?Por qu¨¦ me gusta el f¨²tbol?
Una sonrisa sudorosa al final del recreo significaba que hab¨ªamos ganado, una mueca de disgusto representaba que el siguiente partido era el bueno
De esto debe de hacer muchos a?os, porque era el siglo pasado, el milenio pasado, era cuando yo ten¨ªa pelo. Cuando sonaba el timbre del recreo todos sal¨ªamos en tromba a disfrutar de la plaza del pueblo, de mi pueblo, de Aretxabaleta, de ese, para m¨ª, inmenso patio en el que el primero que llegaba eleg¨ªa equipo para enfrascarnos en media hora interminable del m¨¢s intenso de los partidos que nunca he disputado. All¨ª se jugaba todo cada d¨ªa, una sonrisa sudorosa al final del recreo significaba que hab¨ªamos ganado, una mueca de disgusto representaba que el siguiente partido era el bueno, el definitivo de una serie interminable que empezaba en septiembre y finalizaba en junio, que se suspend¨ªa solo en caso de lluvia exagerada, que se jugaba con lo que se ten¨ªa, o pelota, o bal¨®n. Para nosotros jugar con uno o con otro significaba jugar a deportes diferentes.
Me explico. Para m¨ª hay dos paradigmas de bola para jugar al f¨²tbol: la pelota de Gorila y el bal¨®n de Leche Lana. Y ya est¨¢. Luego vinieron los Tangos, Etruscos, Merys, NK 350 Geos o lo que fueran, pero primero fueron una pelota de goma verde que ven¨ªa dentro de los zapatos de Gorila, imprescindibles para la lluvia (quien ten¨ªa dos pose¨ªa un tesoro), y el impresionante, el inigualable, el ¨²nico bal¨®n blanco de pl¨¢stico que Leche Lana (una de las primeras cooperativas) regalaba con no s¨¦ cu¨¢ntas bolsas de su leche en la primera tienda de la cooperativa (el inicio del actual Eroski). Si la pelota de Gorila era un tesoro, aquel bal¨®n blanco te llevaba directamente al Olimpo de los dioses del f¨²tbol.
Era el bal¨®n de los grandes desaf¨ªos, de cuando se jugaba algo en serio, el de los retos entre barrios, entre cuadrillas, entre lo que fuera con tal de tocar aquella joya. Eran los partidos en los que ten¨ªa, y deb¨ªa, jugar de portero. Eran nuestros partidos oficiales donde se jugaban los t¨ªtulos principales, personales, eran partidos en los que busc¨¢bamos un buen campo para jugar, uno de hierba. Apozaga, Mendiola, a veces, el Ol¨ªmpico de los Marianistas, campos cinco estrellas sin una l¨ªnea marcada, alguno con porter¨ªas sin largueros de esas que siempre son la soluci¨®n del portero (era alta) y del delantero (ha entrado porque estaba bajando), llenos de baches y charcos, pero para m¨ª, para nosotros, para Imanol, I?aki, Pelutxi, Jos¨¦ Ram¨®n, F¨¦lix (qu¨¦ pena, se nos fue), los mejores en los que se pod¨ªa jugar. Todos ellos a una media hora andando, lo que nos ahorraba el calentamiento porque para qu¨¦ calentar, aquello era llegar, elegir los equipos y ponernos a jugar hasta que se hiciera de noche o la lluvia nos expulsara o alguno de nosotros recordara que su madre, siempre Ama, le hab¨ªa marcado hora de retirada en casa. Claro que esto, o se avisaba antes de empezar el partido (y depende de qui¨¦n lo dijera que en todos los momentos y circunstancias han existido los cracks), o solo se pod¨ªa alegar si ibas perdiendo que si ganabas sonaba a excusa para dejar el partido en tu mejor momento (la mayor derrota). Nunca importaba que la diferencia fuera de cinco goles porque siempre, siempre, siempre, el contrario estaba remontando y llegaban sus minutos de oro.
Y en aquellos tiempos en Aretxabaleta nadie se retiraba ni daba un paso para atr¨¢s.
Cu¨¢ntas broncas nos habremos ganado por no ser capaces de levantar la mano y reconocer que ten¨ªas que irte. Porque a pesar de los comentarios, de los qu¨¦ dir¨¢n, de los murmullos, pesaban m¨¢s los ojos de tu madre con una de esas miradas que a ti nunca te salen con tus hijos que una derrota humillante. Vale, pero de momento seguimos jugando, que ya veremos lo que se me ocurre en el paseo de vuelta, pero acabamos el partido s¨ª o s¨ª.
Y all¨ª me iba haciendo persona, iba construyendo mis valores para vivir, iba sintiendo el valor de la amistad, iba sabiendo qui¨¦n era de fiar y qui¨¦n solo se retiraba cuando ganaba, iba conociendo la manera de explicar unos zapatos rotos, un jersey agujereado, un morat¨®n en la cara: Ama, es que no me pod¨ªa ir¡ Era el portero.
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