchar a los dem¨¢s, para intentar saciar su insaciable gana de saberlo todo de todo. Hablaba con el camarero y con el chaval que recoge las colillas del suelo con un pincho, y con el presidente del club, que le susurra alguna confidencia al o¨ªdo, o con el m¨¢nager de otros jugadores, o con otros jugadores, o con sus caddies o con los CEOs de empresas que cotizan en Wall Street, y todos le conocen y se paran a escucharle, y todo, todos, salen, salimos, m¨¢s sabios despu¨¦s de aprender de ¨¦l, el que aprende de todos.
Fueron la pareja perfecta a los que la pasi¨®n, siempre, el sentimiento, les permit¨ªa ser tan diferentes en un mundo de estereotipos, contables y aspirantes a millonarios. Y consegu¨ªa, claro, que todos quisieran ser como ellos. Qui¨¦n fuera Sergio. Pobre Augusta, ahora que ha muerto, de c¨¢ncer, en San Sebasti¨¢n. ¡°He llegado a los 75¡±, dijo hace nada, feliz, celebrando un triunfo.
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