Cristiano y Messi ya no tiran del carro
Ahora necesitan que el equipo les arrastre a ellos para poder seguir estando en la cima; se llama paso del tiempo
?rase una vez dos jugadores de f¨²tbol que viv¨ªan enzarzados en una lucha permanente por demostrar al mundo qui¨¦n de ellos era el mejor. Era una batalla bastante est¨¦ril porque casi todos en ese mundo ten¨ªan ya formada una opini¨®n y no la iban a cambiar de un d¨ªa para otro. Es un poco como en la pol¨ªtica: aunque todos los partidos intentan en campa?a captar a los llamados indecisos, ese grupo de votantes suele ser m¨¢s peque?o de lo que se cree. Las elecciones rara vez se ganan en la campa?a: los votos se ganan (y se pierden) a lo largo de la legislatura. Uno no decide de repente que Cristiano Ronaldo es el mejor jugador del mundo porque ha marcado el m¨¢s atl¨¦tico posible de los goles si lleva a?os pensando que la genialidad de Messi no la superar¨¢ nunca un s¨²per atleta, por muy s¨²per y muy atleta que sea. Pero eso es, al final, una cuesti¨®n de gustos personales.
Messi-Cristiano, la eterna pareja de hecho del f¨²tbol mundial, en realidad no es eterna. Ya lo sab¨ªamos, pero es ahora cuando la mortalidad de estos dos superh¨¦roes se ha convertido en una obviedad. El paso del tiempo es imparable. Incluso para Cristiano Ronaldo y para Lionel Messi.
Ninguno de ellos est¨¢ futbol¨ªsticamente muerto, pero los dos han dado un paso decisivo para empezar a entonar el canto del cisne con el que adornar su inevitable funeral. Distintos como son en todos los sentidos, han escogido caminos opuestos para afrontar el hecho biol¨®gico inevitable del declive. Como todos sabemos, Messi ha acabado en el m¨¢s artificial de los para¨ªsos artificiales: el Par¨ªs Saint-Germain. O el Par¨ªs Saint-Qatar, como le ha bautizado Jorge Valdano subrayando as¨ª la dependencia de un club convertido en grande ¨²nica y exclusivamente con el poder del dinero. Un club-Estado, como por fin se empieza a decir. Si su marcha se ha debido a los pecados del Bar?a o a los deseos de Messi es completamente irrelevante. Uno sospecha que es una h¨¢bil combinaci¨®n de ambos factores e incluso otorga credibilidad a la sospecha de que no sido un golpe de teatro de ¨²ltima hora, sino una ¨®pera bufa ensayada durante mucho tiempo. Una ¨®pera con p¨¦simo libreto, direcci¨®n espantosa y malos int¨¦rpretes en la que el divo ha dejado claro que su prioridad tiene un nombre muy corto: Yo.
Esa prioridad, el Ego, ha sido siempre a¨²n m¨¢s estruendosa en el caso de Ronaldo porque a lo largo de su carrera nunca ha intentado demostrar lo contrario. Cristiano se marcha de la Juventus porque sabe que si sigue en Tur¨ªn nunca ganar¨¢ otra vez la Champions (ni hablemos del Bal¨®n de Oro). Las mismas razones que han empujado a Messi fuera del Bar?a. La diferencia es que el argentino ha acabado en un club que quiz¨¢s alg¨²n d¨ªa podr¨¢ hacerse con ese preciado trofeo y grabar con letras de molde ese lema horroroso que asegura que el dinero todo lo compra. Todo menos el amor. Y la vida eterna.
Cristiano, en cambio, no parece que haya podido elegir. Su destino era el Manchester City, ese otro club-Estado tan despreciado cuando era modesto y que los petrod¨®lares de Abu Dhabi (y la mano de santo de Pep Guardiola) han convertido en una trituradora. Una trituradora, eso s¨ª, que se encalla siempre con ese diamante gordo y de dureza descomunal llamado Champions. Ronaldo ha acabado en la acera de enfrente, en el United. Un destino muy b¨ªblico: el regreso del hijo pr¨®digo. Muy apropiado para alguien llamado Cristiano (lo de Ronaldo, ?ay!, dicen que le viene por Ronald Reagan).
Esta gran pareja de hecho del f¨²tbol mundial tiene otro punto en com¨²n: ya no son ellos quienes tiran del carro. Han cambiado de carro porque ni Bar?a ni Juventus tienen ya elixir suficiente para saciar su sed de gloria. Antes, ellos arrastraban a sus equipos a la victoria. Ahora necesitan que el equipo les arrastre a ellos para poder seguir estando en la cima. Se llama paso del tiempo.
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