Victoria del ecuatoriano Narv¨¢ez en Cesenatico
Pozzovivo somete al pelot¨®n a una prueba de resistencia que solo aguantan 23, entre ellos el l¨ªder Almeida
A 20 kil¨®metros, Mark Padun sufre una aver¨ªa. Jhonatan Narv¨¢ez, que le acompa?a en la fuga, ni frena ni mira hacia atr¨¢s. No espera al ucraniano desafortunado. Acelera solo. Narv¨¢ez es ecuatoriano, como Carapaz, ganador del Giro pasado, como Caicedo, ganador en el Etna, como Cepeda, un tercer ecuatoriano en el Giro, como muy pocos ciclistas del WorldTour m¨¢s. Como ellos, Narv¨¢ez, del Play¨®n de San Francisco, Sucumb¨ªos, a m¨¢s de 2.500 metros de altitud, es un ganador, un conquistador, pionero en territorios que pocos de su pa¨ªs antes que ¨¦l se han atrevido a aventurarse. Y como los dos portugueses del Giro, tambi¨¦n ganadores, Almeida y Guerreiro, ha crecido en el equipo de Axel Merckx. A 15 kil¨®metros, terminado el descenso de la colina de Gorolo, la novena y ¨²ltima del c¨ªrculo, Narv¨¢ez cruza el Rubic¨®n, que fluye agitado entre R¨ªmini y Cesenatico. No hay vuelta atr¨¢s. Hasta el final contin¨²a. Padun, desencadenado, no logra alcanzarle. Narv¨¢ez, de 23 a?os, gana la etapa, que no es la de Pantani, el mito cuya vida tormentosa se ha convertido en un ejemplo para los j¨®venes a los que se la cuentan sin espinas, y ellos llenan el recorrido de pancartas, y veneran su monumento. Es la de Pozzovivo
En agosto del 19, Domenico Pozzovivo, lo cuenta ¨¦l, ve la muerte de frente. Le atropella un coche mientras se entrena en Calabria. Le rompe tantos huesos que no los puede recordar todos. Tumbado debajo del Fiat Punto que ha invadido su calzada intenta respirar y durante un minuto de angustia, de hemorragia interna, sent¨ªa que sus pulmones eran un neum¨¢tico pinchado, c¨®mo se le escapaba el aire y no pod¨ªa atraparlo, devolverlo a la c¨¢mara. Un mes de cama de hospital. Decenas de tornillos en su cuerpo y placas met¨¢licas que tardar¨¢n a?os en retirarle. Unos m¨¦dicos asustados cuando su mujer aparece en el hospital con un rodillo de bicicleta. Dos meses en silla de ruedas. Tiene 36 a?os, un cuerpo peque?o, una voz dulce, de ni?o cantar¨ªn. Ya se ha acabado su contrato con el Bahrein. Vuelve a casa, le dicen. Disfruta de la vida. Sigue tocando el piano. Pasea. Cuelga la bici. Ret¨ªrate de un deporte que te ha roto el cuerpo tantas veces en tantas ca¨ªdas que hay ca¨ªdas que ni siquiera puedes recordar, aunque lo intentes. Pero sentado en la silla de ruedas llama a su agente y le pide que le encuentre un equipo.
Ha pasado un a?o. Pozzovivo, lucano de la Basilicata, en el arco del pie de la pen¨ªnsula, de azul oscuro riguroso, es el italiano mejor clasificado del Giro, su 14? Giro. Va cuarto, a menos de un minuto de Almeida, 10 d¨ªas rosa ya. Le dirige Bjarne Riis. Se siente al menos tan fuerte, tan escalador, tan contrarrelojista, como en los mejores momentos de su carrera. Su cuerpo es fuerte. Su esp¨ªritu all¨ª encarnado, su tenacidad, su car¨¢cter, m¨¢s fuertes a¨²n. Es el m¨¢s joven de esp¨ªritu de un pelot¨®n que espera, que ve llover y ve el peligro de los descensos por las carreteras del Pirata. Pozzovivo, no. Mediada la etapa, viendo que el Deceuninck de Almeida contemporiza tranquilo y deja a la fuga libre, el lucano pone a su equipo, el NTT, al frente, y acelera. Somete a todos, a los j¨®venes que sorprenden y no dejan de surgir --Almeida, McNulty, Hindley--, a los viejos Nibali y Fuglsang, a los fuertes, a Kelderman, a Bilbao, a Konrad, a Majka, a una prueba de eliminaci¨®n por resistencia, por capacidad de aguantar, de superar el momento malo. ?l es el maestro. Los dem¨¢s se agarran y rezan. Terminan ¨¦l y 22 m¨¢s en el pelot¨®n m¨¢s importante.
El Giro se decidir¨¢ la ¨²ltima semana, de s¨¢bado a s¨¢bado, entre la contrarreloj y Sestriere. Pozzovivo estar¨¢ all¨ª peleando. Los dem¨¢s, quiz¨¢s.
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